Esquerra Republicana empezó mal, muy mal, las negociaciones. Ya antes del 14-F su presidenciable había insistido en la idea de un gobierno amplio que abarcara desde la CUP hasta el PDeCAT, pasando por Junts. Un claro despropósito, pero, bueno, en la campaña y en la precampaña se dicen muchas cosas. El problema es que la cosa no quedó aquí.

Una vez con los resultados del 14-F en la mano, ERC quiso actuar como si su sueño se hubiera cumplido, es decir, como si hubiera ganado JxCat de calle, intentando convertir el partido de Carles Puigdemont en uno más. Un afán estrábico. El triunfo apoteósico no se produjo: un solo diputado separaba y separa ERC de JxCat.

Los negociadores de ERC, quizás llevados por un exceso de euforia, deciden pasar a la ofensiva, muy a la ofensiva. Primero, priorizan la CUP, con la cual traban un acuerdo que compromete un gobierno que todavía no se ha formado, y que tiene que nacer de la conjunción con JxCat. Por si fuera poco, la CUP se quedará en la oposición y Aragonès se tendrá que someter a una moción de confianza a media legislatura. Brillante.

No contentos con eso, los negociadores de ERC flirtean, o escenifican un flirteo —en la línea del publicitado gobierno de frente amplio— con En Comú Podem, una formación absolutamente incompatible —y enfrentada— con Junts, como los mismos comunes habían dejado muy claro.

Todo, supone un monumental error, inexplicable en personas adultas y que algo deben saber de política. La secuencia lógica, evidentemente, era otra: pacto con JxCat y, en paralelo o a continuación, búsqueda coordinada de apoyos para la investidura.

Algunos, como los comunes, han insistido, para incomodar a ERC, que la formación de Oriol Junqueras arrastra un complejo de hermano pequeño frente a JxCat. No olvidemos que todo hermano pequeño, en el fondo de su alma, incuba a menudo un sordo resentimiento contra la tiranía del mayor. Sea como sea, y como bien decía aquel, los experimentos más vale hacerlos con gaseosa.

La secuencia lógica era otra: pacto con JxCat y, en paralelo o a continuación, búsqueda coordinada de apoyos para la investidura

No sé si hace falta apuntar aquí lo que he escrito muchas veces, pero, por supuesto, en esta relación entre ERC y Junts per Catalunya, entre Junts per Catalunya y ERC, nadie está exento de culpa. Nadie es inocente. Es realmente complicado, diría que imposible, discernir quién es más culpable de las pésimas relaciones entre unos y otros, que hace tanto que se arrastran.

Al ver cómo se comportaba ERC, Junts decidió esperar, verlas venir. Sabían que ERC acabaría llamando a su puerta, no tenía más remedio. Y entonces le harían pagar el precio de la ofensa. Naturalmente, el precio subió. Así, JxCat exige un pacto de legislatura (programa de gobierno para los cuatro años), además de garantías con respecto a la política en Madrid y el rol de Carles Puigdemont y el Consell per la República. Por supuesto —y aquí con toda la lógica— se sacuden de encima los compromisos adquiridos por ERC con la CUP.

Así se llega a las dos investiduras fallidas de Pere Aragonès.

Desconcertados, el único argumento de ERC es que hay que ir rápido porque el país necesita relevar al gobierno en funciones por un gobierno en plenitud. No mencionan los republicanos el tiempo perdido con la CUP y los comunes. Tampoco, por ejemplo, que ERC estaba entre los partidarios de aplazar las elecciones del 14-F para hacerlas bastantes semanas después (en concreto, el 30 de mayo). Los republicanos avisan también de que unas nuevas elecciones supondrían un descalabro y un desprecio que los ciudadanos no perdonarían al independentismo.

Carles Puigdemont y Jordi Sànchez saben que este último argumento es de peso. Que en este apartado los republicanos tienen razón. Y diseñan una respuesta para neutralizarlo y utilizar la presión de ERC contra ERC misma. Como los yudokas, utilizarán el impulso del adversario para desequilibrarlo.

El contraataque no lo improvisan. Se prepara cuidadosamente. Las palabras exactas, quién lo dirá —el propio Sànchez— y cuándo y dónde lo dirá. Así, el domingo 4 de abril, en la primera página del diario La Vanguardia aparece un recuadro con una entrevista a Sànchez. El titular, el que Sànchez y Puigdemont habían modelado: "No especularemos con elecciones; si quieren, que gobiernen en minoría". Patapam.

El pacto de izquierdas, con el cual ERC había coqueteado en su afán de cercar Junts, deja de ser una amenaza para Junts. Al contrario, Sànchez está invitando ERC a pactar con los comunes y a depender de los diputados de Salvador Illa, el PSC menos catalanista (más españolista, si lo prefieren) desde su fundación en 1978.

Con su movimiento, JxCat está invitando a ERC a escoger: o pactan con ellos o Junts los ayudará amablemente a suicidarse

No hay que ser Henry Kissinger para darse cuenta de que un gobierno con los comunes y que dependa del PSC empuja ERC a un fracaso seguro. A algo que acabará como el rosario de la aurora probablemente antes de llegar al final de la legislatura. Un gobierno en minoría con dos partidos en la oposición, el PSC y JxCat, decididos a reventar y hundir la nave gubernamental cuanto antes mejor.

Con su movimiento, JxCat está invitando a ERC a escoger: o pactan con ellos o Junts los ayudará amablemente a suicidarse. Además, lanza a la ciudadanía el mensaje de que JxCat en ningún caso empujará al país a unas nuevas elecciones. Junts entrega una pieza, hace un sacrificio material (el gobierno) para conseguir una posición mejor, ventajosa, siempre con el pensamiento puesto en la victoria futura. Esto en ajedrez se llama gambito, y es verdad que a menudo entraña un riesgo notable.

Desde aquella portada, la duda corroe a los principales dirigentes de ERC, aunque algunos hayan hablado de "fanfarronada" o "farol". Pero el miedo empieza a hacer mella. "No se atreverán a hacer eso", dicen algunos, con aparente seguridad. "Ya, ¿pero y si resulta que sí que son capaces?", replican los otros. Cada vez que un republicano habla con alguien de Junts inevitablemente surge la cuestión.

En JxCat no ha habido —fíjense— nadie que haya contradecido a Sànchez, al contrario. Eso no quiere decir que la jugada haya gustado a todo el mundo. Si dividimos, a efectos de análisis, el partido de Puigdemont en dos grandes sectores, el sector institucional —mayoritariamente procedente de CDC y el PDeCAT— y otro sector en el que predomina la gente que viene de otras fuerzas o, sobre todo, del activismo civil, nos daremos cuenta de que unos y otros no piensan lo mismo.

Los primeros prefieren por encima de todo que se cierre el pacto con ERC. Y no solamente porque muchos ocupan cargos en la Generalitat, sino también por filosofía, por talante. En cambio, a los del otro sector no les importaría ir a la oposición. Argumentan estos últimos, además, que el partido se lo puede permitir. Tiene, aseguran, las cuentas saneadas. Y tampoco tiene deudas. En este sentido, remachan, "somos muy libres".

Cuantos más días sin acuerdo pasan, es evidente que poco a poco la hipótesis de facilitar un gobierno presidido por Aragonès va cogiendo consistencia, va cogiendo cuerpo. Entre el sector institucional, porque se han ido mentalizando de que es una cosa que puede pasar, no sólo un modo de presionar ERC. Entre los demás, porque les atrae, diría que les seduce, la perspectiva de ser la oposición a un gobierno de ERC atado de pies y manos al PSC. Y, claro, porque les deleita el horizonte de una legislatura corta y de unas futuras elecciones en las que, se dicen, JxCat pasará por encima de ERC como una apisonadora de gran tonelaje.