Decíamos ayer que cuando Michel Rocard se convierte en primer ministro no quiere que Manuel Valls entre en su gobierno porque solo es un apparátchik. No tiene oficio ni beneficio y le recomienda que retome sus estudios. Pero Manuel Valls, que nunca obtendrá un trabajo desvinculado de la política, consigue ya entonces contradecir a su mentor y ser incorporado al equipo de Matignon a través de sus propias redes clientelares. Hay que añadir que, en algún momento de su biografía, se convierte francmasón; quizás ya lo es entonces, una característica que le será enormemente útil cuando sea nombrado ministro del Interior francés. El ministerio de la policía, así como en España es un nido de ultraderechistas, en Francia siempre ha estado muy influido por el grupo de los de la G mayúscula, la escuadra y el compás. El secreto y la conspiración parecen acompañar siempre la meteórica carrera de Manuel Valls, un hombre altivo, frío, colérico, vengativo, temible, que sabe desarrollarse muy bien en el territorio de las sombras, de los silencios opacos, de la actividad política clandestina que nunca se muestra ante la opinión pública porque no puede mostrarse.

El secretismo que ha rodeado siempre la figura política de Manuel Valls parece tener relación con su pasión por el dinero y por el control efectivo de las fuentes de financiación. Ya desde su época de estudiante, como consejero del primer ministro para asuntos de juventud, durante muchos años, el pequeño barcelonés será también el administrador de la MNEF, la Mutuelle nationale des étudiants de France, la seguridad social de los estudiantes franceses, un organismo riquísimo, con gran capacidad económica y con un notable poder e influencia. Nunca se ha podido probar ninguna irregularidad que cuestione la gestión de Manuel Valls, pero lo cierto es que hay una casual coincidencia cronológica. En los años noventa estalla en Francia el famoso caso de corrupción de la MNEF, una estafa que supone el enriquecimiento particular de algunas personas y la existencia de falsos puestos de trabajo remunerados. Los implicados son destacados miembros del Partido Socialista francés, concretamente dos grandes amigos de Valls, Olivier Spithakis y Jean-Christophe Cambadélis.

Es bastante curioso que Manuel Valls, este exlíder estudiantil, tenga tan pocos estudios y que, en cambio, se haya mantenido en todos los gobiernos socialistas sin tener ninguna capacidad técnica derivada de su formación, sin tener ninguna experiencia como alto funcionario del Estado ni como experto profesional en ninguna materia. Efectivamente, con la llegada de Lionel Jospin al cargo de primer ministro, volvemos a encontrar a nuestro catalán en un cargo de gran responsabilidad del gobierno socialista, concretamente como asesor para la comunicación. Se convierte también en un importante personaje en la agencia de publicidad Euro RSCG —actualmente Havas Worldwide London— con gran influencia en el ámbito internacional de la comunicación y del marketing político. Valls, el socialista Valls, luchará con gran determinación en la batalla comunicativa a favor de la OPA de la BNP sobre Paribas en 1999, nada menos que el primer banco de la zona euro en el año 2016. Después de este éxito se convertirá en una figura imprescindible en el pequeño mundo de los grandes negocios en París, con un pie en el palacio de Matignon. Una pieza clave en una red de intereses comunicativos vinculados a las altas finanzas, una red en la que participan sus amigos Stéphane Fouka, Jean-Christophe Cambadélis, Jean-Marie Le Guen y a la que pronto se vinculará un nuevo “amigo”, un personaje muy poderoso y famoso, un personaje tan determinante como el ministro de Finanzas de Lionel Jospin, Dominique Strauss-Kahn.

Manuel Valls no es otra cosa que un político cruel, un integrista partidario del statu quo

El éxito de Manuel Valls se consolida tras su paso por el gobierno Jospin. Será nombrado alcalde de Évry en 2001 y diputado por la circunscripción de Essonne en 2002. François Hollande lo nombrará ministro del Interior y, más tarde, primer ministro de la República Francesa. Encarna como nadie el socialismo que, por un lado, busca los votos de las clases humildes y medianas y, por otro, tiene incestuosas relaciones con el capitalismo más salvaje. Con el pretexto de “modernizar la rigidez del Estado providencia” tal como recomendaba su mentor Michel Rocard, en realidad ha contribuido insistentemente para deshacerlo y americanizar, a la manera de Trump, la economía de una potencia tan importante como es Francia. Bajo la bandera de “autoridad, seguridad, identidad”, el discurso político nacionalista y estatalista de Manuel Valls compite en el mismo territorio que la ultraderecha de Marine Le Pen, al reivindicarse como un feroz enemigo de la inmigración extracomunitaria, en sintonía con la actual política del ministro del Interior de Italia, Matteo Salvini. Se considera un “realista” frente a las ilusiones fantasiosas de la redistribución de la riqueza cuando, en realidad, Manuel Valls no es otra cosa que un político cruel, un integrista partidario del statu quo, del conservadurismo más rancio y de la perpetuación de las desigualdades sociales. Con todo este currículum personal tan jugoso, si algún día llegara a ser alcalde de Barcelona y a gobernar la capital de Catalunya, ¿que podría salir mal?