A alguien le puede parecer que hablo de casos extremos como el del Líbano, donde resulta que hay quien ha cambiado la hora y quien no lo ha hecho —hablo de comunidades enteras, no de algún despistado o despistada—, después de que el gobierno primero dijera que sí y después retrocediera a tocar oficialmente el reloj. Ante este ejemplo, parece que aquí no mareamos la hora, pero nada más lejos de la realidad.

Que nos hayamos acostumbrado y, por lo tanto, normalizado los cambios de hora —vivir la mitad del año en un horario y la otra en otro— no tiene nada de normal, mucho menos de natural y, principalmente y especialmente, nada de saludable. Venimos mareando la hora desde hace mucho tiempo, y aunque cada vez hay más voces en contra, de momento no pasa nada; menos todavía nada que suponga una disidencia horaria contra el tiempo que nos marcan autoridades sin ningún tipo de credibilidad ni en el tiempo ni en nada.

Este cambio primaveral, a pesar del problema de perder una hora, es mucho mejor recibido por la población que el de otoño, aunque sea el que más nos aleja del horario natural

Al contrario, vamos a toque de campana y este pasado fin de semana las dos de la madrugada del domingo eran las tres. Muchos han sido también los titulares de corta duración sobre el tema. En mi caso, no me atrevo a decir que hemos dormido una hora menos porque depende de muchos otros factores, diferentes del propio cambio de hora que haya sido así o no; pero sí que me preocupa extremadamente el tema del sueño. Pero no solo el de esta hora perdida que a muchos y muchas les parece que ganamos al cambio horario de otoño; sino el de todas las horas de sueño perdidas y/o mal dormidas a causa de la organización social del tiempo que seguimos y seguimos manteniendo, aunque sabemos que no nos hace bien.

Se ha avanzado bastante en la idea de no hacer el cambio de hora, aunque también este punto ha quedado congelado en Europa, pero, en cambio, se ha avanzado mucho menos en el consenso sobre cuál es el horario en que es mejor vivir. Ciertamente, lo que es bueno y lo que es malo no es lo mismo para cada uno, pero lo que hace falta es discutir las ventajas y los perjuicios a partir de las evidencias científicas recogidas después de tantos años y tantos estudios sobre la incidencia que tiene la organización horaria en nuestras vidas. Efectos en diferentes ámbitos, pero, en resumen, que nos alejan o nos acercan a más oportunidades de bienestar, que no siempre tenemos claras.

Este cambio primaveral, a pesar del problema de perder una hora, es mucho mejor recibido por la población que el de otoño, aunque sea el que más nos aleja del horario natural. Lo primero que dice todo el mundo —o por lo menos, muchísima gente— es que qué maravilla salir de trabajar o de estudiar y que todavía sea de día. Lo decimos como si el día fuera más largo —gracias a la magia gubernamental— y no pensamos en lo que supone que iremos a dormir más tarde o dormiremos menos; aparte de obviar que el problema principal sigue siendo a qué hora terminamos de estudiar y/o de trabajar, en cualquier época del año.