Con las elecciones municipales a ocho meses, la sensación es que el independentismo está embobado en Barcelona. Candidatos provisionales o poco seductores y, sobre todo, incapacidad para forjar una candidatura entre sus dos grandes fuerzas. Sin embargo, el independentismo no puede desaprovechar la oportunidad de conquistar el Ayuntamiento de Barcelona.

Contrariamente, sus dos grandes adversarios lo tienen claro. Por un lado, los comuns, a pesar de la anemia de ideas y la torpeza demostrada, disponen de un activo potente: Ada Colau. El poder confiere carisma y Colau cuenta con la simpatía de muchos barceloneses. Ella, además, ha sabido administrar una especie de populismo sentimental que tiene su público en el ecosistema de la ciudad. Puede ganar de nuevo.

En el unionismo, Manuel Valls, uno de los políticos más desprestigiados de Francia, está demostrando cierta intuición

En el unionismo, Manuel Valls, uno de los políticos más desprestigiados de Francia, está demostrando cierta intuición. Enseguida se ha dado cuenta, por ejemplo, de que Ciudadanos tiende a desinflarse. Y por eso se distanciará tanto como pueda de esa marca y adornará su lista de independientes que brillen. Ha fichado, además, al audaz Jordi Mercader, uno de los artífices de la que es posiblemente la mejor campaña electoral que ha visto Catalunya: la de Pasqual Maragall al Govern de la Generalitat de 1999. Valls lleva tiempo haciendo la pelota a pijos, a personas influyentes y a los que tienen dinero. Es seguro que su campaña estará muy bien dotada económicamente, algo que intimida a las demás fuerzas políticas. Con los millones del Upper Diagonal, intentará embaucar a la gente de los barrios para que lo voten. Puro lerrouxismo 2.0, pero tiene posibilidades.

¿Y en el lado soberanista? Solo sabemos que el PDeCAT eligió a Neus Munté como alcaldable. Pero Munté está entre paréntesis. En una especie de limbo. Todo el mundo está pendiente de lo que se le ocurra a Carles Puigdemont. No se sabe quién es su candidato. Antes de las vacaciones de verano ofreció el puesto de alcaldable a un conocido periodista catalán, que educadamente desestimó la oferta. Ahora dicen que tiene un tapado o tapada, un candidato o candidata sorpresa. Mientras tanto, Ferran Mascarell —que hace tiempo que se prepara por si la oportunidad se le presenta— espera acontecimientos.

ERC quiere —lo quiere mucho— ganar. Tiene la sensación de que demasiadas veces ha tenido la miel en los labios para finalmente fracasar. La última, el 21-D, justamente ante Puigdemont. Además, también juega el odio fraternal que se profesan mutuamente con los postconvergentes. La cúpula de ERC decidió hace un tiempo que Alfred Bosch no sería su candidato, aunque él lo deseaba vivamente. El alcaldable será Ernest Maragall. Tengo dudas, con todos los respetos, que en el ámbito de ERC no haya nadie con más atractivo electoral. No me parece, vamos, que Maragall sea un candidato ganador y me extraña que en su casting los republicanos no hayan encontrado a alguien mejor. Además, un alcaldable con poco gancho como Maragall conlleva el riesgo de facilitar la polarización Colau-Valls, escenario nefasto para el independentismo.

El independentismo no puede permitirse perder otra vez ante Colau, ni ante Valls

Todo ello no tendría mayor importancia si no fuera porque, tal como están las cosas y el país, el independentismo no puede permitirse perder otra vez. Ni ante Colau ni mucho menos todavía ante la vacía y demagógica operación de marketing que es Valls.

Y aquí viene cuando cobra importancia un detalle digamos técnico: a diferencia de lo que sucede en las elecciones al Parlament o al Congreso español, en unos comicios locales es absolutamente trascendental ganar. Quedar delante. Aunque sea por un voto. Quien gana gobierna, siempre que no haya una mayoría que se alíe para impedirlo, y eso es raro que ocurra. La prueba fehaciente es que Colau manda teniendo solo 11 de 41 concejales. Fíjense, además, en que nadie que no haya ganado ha sido alcalde de Barcelona desde el restablecimiento democrático.

El independentismo tiene un par de grandes retos electorales tangibles y alcanzables a corto plazo. Uno es superar el 50 por ciento de los votos en unas elecciones al Parlament. El otro es conquistar Barcelona. Y la mejor manera de asegurar lo último es que postconvergentes y ERC, y otras fuerzas si quieren, concurran juntos a las elecciones. El candidato puede ser de unos o de otros, o un independiente consensuado. En realidad, deberían elegir al mejor candidato, prescindiendo de todo lo demás. La lista también debe ser atractiva. Porque el independentismo, además de ganar, necesita gobernar bien. En este aspecto cuenta con una ventaja: la mediocridad actual hará que los que vengan detrás, por poco que se esfuercen, sean vistos como excelentes gobernantes de la ciudad.