Pablo Iglesias visitó el viernes a Oriol Junqueras en la prisión de Lledoners. En realidad, es una visita que debería haber tenido lugar antes de las vacaciones de verano, pero que el nacimiento prematuro —con solo seis meses— de los gemelos del líder de Podemos impidió. Sea como sea, la visita, en el contexto actual —con los presupuestos del gobierno de Sánchez en el aire—, subraya el rol del líder de ERC como principal referente del independentismo en el tablero español. El hecho de que ayer el president Puigdemont tuviera que reconvertir una cumbre de partidos y entidades independentistas en una reunión en torno al futuro Consell de la República puede ser interpretado, en paralelo, como un signo de debilidad.

Este protagonismo de Oriol Junqueras —Iglesias llamó el domingo por teléfono a Carles Puigdemont— no es, sin embargo, el único elemento de interés vinculado a los partidos catalanes y, en concreto, al campo soberanista-independentista. Me gustaría apuntar algunos otros.

- El Govern parece desconcertado, y en política lo que parece tiene consecuencias reales, absolutamente prácticas. Lo parece a pesar de que el ejecutivo es un buen ejecutivo —con algunas excepciones a veces evidentes— y que bastantes conselleries están haciendo bien su trabajo. El problema es que unos piensan en unos términos —pragmáticos— y otros en otros —idealistas o irrendentistas. El president forma parte de los últimos. Un president que, al definirse como vicario, no solo disminuye su autoridad ante todo el mundo, sino que se autoboicotea en relación con el liderazgo del propio Govern.

- En cuanto al PDeCAT: en su interior crecen las resistencias a entregar el partido a Puigdemont y su entorno para que hagan con él lo que crean conveniente. El asalto de Puigdemont al PDeCAT del pasado julio aprovechando la asamblea nacional —congreso— del partido le acabará pasando factura. Puigdemont logró hacer saltar a Marta Pascal por la ventana, pero el debate no está cerrado. Son varios los que, visto en perspectiva, lamentan que Pascal renunciase a plantar cara, aunque fuera para perder ante las tropas puigdemontistas.

- Dentro de siete meses hay elecciones municipales. Mientras ERC, dicen las encuestas, podría ganar en Barcelona, el independentismo en torno a Puigdemont y el PDeCAT acusa una cierta parálisis. Una vez comprobado que ERC no se avendrá a una alianza electoral —para mí, en el caso de Barcelona, una decisión difícil de entender en términos racionales—, el mundo postconvergente no parece capaz de reaccionar con determinación. Sobre la mesa, el nombre de Neus Munté, elegida en primarias por el PDeCAT. En paralelo, el ofrecimiento a Joaquim Forn para que sea él quien finalmente ocupe —desde la cárcel— el número uno de la lista, tal como estaba más o menos planeado hasta octubre del año pasado.

- Pero en mayo del año próximo no solamente tendrán elecciones en Barcelona, sino en el conjunto de los cerca de mil municipios catalanes. Y la gente del PDeCAT se siente abandonada, sin indicaciones claras, y teme algún nuevo giro argumental. Los alcaldes y concejales postconvergentes ven pasar los días y se van poniendo más y más nerviosos. Algunos están francamente molestos por la situación creada, que les causa dificultades añadidas a la hora de conseguir unos buenos resultados en sus pueblos y ciudades.

- ERC, donde el cambio —radical— de estrategia se operó prácticamente de un día para otro, pasando de exigir la independencia a un pragmatismo inexpugnable, tiene los deberes hechos. Y la factura, por lo que parece, no está siendo tan alta como alguien podría imaginar. Su ventaja está clara: tiene una estrategia y el partido funciona en coherencia con esta estrategia. En el caso del PDeCAT, no solo no hay estrategia, sino que el pulso entre pragmáticos e idealistas-irredentistas es evidente. Tiene un líder, Puigdemont, que, además de inscribirse en la segunda de las facciones, proclama que él no cree en absoluto en los partidos.

- La CUP ha decidido zambullirse a fondo en el relato idealista-irredentista, en mi opinión perjudicando gravemente y retrasando quizás por años las posibilidades de que Catalunya consiga autodeterminarse e independizarse. No se puede contar con ellos. El gran error fue querer creer que sí. Un error que se remonta a la etapa de Artur Mas y que contribuyó notablemente al encadenamiento de equivocaciones posteriores. Al margen de la obcecación de la CUP, mi sensación es, sin embargo, que los pragmáticos, muy minoritarios hace escasos meses, poco a poco ganan posiciones. Me refiero, que se entienda, a los pragmáticos de verdad. Es decir, aquellos que lo son no por conformismo o claudicación, sino justamente por lo contrario: por ambición, porque siguen queriendo ganar.

- El president Puigdemont puede tener la tentación, ante este panorama —que seguro que no es el que desearía—, de tirar por el camino de enmedio. Es decir, ordenar a Torra que convoque elecciones. Si hacer que se perdiera la mayoría absoluta independentista en el Parlament ya constituyó un disparate, convocar ahora unas elecciones sería una barbaridad. Por dos razones. Primera: porque el independentismo —visto en su conjunto— necesita tiempo para salir del desconcierto, rehacerse y reorganizarse (convocar elecciones tras las condenas del 1-O puede tener un sentido; hacerlo antes, no). Segunda razón: en el mejor de los casos, el independentismo lograría una mayoría similar a la actual.