Las plataformas de streaming de series (Netflix, HBO) demostraron no sólo que la gente estaba dispuesta a pagar por cultura, sino que quería pagar por un producto cultural por el cual no había abonado ni un solo euro hasta el momento. Tiempo atrás, las series se consumían en cadenas de televisión, de manera que, impuestos de las públicas y Canal + aparte, eran gratuitas. A nivel de usuario, la piratería de los portales de descarga o visionado en línea y de los llamados torrents significó un cambio de proveedor que ofrecía la misma gratuidad que una cadena de televisión y, además, un consumo al día de las series, sin pausas publicitarias y en versión original.

Las series son un ejemplo de cómo una supuesta crisis cultural es, en realidad, una crisis de proveedores. La piratería afectaba al trabajo de creadores, cierto, que veían reducidos sus ingresos. Sin embargo, la respuesta no fue apelar al romanticismo de mirar la televisión en el salón de casa con la familia y hacer zapping, sino crear catálogos de series, ofrecer versiones originales, sacar las pausas publicitarias y buscar formas de pago que requieran un esfuerzo mínimo. En el caso del cine, si bien es un sector diferente, plataformas como Filmin, festivales como el Fantástico de Sitges, el Cine Texas, ofertas como las del día del cine o éxitos como Parásitos muestran que hay vías tanto para pagar por las películas que vemos como para llenar salas.

La excepcionalidad del Sant Jordi que vivimos ayer, en el que las librerías vieron limitada su capacidad de venta el día en que se hace gran parte de la caja del año, fue el colofón de unos meses duros para el sector, que en la última época ha sufrido una crisis económica y la irrupción titánica de Amazon. El hecho de que, según el barómetro de TV3 y Catalunya Ràdio, la mitad de los catalanes que compraría un libro este día lo haría por Amazon, ha situado la plataforma de Jeff Bezos, el hombre más rico del planeta, como la bestia negra a abatir. Se ha hecho con campañas con lemas como "Los libros se compran en las librerías" o "No compres a Amazon". En general, los mensajes han apelado a la ética de los lectores y al romanticismo de todo lo que envuelve a la librería y al libro en papel. Es decir, campañas pensadas por literatos destinadas a literatos.

La función de las instituciones públicas es la de proteger la ciudadanía de los efectos más perniciosos del capitalismo, así como de democratizar la tecnología puntera que crea y redistribuir la riqueza que genera

Amazon es un gigante que ha hecho fortuna, entre otras cosas, evadiendo impuestos y precarizando las condiciones laborales de los trabajadores. Otro riesgo añadido, como también pasa con Netflix, HBO y ahora Disney+, es la concentración de sectores de la industria de la cultura de masas en manos de gigantes de los Estados Unidos con gran capacidad de decisión sobre lo que vemos o leemos, y con buenos presupuestos para captar el talento de todo el mundo. En estos casos, el modelo de producción audiovisual se parece al de la edad moderna, en la que grandes mecenas encargaban obras a los artistas. Buena parte de estos problemas se pueden remediar con legislaciones fuertes, tanto de ámbito estatal como europeo. En octubre del 2017, la Unión Europea obligó a Luxemburgo a recuperar 250 millones de euros en impuestos que Amazon no había pagado.

Por otra parte, Amazon ofrece el catálogo de libros más amplio del mundo. Catalanes en el extranjero pueden acceder a la literatura catalana; los investigadores pueden estar al día de los últimos libros publicados sobre su materia, y que tardarán en llegar, en el caso de que alguna editorial se anime a publicarlos; las personas que quieren leer textos que no sean en catalán o castellano tienen acceso ilimitado a libros escritos en otras lenguas originales. La aplicación de Amazon para leer libros electrónicos en el ordenador, el Kindle, es facilísima de descargar, es gratuita y está sincronizada con la cuenta para comprar libros, de manera que con un solo clic se guardan en la biblioteca inmediatamente. Las aplicaciones de libros electrónicos se adaptan muy bien a las necesidades de la investigación académica: tienen una gran capacidad de almacenaje que ocupa poco espacio y son fáciles y rápidas de consultar, tanto con respecto a los libros como a las partes de ellos.

La pregunta es: ¿hay alguna plataforma que ofrezca lo mismo, pero con unos estándares laborales éticos y que favorezcan el comercio de proximidad? ¿Por qué no se ha promocionado más Libelista? ¿Por qué no se crea algo más ambicioso? ¿No tenemos, en todo caso, una Conselleria de Cultura, una red de bibliotecas públicas, gremios de libreros, Òmniums Culturales y decenas de instituciones dedicadas a la promoción de la literatura? ¿Cuánto han tardado las editoriales en ofrecer un buen catálogo de libros electrónicos durante el confinamiento? ¿Cuántas librerías han vendido, estas últimas semanas? ¿En vez de sacralizar el libro (en papel), por qué no se empieza a hablar de la complementariedad de los usos del libro en papel y los del libro electrónico?

Como bien escribió Bernat Ruiz, una campaña que prometía tanto como Llibreries Obertes perdió fuerza a causa de la limitación de su catálogo y de los intereses que los impulsores de la iniciativa, la cooperativa Som*, la agencia Mortensen y después Parlem Telecom, pueden tener en la explotación de los datos de los compradores de libros. Y es una lástima, porque, según explica Clàudia Rius en un artículo excelente en Núvol, Llibreries Obertes, a diferencia de Libelista, supo entender la necesidad de la gente que no conoce el sector editorial y que quieren comprar libros de forma eficaz, y se dirigió con una buena campaña de comunicación. Rius añade que pocos profesionales catalanes del libro han querido o podido adaptar al contexto digital, y eso ha hecho que la pandemia los pille digitalmente desnudos: "Parece que la crisis al menos habrá servido para tener una mínima estructura asentada en esta dirección".

Estos días ha circulado mucho por la red una portada del The New Yorker, publicada en 2008, en la que se ve como un repartidor de Amazon entrega un pedido de libros a una vecina. A su lado, un librero se la mira mientras abre su establecimiento. Que doce años después este dibujo sea tan actual, en el sentido de que la empresa de Bezos siga siendo una amenaza, indica que alguna cosa se ha hecho mal en la industria cultural del país. Pero también quiere decir que Amazon no ha conseguido cerrar todas las librerías de Catalunya.

La función de las instituciones públicas, empezando por la Conselleria de Cultura, del Estado y del tejido comunitario es la de proteger a la ciudadanía, y también a los pequeños empresarios y distribuidores, de los efectos más perniciosos del capitalismo, así como de democratizar la tecnología puntera que crea y redistribuir la riqueza que genera. A Amazon no se le combate con sentimentalismo. Se lucha con eficiencia, innovación y normativas que eviten que haga trampas.