En la CUP están pendientes de si David Fernàndez se decide a encabezar su lista para las próximas elecciones en el Parlament, el próximo mes de febrero. Por su parte, el sábado, en Catalunya Ràdio, Carles Riera confesaba que él aspira a repetir como presidenciable de la formación anticapitalista. En el momento de escribir estas líneas, desconocemos el desenlace.

Todo el mundo está de acuerdo en que Fernàndez —independiente y periodista— sería un mucho mejor candidato que Riera —psicólogo Gestalt y a quien podríamos clasificar de bobo (bourgeois-bohemian, en francés; aproximadamente, pijoprogre)—. Fernàndez "arrasaría", comenta todo el mundo, partidarios y contrarios, cuando se habla de su retorno a la primera línea política (ya fue diputado entre el 2012 y el 2015).

Fernàndez ha conseguido, con su tono pausado, una buena retórica y la aparición constante en los medios, hacerse simpático incluso a ojos de muchos convergentes de toda la vida. Su mensaje de extrema izquierda y a veces delirante lo sabe envolver en un aura edulcorada y de respetabilidad. En este sentido, vale la pena evocar el célebre abrazo con Artur Mas el 9-N del 2014, el día de la consulta popular sobre la independencia. Un abrazo que le vino muy bien a la CUP y, en cambio, resultó letal para Mas.

Parto de la premisa, para mí innegable, de que la CUP ha sido uno de los grandes problemas del independentismo, al condicionar demasiado y muy negativamente la estrategia del conjunto. Recordemos, por ejemplo, que la CUP después de las elecciones del 2015 vetó a Mas como president y lo envió, como se enorgullecieron los cupaires, "a la papelera de la historia". El relevo de Mas fue Carles Puigdemont.

Todo este tipo de peligrosos despropósitos es mejor que los enarbole el peor candidato posible y, entre Riera y Fernàndez, claramente este es el primero

En aquellas elecciones del 2015, la coalición JxSí —convergentes y republicanos— no quisieron o supieron contrarrestar a la CUP, que obtuvo ni más ni menos que diez diputados absolutamente decisivos. Entonces los anticapitalistas impusieron la aceleración del procés, y forzaron el independentismo a apresurarse e improvisar para poder convocar el referéndum del 1-O.

Por eso, y por su programa de izquierda radical absolutamente tóxico, lo mejor que le puede pasar al independentismo y al país es que el cabeza de cartel de la CUP sea Carles Riera. Y que sea él quien defienda cosas como el "conflicto permanente en la calle" y, en el campo institucional, la ruptura de las leyes y órdenes del Constitucional. La CUP alienta a la confrontación advirtiendo al mismo tiempo que "la independencia no será indolora". ¿Por qué nunca acaban de hablar claro?

No deja de ser paradójico, por otra parte, que la CUP insista en su bulla siendo, como es, la fuerza independentista que menos represión ha sufrido —de hecho, muy poca— y tenga la cara de seguir pontificando desde una autoatribuida superioridad moral. O que censure duramente al gobierno de JxCat y ERC culpándolos de la situación socioeconómica en que se encuentra el país, mientras que ellos, aparte de no dar ninguna alternativa razonable para la crisis, exigen el ataque en todos los frentes y sin límites al estado español. ¿No tendría que ser salvar las empresas y los puestos de trabajo la primera prioridad?

¿En la dimensión nacional, en primer lugar no habría que tratar de recuperar una cierta cohesión en el seno del independentismo? Conviene, además, intentar mejorar el diálogo con los catalanes que no son ni soberanistas ni independentistas para probar de sumar más voluntades al proyecto, antes de empujar el país a un nuevo enfrentamiento con el Estado, el cual hoy, aunque en la CUP no lo sepan, sólo puede acabar en otro fracaso humillante.

Ya digo, todo este tipo de peligrosos despropósitos es mejor que, en definitiva, los enarbole el peor candidato posible, y entre Riera y Fernàndez, claramente este es el primero. Cuantos menos diputados saque la CUP, mejor y más claro —o menos complicado y turbio— será el futuro del independentismo y de Catalunya.