Barcelona es una cosa y el resto de municipios catalanes, otra distinta. La capital es una cuestión de política nacional, mientras que el resto es, sobre todo, política local, se insiste. Estoy de acuerdo. A la hora de analizar una y otra cosa hay que hacerlo con gafas distintas.

Me extenderé poco en Barcelona, ​​donde Ada Colau ha preferido pactar con el PSC y obtener los votos de Valls (que no son ni serán gratuitos) que gobernar con el partido con el que claramente más coincide, ERC. ¿Por qué? La respuesta es simple: porque quería la alcaldía. Las políticas serán menos coherentes, pero Colau tendrá la vara y saldrá en las fotos. Los comuns han considerado que el precio vale la pena. ¿Decisión legítima? Sí. ¿Contradictoria con su proyecto para la ciudad y su discurso moralista? También.

Vamos al resto de ciudades, villas y pueblos. Me concentro en un par de cuestiones. Por un lado, el buen papel del PSC, que no ha sido barrido del mapa, como alguien podría haber imaginado unos meses atrás. El cinturón de Barcelona sigue siendo su área más propicia. Han pactado sin reparos con el independentismo en bastantes lugares. Vilafranca del Penedès, donde han apoyado el posconvergente Pere Regull, es un ejemplo entre otros. Es por ello que chocan las expresiones de resentimiento y de atrincheramiento de algunos de sus miembros y dirigentes. Deberían revisarlas, aunque no hayan dejado de quejarse amargamente de los que los querían excluir o considerar idénticos al PP o Ciudadanos.

El otro cuestión es enrevesada. El independentismo, en su conjunto, ha obtenido muchas alcaldías, eso es indudable. Pero tengo la sensación de que el periodo de negociaciones que hemos vivido, y que en algunos casos se ha extendido hasta el último momento, ha contribuido no a mejorar, sino a empeorar —más— las relaciones entre ERC y Junts per Catalunya. Aquí podríamos citar el caso de Sant Cugat del Vallès, donde los republicanos han ayudado a descabalgar a los posconvergents, pero hay más.

Los republicanos, tengo la impresión, creen menos en tal solidaridad independentista o "unidad estratégica"

De lo que ha sucedido ambas fuerzas deberían sacar conclusiones, pero muy singularmente Junts per Catalunya. Estos últimos parecen creer que, dada la situación de anormalidad a que está sometida Catalunya, debe existir una especial solidaridad entre unos y otros, quienes, por otra parte, gobiernan juntos en la Generalitat. Los republicanos, tengo la impresión, creen menos en tal solidaridad independentista o "unidad estratégica". La razón es que han llegado a tres conclusiones —asumidas por todos en general, del primero al último— que los hacen menos "sentimentales".

La primera conclusión: ERC debe consolidar su hegemonía política. Esto, claro, no pasa por 'ayudar' a los de Puigdemont y Torra. La excepción es la defensa solidaria de los presos, de los que están fuera del país y la lucha contra la represión. La segunda: saben que es necesario que haya más independentistas. Ampliar la base, lo han llamado. Este objetivo supone cerrar alianzas que no sean con Junts per Catalunya, sino con fuerzas de izquierdas (como estaba previsto en Barcelona, ​​por otra parte). Y la tercera: tras el desastre del 27 de octubre de 2017, los republicanos hicieron enseguida una especie de reset o de reprogramación mental. Saben que no estamos a punto de alcanzar la independencia, sino que falta mucho para que Cataluña tenga su oportunidad. Como no nos encontramos al borde de ningún momentum, es necesario que las formaciones independentistas hagan cada una su camino y su trabajo. Puede gustar más o menos, pero aparentemente en ERC lo tienen bastante claro.

Estaría bien que Junts por Catalunya también dispusiera de un análisis y de una estrategia claras. Prácticamente siempre resulta mejor tener un plan que no tenerlo.