Un amigo reflexionaba el otro día que los nietos sentimos simpatía por los abuelos porque era más fácil idealizarlos. Con los padres costaba más, porque representaban la realidad más cruda e inmediata. Si has crecido en una familia bien avenida, es bastante cierto. Es difícil escribir desde las entrañas sobre los abuelos, porque escribes en base a un pasado-presente entre algodones, ya que ellos son el policía bueno de la familia, y un pasado remoto que, a pesar de la dureza, no puedes evitar idealizar por no haberlo vivido.

Mi bisabuela por parte de madre, por ejemplo, era de familia acomodada barcelonesa, y mi bisabuelo era carpintero y bombero. A causa de las relaciones de clase de la Catalunya de principios del siglo XX, era un amor prohibido. Huyeron. Décadas después, mi abuela repetiría la indiscreción casándose con un andaluz más joven que ella, el difunto abuelo Manel. En casa lo vivieron como una doble traición. Primero, por irse con otro hombre. A mi abuela se le habían muerto la madre, cuando era un bebé, y la madrastra –ella siempre me ha hablado como la madre–, cuando acabó la guerra (civil). Cuando terminaba de la fábrica de cintas, volvía a casa a hacerse cargo del hogar, los dos hermanos y el padre. Hasta que los hermanos no se casaron, ella no se casó. Encima, cuando lo hizo, fue con un castellano.

La abuela es una fuente inagotable de historias de la guerra. Recuerdo su miedo cuando me hablaba de los aviones nacionales que ametrallaban las calles de Manresa. También fue muy sonada la vez que huyeron a las afueras de la ciudad para cuidar a la madre enferma de cáncer y acabaron en primera línea de fuego. En las historias aparecen famosos. Como el president Companys, la vez que la abuela y unos familiares se escondieron en un refugio mientras estaban de visita en Barcelona. Dice que la represión española actual le recuerda, con menos intensidad, a los tiempos de Franco. Fue a votar el 1 de octubre, con silla de ruedas. Afirmaba que le daba igual que viniera la Guardia Civil. Cuando lo pienso, mientras escucho el discurso pavioso de algunos de nuestros líderes, me cae la cara de vergüenza.

A menudo pienso que yo soy lo que ella hubiera podido ser si su vida no hubiera quedado truncada por el franquismo y el machismo de la época en que creció

La abuela recuerda la República como un tiempo feliz, una época en que se dieron muchos progresos sociales. Era cuando ella estudiaba. Acabó siendo modista y después ama de casa. Nos cosía los disfraces de Carnaval y toda la ropa que rompíamos en el patio de la escuela. Con la abuela jugaba a cartas, veíamos los partidos del Barça y leíamos los cuentos de Teo. Ahora miramos juntas la nueva versión de la película Holocausto caníbal. A veces me hace enfadar, pero es la abuela. Una abuela adorable, de aquellas chiquitinas, con bastón, permanente ensortijadísima y blanquísima, faldas y medias finas que lleva tanto en invierno como en verano. Tal como su apariencia indica, tiene carácter. De vez en cuando saca una anécdota lacrimógena de cuando eras pequeña que te hace sentir culpable.

A menudo pienso que yo soy lo que ella hubiera podido ser si su vida no hubiera quedado truncada por el franquismo y el machismo de la época en que creció. La abuela empezó a escribir historias a los 85 años. Trece años después, ha ganado dos premios literarios para personas mayores y ha escrito una treintena de recopilaciones de cuentos autoeditados. Cuando le dije que hablaría sobre ella, me dijo que pusiera que le gusta escribir. Solo quiere que escriba sobre ella si escribo "la verdad". Cuando la veo sentada en su rincón del sofá, escribiendo y escribiendo con lápiz en una libreta a rayas, con aquella caligrafía antigua que hacen las abuelas, me pregunto qué habría pasado si ella fuera joven ahora.

Es chocante reconocer partes de ti en una persona mayor. Es como si fuera un yo del futuro, pero marcado por un pasado que no has vivido. A veces, cuando estoy con la abuela, no es que sienta que no merezco lo que tengo. Pero sí que me tengo que esforzar más en las cosas que hago. Como si yo fuera una segunda oportunidad. No es lo mismo, claro que no, pero saber que los abuelos aguantaron lo que aguantaron durante la guerra y el franquismo ayuda a afrontar con la cabeza fría a la crisis que nos ha caído encima. Mis referentes en bienestar ya no son solo los padres, sino sobre todo los abuelos.

A pesar del trauma y la pérdida, la abuela ha vivido bien. Me da esperanza. Yo la acompaño en coche al centro cultural y le reviso los escritos, cuando me lo pide, para compensarle.