Aparentemente, ERC está consiguiendo imponer su estrategia. Una parte del independentismo parece haber aceptado que el pacto-alianza con Pedro Sánchez y el PSOE es hoy por hoy la única vía transitable. Que es lo que hay, como diría aquel. Otra parte lo rechaza con energía y la interpreta como una rendición. Y, una tercera, sencillamente, está desconcertada y/o asqueada, y ha decidido replegarse. "Cuando tengáis un plan—les ha dicho esta gente a unos y a otros— pues ya me avisaréis".

Poco a poco, digo, la situación parece decantarse a favor de una cierta consolidación de los republicanos. El ambiente reinante parece indicarlo, igual que las últimas encuestas publicadas. Tanto es así que algunos articulistas españolistas —que eufemísticamente prefieren autollamarse "constitucionalistas"— ya han empezado a avistar, confundiendo deseo con realidad, el retorno a la Catalunya espiritualmente autonomista.

Sin embargo, la realidad no solamente es compleja, muy compleja, sino absolutamente dinámica e incierta. Y que aparentemente ERC esté dominando la partida no es necesariamente definitivo, no determina —al menos todavía— el desenlace final. Porque a pesar de que a algunos no se lo pueda parecer, la posición de ERC no solo es arriesgada y, por lo tanto, frágil, sino que este partido se enfrenta a la gran desventaja de no depender solo de él, sino también de Sánchez y, más en general, de cómo evolucione la convulsa política española.

La posición de ERC no solo es arriesgada y, por lo tanto, frágil, sino que este partido se enfrenta a la gran desventaja de no depender solo de él, sino también de Sánchez y, más en general, de cómo evolucione la convulsa política española

Lo hemos visto en el episodio, todavía abierto, de la ley del audiovisual y el catalán. ERC dio luz verde a los presupuestos de Sánchez y justo después descubrió, con espanto, que le habían tomado el pelo. Se lo habían tomado por ingenuidad y poco rigor, pero también porque los socialistas del gobierno de Sánchez planificaron y consiguieron embaucarla. Literalmente. Para hacerlo un poco más sangrante, cabe decir que no es la primera vez que Sánchez y su gente dicen o firman una cosa y posteriormente alegan que todo fue un malentendido. Es algo que empieza a ser un hábito.

Delante de eso, ERC tiene muy poca fuerza, porque ha apostado todas sus fichas al diálogo, la negociación y al acuerdo con Pedro Sánchez. Por eso, y porque afecta a una cosa tan vital como el catalán, la cuestión de la ley audiovisual es muy relevante. Mucho, a disgusto de algunos cínicos de aquí y algunos miopes de allí que quieren restarle importancia.

Si los catalanes perciben que ERC se somete al PSOE a cambio de nada, en el caso de la ley audiovisual, por ejemplo —o en otros, como la financiación—, y si la mesa de diálogo fracasa, a los de Junqueras las cosas se les complicarán. Su estrategia neopujolista del 'peix al cove 3.0' [estar en el bote] (un pescado que solamente pueden intentar conseguir con la izquierda española, pero no con la derecha, a diferencia de Pujol) naufragará sin remedio.

Pero este no es el único peligro. Hay otra amenaza, grave, en el horizonte. Una amenaza bien real, que puede, ella sola, acabar con la ruta que impuso Junqueras después del 27 de octubre de 2017. Me refiero a una posible victoria de las derechas en España (en el 2023 o quizás el próximo año) y la conformación de un gobierno entre PP y Vox. La fuerte ofensiva que PP y Vox desencadenarían sobre Catalunya obligaría a ERC a liquidar precipitadamente su estrategia y a enterrar su relato sobre el diálogo y la negociación. Y enmendándose dramáticamente, volver al pasado, es decir, antes del otoño de 2017. A ser muy combativa y beligerante. El problema es que este es un relato, una estrategia y un espacio que está y seguirá estando ocupando por Carles Puigdemont y Junts per Catalunya, que entonces dispondrán de toda la ventaja.