En los anuncios de Estrella Damm, gente guapa y depilada, que no son pobres y que ni cagan ni mean van a una localidad mediterránea a copular con gente guapa y depilada, que no son pobres y que ni cagan ni mean, para olvidarse de que el resto del año comparten el mundo con gente fea, pobre y sucia. Como fui una adolescente friqui con pocas habilidades sociales, y gente como la protagonista del anuncio es la que te acosa en el instituto, siempre deseé que murieran de forma lenta y dolorosa.

En los anuncios de Estrella Damm la arena de la playa no se te mete por todos los rincones de la anatomía, el bochorno no te suelda la ropa a la piel y el agua del mar no es salada. El Mediterráneo no está granizado de barcos que transportan refugiados, y cuando sube la marea la costa no queda rebozada de chalecos salvavidas. Como todo el mundo ríe, deduzco que allí nadie te clava cinco euros por una horchata de supermercado. Entre otras cosas, porque la gente local sólo aparece para dar autenticidad al escenario. Los anuncios de Estrella Damm son, en esencia, una distopía donde la gentrificación ha triunfado y nuestras playas tienen aquello necesario para que la gente de ciudad se sienta cosmopolita, que son paisajes bonitos, productos locales e indígenas sonrientes, no de aquellos que votan el Brexit o están en contra de acoger refugiados.

En esta sociedad distópica de seres perfectos, de vez en cuando, dejan entrar gente con una tara para que no sea dicho. Es el caso de Peter Dinklage, de los pocos actores con enanismo a quien Hollywood deja hacer papeles dramáticos sin tener que disfrazarse de gnomo de Harry Potter o esconderse dentro de la carcasa de un robot de La Guerra de las Galaxias. Porque los anuncios de Estrella Damm son una celebración de todo aquello que es tradicional, como el "chico blanco conoce chica blanca", el "dos chicos emprendedores blancos tienen una idea sensacional", el "señor viejo blanco recupera la ilusión de vivir gracias a una jovencita blanca", el "señor joven blanco recupera la ilusión de vivir gracias a un hombre con discapacidad blanco que es muy enrollado" o las "personas racializadas que cantan, bailan y ríen en las escenas de fiesta". Aliñado, eso sí, con canciones de película indie cantadas por guiris iluminados que tocan la guitarra y la pandereta, y una concepción del tiempo donde los rayos de sol iluminan tres horas del día y el atardecer y la noche cubren todo el resto. Los primeros anuncios duraban tres minutos y parecían una historia de Instagram con fotos de playas de aquellas donde no paran de salir piececitos; las nuevas entregas son cortometrajes hechos por directores (masculino no genérico) de renombre, pero la esencia es la misma.

Que los anuncios de Estrella Damm empezaran a emitirse empezada la crisis económica no es casualidad

Al principio encontraba un poco inquietante que los anuncios de bebidas alcohólicas marcaran aquí las estaciones del año. Teniendo en cuenta que, por culpa del cambio climático, ya no sabemos en qué estación estamos y la ropa de invierno, entretiempo y verano se acumula en los armarios y vagamos por la calle con mil capas como una cebolla, que nos sacamos y ponemos según los caprichos del tiempo, ahora me lo tomo como un servicio público: si ves el anuncio de Freixenet es invierno y si ves el de Estrella Damm es verano.

Siguiendo con mi vena conspiradora, que los anuncios de Estrella Damm empezaran a emitirse empezada la crisis económica no es casualidad. Son una forma de levantar los ánimos en la población de los países mediterráneos, que tan a menudo se han presentado como el culo de Europa. Los anuncios nos dicen que nosotros tenemos mejor clima, paisajes más bonitos, comemos mejor y sabemos disfrutar mejor de la vida. Es un consuelo caduco. A medida que la temperatura global suba y la contaminación haga todavía más agujero en el cielo y la tierra, el sol cada vez picará más, la tierra se erosionará y los campos que nos aportan los ingredientes para nuestra excelsa dieta mediterránea irán disminuyendo. Y, entonces, en Islandia cultivarán uvas y las playas inglesas de Brighton serán el nuevo escenario de los anuncios distópicos de una marca local de bebidas alcohólicas.