He leído la noticia que Jordi Cuixart se marchaba —no de vacaciones—, a vivir fuera, en medio de un montón de conversaciones sobre alumnado, o hijos e hijas de amistades que también empezarán el próximo curso en otro país. En la universidad ya toca, porque más allá de las estancias durante la carrera —la semilla de los Erasmus ha fructificado bastante bien, en más de un sentido que ahora no toca explicar—, cada vez más se opta por hacer cursos, especialmente másteres, en el extranjero.

La situación claramente no es la misma, no es el caso de Cuixart, pero en común cala demasiado a menudo —desde mi perspectiva—, la idea de que vivir fuera de Catalunya será la solución para demasiadas cosas. Para estudiar en mejores condiciones, para encontrar trabajo o, en el caso de Cuixart, para poder denunciar lo que pasa en España respecto a derechos y libertades de la ciudadanía. Que no es lo mismo que lo que pasa entre Catalunya y España, porque los disparates son tan grandes que superan ampliamente los litigios —de todo tipo y manera, no solo judiciales—, emprendidos contra el procés por la independencia de Catalunya.

A mí no me da la impresión que en Europa no sepan lo que ha pasado y sigue pasando. Es, sencillamente, que miran tanto como pueden —en todo caso menos que en el Estado español—, hacia otro lado, e intentan de todas todas evitar la confrontación directa —no como el Estado español que sencillamente nos embiste—, en los temas clave, para poder cabecear la tormenta.

Una cosa es querer ver mundo, otra muy diferente es pensar que en este país no hay oportunidades o no hay las suficientes; o que no sólo es posible, sino probable que en este país tus derechos no sean respetados

Quizás sí, desde esta perspectiva, que Jordi Cuixart se marche a Suiza —aunque no a escondidas—, puede ayudar a que no rehúyan el problema tan fácilmente y, por lo tanto, bienvenida sea la iniciativa. Teníamos claro desde el primer momento que la victoria —y por lo tanto también la derrota, aunque no la contemplemos—, de una manera u otra tenía y tendrá que pasar por Europa. Todavía pienso ahora que si el Estado español no ha ido a mayores en el embate contra Catalunya ha sido porque de una manera u otra —incluso no deseada—, están en Europa y por eso se han tenido que contener. No sé si es este el verbo más adecuado, pero no encuentro otro, aunque me imagino a muchos apretando los dientes con mucha rabia.

Por otra parte, no me he sumado nunca a los y las que han criticado directa o indirectamente a los que escogieron la opción del exilio. Uno de los aspectos más penosos de la retirada de los partidos de la lucha por la independencia ha sido el señalamiento de héroes de primera —las heroínas se las dejaban siempre—, y lo que resumiré como "los otros" para no decir ningún disparate. En este sentido, podría considerar lo que ahora hace Cuixart como un símbolo también en este sentido, pero en cualquier caso, desde mi punto de vista, con respecto al procés los y las exiliadas son lo único que ha conseguido mantenerlo vivo, políticamente hablando. O en todo caso presente en los medios internacionales, que más o menos a estas alturas parece —no me atrevo a más— que es lo único que queda; al margen, claro, de los juicios y la represión —recurrentes—, a los y las independentistas.

No acabamos el curso bien, por muchas razones, aunque las de otros ámbitos hayan pasado a primer plano. No nos equivoquemos con las vacaciones y las ganas de viajar. No vamos bien si no podemos estar aquí con normalidad; es decir, proyectar nuestra vida, sea esta la que sea, en el país en el que vivimos. Una cosa es querer ver mundo, otra muy diferente es pensar que en este país no hay oportunidades o no hay las suficientes; o lo que es peor, que es no solo posible, sino probable que en este país tus derechos no sean respetados y que eso te pueda poner en peligro.