ERC se afianza como fuerza hegemónica dentro del independentismo, al tiempo que el pospujolismo (Junts per Catalunya) va perdiendo fuelle. Lo confirma el último barómetro del CEO, la encuesta con una muestra más robusta de entre las que intentan saber qué piensan y qué sienten los catalanes. Es una tendencia en apariencia imparable, al menos con respecto a las elecciones españolas, el próximo 28 de abril.

En contra de lo que podría concluir alguien que, por ejemplo, estuviera muy pendiente de las redes, donde a menudo los puntos de vista más emocionales y desgarrados (o ingeniosos) son los que consiguen más popularidad, en el mundo real, que es al que intentan acercarse los sondeos, a ERC, electoralmente hablando, le van bien. Muy bien. Los votantes no consideran a los republicanos ni botiflers ni unos traidores. Al contrario, ganan fuerza.

El giro inmediato y aparatoso que dieron después de la declaración de independencia del 27 de septiembre de 2017, que ellos ayudaron a precipitar como el que más, está dando a ERC un muy notable rendimiento.

Cuando a alguien le pasa lo que le está pasando a Esquerra, es porque ha conseguido aproximarse a lo que una amplia mayoría ―en este caso del independentismo― piensa. Creo que, resumiendo muchísimo, puede expresarse de la siguiente manera: a) declarar la independencia en octubre de 2017 fue un error, que ha acarreado consecuencias nefastas desde muchos puntos de vista; b) el independentismo necesita recuperar fuerzas, seguir creciendo y trabajar mirando al futuro.

Mientras tanto, en el ámbito de Junts per Catalunya, que integra básicamente al PDeCAT y a los seguidores de Puigdemont, no se ha conseguido ni siquiera un análisis compartido de dónde estamos. Algunos dirigentes, un día sí y otro también, predican que la independencia está al caer, o que sólo hay que "implementar" lo que ya es un hecho. O que el Estado español va a desmoronarse como un castillo de naipes.

Puigdemont está haciendo que muchos, aunque no sea su opción preferida, hayan decidido o estén a punto de decidir dar sus votos a ERC

La batalla entre los que hacen caso de Puigdemont y Torra ―que presentándose como vicario del primero no sólo se quita autoridad, sino que perjudica a la institución, al soberanismo y al conjunto de los catalanes― y los que tienen una visión realista o pragmática está totalmente abierta. Además, desde este fin de semana, tras las valientes manifestaciones de Marta Pascal, la confrontación es también completamente pública. Puigdemont ha demostrado no tener manías, ha sumido al pospujolismo en la confusión y está haciendo que muchos, aunque no sea su opción preferida, incluso aunque no les guste, hayan decidido o estén a punto de decidir dar sus votos a ERC. Son independentistas y no comprenden ni comparten lo que está ocurriendo en la que sería su opción natural.

Que, como se puede ver a través de los resultados del barómetro del CEO, Junqueras sea mucho mejor valorado que Puigdemont o Torra tiene que ver, en parte, con ello. Y, seguro, con el juicio al Supremo en curso. Y, también, con el hecho de que entre el unionismo Puigdemont despierta una fervorosa animadversión, lo que hace que baje su valoración media.

Una interpretación interesada y de brocha gorda repite la vieja canción que reza que el independentismo se desinfla. La que antes era la canción del suflé, para entendernos. Pero el suflé, por muy difícil de interiorizar que a algunos les resulte, no baja. Permanece sólido (a pesar de todo). Eso sí: está cambiando de caballo en favor de ERC, que es quien ha sabido sintonizar mejor con el soberanismo. Además, el partido, su aparato, ha conseguido mantener el orden, al menos de puertas hacia fuera. En la casa vecina, como hemos dicho, las cosas han ido y van muy diferente.

En este contexto, es esperable que pronto ERC ―tras la tanda de elecciones y la sentencia del juicio en el Supremo― concluya que gobernar con la gente de Puigdemont no le sale a cuenta e inicie movimientos para precipitar las elecciones al Parlament. No son pocos los dirigentes republicanos que consideran que les perjudica la presidencia de Torra y el hecho de formar parte de un ejecutivo como el de ahora en la Generalitat. Que, objetivamente, la asociación es un lastre.

Por último, otra mala noticia para el unionismo, muy patente en el sondeo del CEO. La monarquía continúa como la institución peor valorada en Catalunya ―y la lista de instituciones que se examinan es larga―, convertida en poco más que la bandera del españolismo duro. No es casualidad. El rey optó en su momento, y ha ido insistiendo, en serlo únicamente de una parte de los catalanes. Y no sólo abandonar, sino también enfrentarse a los demás. La pésima valoración es el fruto de tal maniobra, y no es un elemento menor. Lo saben mejor que nadie aquellos que cada día, casi espasmódicamente, se encargan de recordar que el rey es el símbolo, la encarnación, de la sagrada unidad de España.