Todas las grandes causas tienen aliados. Un aliado es aquel que, en una lucha, te aporta un recurso que tú no tienes. Me lo explicó un líder estudiantil sudafricano, que ponía como ejemplo a los alumnos blancos plantados delante la policía, en las protestas, para evitar que agredieran a los estudiantes negros. El líder añadía, irónico, que para los representantes de las fuerzas de orden (raciales) herir a un blanco daba más reparo que zurrar a un negro, aunque con el tiempo ya se acostumbraron. La moral de la historia es que los blancos pusieron su privilegio ―una piel a prueba de balas― al servicio de las reivindicaciones de las personas negras.

El privilegio de los aliados, sin embargo, puede acabar eclipsando la lucha de los oprimidos. Pensemos en todos los hombres que aplaudimos porque son muy valientes al explicar lo desconcertados que se sienten ahora que el exigente feminismo les obliga a tratar a las mujeres como seres humanos. O en el cantante Bono, que hace tres años fue incluido en la lista de la revista Glamour como una de las mujeres que más había luchado por la igualdad.

El independentismo catalán también tiene aliados. Gente extranjera que apoya la causa. Algunos han sido provechosos, como los abogados que han llevado los procesos judiciales de exiliados y presos fuera de Catalunya y España. Cobran por su trabajo, pero se limitan a eso, a hacer su trabajo. El que rozó la línea entre el trabajo y la reivindicación política fue Aamer Anwar, el abogado escocés de Clara Ponsatí, que se involucró en el proceso de primarias durante las municipales. Aunque espacios como Primàries son necesarios para desgastar la rueda autonomista, no era el papel de Anwar, como aliado, meterse. Cabe decir que Anwar ha sido popular porque no ha habido ningún político catalán que esté a su altura a la hora de pronunciar un discurso proactivo y estimulante. Sí, la magnitud de la tragedia es esta.

Los aliados que más han triunfado son los que vienen de la Corte, como Ramón Cotarelo y Beatriz Talegón. La violencia epistemológica que Madrid ha ejercido contra la Catalunya ocupada se ha basado en silenciar de su política cultural, interior pero sobre todo exterior, todo aquello que huela a catalán. La invisibilización ha creado en los catalanes un sentimiento de agradecimiento infinito hacia todo forastero que diga Hola bon dia cuando pone los pies en el Principado. TV3 ha querido analizar antropológicamente este fenómeno, y por eso nos ha regalado a lo largo de los años una ristra de programas al estilo Katalonski, así como ha otorgado una posición preferente a los periodistas de la metrópoli en los programas de actualidad de la cadena, como bien destacó Mònica Planas. Es por eso que Talegón y Cotarelo han acabado convirtiéndose en estrellitas para el consumo onanista de la tribu, ocupando esferas de poder y visibilidad por el simple hecho de decir lo que dicen la mayoría de analistas, militantes y políticos catalanes, pero en castellano.

La culpa no es de los aliados, sino de los independentistas catalanes. Proyectamos en los aliados nuestras taras, frustraciones y vicios

Como el 1 de octubre ha acelerado el desplome del establishment político catalán que los encaramó, ni Talegón ni Cotarelo saben muy bien qué hacer ahora. Cotarelo, que si no recuerdo mal cerró la lista de ERC en Barcelona a las elecciones del 2017, ha decidido pasar el rato diciéndole a todo el mundo que lo quiera escuchar que el partido de Junqueras y Rufián es una engañifa. Que te lo miras con afecto y piensas, no lo sé, Ramón, de acuerdo, ¿necesitas algo, un abrazo o un vaso de agua? En conclusión, ayudar al independentismo en frentes a los que no puede llegar, no sé si los dos lo han hecho demasiado.

La plantilla de aliados no estaría completa sin el amigo vasco. El papel ha recaído en el querido Jon Inarritu. A a los amigos vascos se los adora como si fueran el oráculo de Delfos, porque te explican lo que hay con amabilidad, elegancia y contundencia. Son la gente que en las películas de zombis disparan a la hija muerta viviente de la protagonista y van a consolarla exclamando: "Carol, ya no era la Sophia que habías conocido". Los amigos vascos son nuestro yo futuro una vez ha sido reprimido y zurrado.

En el ámbito político, muchas veces te dirán o harán lo mismo que te diría o haría un político convergente o erqui, pero sin tratarte de idiota. Saben el pan que se da en España y que, por lo tanto, si quieres vivir bien la tienes que exprimir y no salvarla. El día en que el independentismo mayoritario lo entienda, podremos sacar más jugo de los amigos vascos. Y de paso darnos cuenta de que algunos, como los coleguis del PNV, no son amiguis. Pueden ser aliados ocasionales, pero no amiguis. Porque a los amigos vascos en general, y a los del PNV en particular, les importa el partido y el País Vasco. Y bien que hacen.

En el fondo, la culpa no es de los aliados, sino de los independentistas catalanes. Proyectamos en los aliados nuestras taras, frustraciones y vicios. Y eso, ahora que los piolines acusan a la pirotecnia del barrio de conspiración terrorista y el independentismo institucional es una pérdida de mayoría absoluta en el Parlament para acabar enterrado durante mis próximas diez reencarnaciones, es otro de aquellos errores que el movimiento no se puede permitir. Hay que escoger bien a los aliados y, sobre todo, entender bien qué queremos de ellos. Los que no nos sirvan, fuera, que se busquen la vida. Y con los que sí, tenemos que establecer una relación en la que sean eso, aliados, y no nuestros salvadores. No lo son. Ni falta que hace.