La primera batalla que se le presenta a Àngels Chacón y a su proyecto de partido, Centrem, son las elecciones municipales de 2023. A día de hoy, en los pueblos y ciudades con alcaldes del PDeCAT la confusión y la tensión son totales. Junts per Catalunya sigue presionando a los alcaldes del PDeCAT para que se cambien de camiseta, mientras Chacón y los suyos se afanan por retenerlos. El objetivo de la exconsellera es convencer a unos cincuenta de que pueden optar a la reelección a través de fórmulas diferentes (cada pueblo o ciudad es un mundo) en las elecciones.

Entre los alcaldes del PDeCAT ―unos 170― todo el mundo piensa y evalúa qué hacer. De entrada, se encuentran con que pertenecen a una marca que prácticamente es sólo eso, una marca. No hay estructura, de modo que el partido se ha convertido en una especie de caparazón vacío. En efecto, el PDeCAT prácticamente ha desaparecido como organización y los alcaldes se encuentran desamparados. Es por eso que los cargos del PDeCAT se preguntan, por ejemplo, por qué caray tienen que seguir ingresando una parte de su salario en la cuenta de un partido que, de hecho, es ya un ectoplasma.

En el ámbito local, resumiendo, cada alcalde hará lo que considere mejor para él y su municipio. También existen, claro, los que, asqueados, sopesan si no ha llegado el momento de dejarlo.

Sin embargo, si Centrem, que el próximo mes de marzo celebrará su congreso fundacional, no lo tiene nada fácil en el ámbito local, tampoco su futuro parece muy esperanzador con respecto a la dimensión nacional.

Centrem ambiciona, en principio, convertirse en un partido con todas las de la ley, no una federación o coalición. Veremos si eso es así a corto plazo o hay que recurrir a alguna fórmula de transición. Como oferta política, y como su nombre indica, el partido de la exconsellera quiere situarse en el centro. Les preocupa, ha explicado Chacón, impulsar la economía para mantener los servicios y prestaciones que caracterizan el estado del bienestar. Apuestan por la iniciativa privada y bajar la fiscalidad tanto a familias como a empresas y autónomos. Su espíritu es fundamentalmente liberal, pero caben desde socialdemócratas a democristianos.

Dos de los elementos que complican y complicarán mucho la vida a Centrem son, fundamentalmente, Carles Puigdemont y la represión

Con respecto al eje nacional, la ambigüedad es muy grande. El mínimo común denominador de la gente que ―además de Chacón― se ha conjurado para alumbrar y hacer andar el nuevo partido ―David Bonvehí y Marc Solsona (del PDeCAT), Germà Gordó (de Convergents), Antoni Fernández Teixidó y Roger Montañola (de Lliures), y Astrid Barrio (de la Lliga Democràtica)― es el fortalecimiento del autogobierno. A partir de aquí las preferencias son diversas. Eso sí, tienen que ser siempre vías acordadas con el Estado, legales y votadas por los ciudadanos. Descartan de lleno, pues, la unilateralidad, a la vez que reclaman una solución para los independentistas exiliados y que se pare la judicialización.

Justamente, dos de los elementos que complican y complicarán mucho la vida a Centrem son, fundamentalmente, Carles Puigdemont y la represión. Mientras la tensión y las emociones ―lógicas― sigan condicionando intensamente la política catalana es difícil que Centrem pueda ganar el espacio suficiente. En este sentido, la "normalización" de la situación en Catalunya ―que Chacón ha fijado como uno de sus objetivos― le iría muy bien al nuevo partido. Sin embargo, no parece fácil que esta "normalización" ―o este "pasar página", como diría Salvador Illa― pueda llegar a corto plazo. Mientras tanto, será muy complicado para Centrem atraer ―suficientes― votantes de JxCat, que es con quien competirá directamente.

Otro problema es de liderazgos. No parece que la figura de Chacón ―a pesar de no ser una mala líder o candidata― tenga la fuerza de tracción que requiere arrancar en un contexto que no es propicio, a pesar de que, como se dice y se repite, pueda haber unos 300.000 electores situados en las coordenadas de Centrem. Pero una cosa es coincidir en las coordenadas y la otra votar un partido nuevo y desconocido. Entre el resto de dirigentes de los partidos que se han puesto de acuerdo, tampoco hay ninguno que pueda ponerse en frente. Más bien, todos o la gran mayoría tendrían que quedar en un segundo o tercer plano.

La última pega, que puede parecer menor pero no lo es, son las reticencias de personas provenientes de Convergència Democràtica ―escaldadas por razones evidentes― o de otras formaciones, que, mientras piensan qué hacer, se preguntan legítimamente de dónde saldrá el dinero para financiar el nuevo partido y las campañas que vendrán, un partido que, recordémoslo, a día de hoy tiene cero militantes. Muchos de los que intentan avistar y calibran futuros posibles no pueden evitar que les asalte la misma pregunta que asaltó a Josep Pla en 1954 al contemplar Nueva York iluminada: "Y todo eso, ¿quién lo paga?".