Linus es un personaje entrañable de la serie de historietas de Charlie Brown. Se le reconoce enseguida por ir siempre con una mantita azul, que lleva invariablemente sobre el hombro derecho, mientras utiliza el pulgar de la mano izquierda como chupete. Linus es el hermano pequeño de Lucy, que le quita el sitio delante del televisor y le insiste para que se deshaga de su "manta de seguridad". Pero es que Linus, a pesar de ser lo bastante inteligente para tener solos 4 años, todavía necesita creer en calabazas mágicas y reafirmaciones inciertas para hacer frente al día a día. Linus, si lo recuerdan, se empeña en no perder nunca la fe ni en sus ritos ni en sus mitos: se ve a sí mismo como filósofo y teólogo, y procura crecer manteniendo el equilibrio. Es, de hecho, una metáfora de incertidumbres y contradicciones no asumidas y próximas.

Muchos de los momentos en los cuales aparece en la tira de Charlie Brown nos hacen pensar en ejemplos à la Linus que encontramos en la vida cotidiana, y nos haría sentir ternura si su manera de afirmarse consiguiera siempre salir adelante sin herir ni hacer daño a otros. De hecho, una de las mejores presentaciones en sociedad de Linus van Pelt la hizo, en este sentido, el creador del personaje, Charles M. Schulz, que al decir: "Linus es mi lado serio, es el intelectual de la casa, brillante, bien informado, cosa que supongo que puede contribuir a sus sentimientos de inseguridad". Y somos muchos los que querríamos hacer nuestra la frase de Schultz si la inseguridad que le ha conferido a su personaje, textualmente, se tradujera en la aceptación de la duda. Si viéramos, por ejemplo, las calabazas que nos dan como lo que son, calabazas. Si aceptáramos que los errores de elección y criterio no se pueden desbordar a la sociedad en forma del dogma que empequeñece y no quisiéramos hacer pasar las derrotas por victorias ni nos confundiéramos de enemigo. Cuando la deriva de la ficción se sale de madre puede hacer mucho de daño y hay que retornar de forma urgente a la realidad. Porque el dogma por sí mismo ya es lo bastante malo, pero imponerlo más allá de la medida, de espaldas a la razón, es mucho peor.

No se puede insistir, y a estas alturas todavía menos, en la confusión de los términos negociación y diálogo mientras se devalúa la una y el otro. No se puede mantener la ficción de hacer pasar el imposible por razonable

No se puede insistir, y a estas alturas todavía menos, en la confusión de los términos negociación y diálogo mientras se devalúa la una y el otro. No se puede mantener la ficción de hacer pasar el imposible por razonable, ni querer hacer creer que se ha conseguido la cuadratura del círculo cuando los problemas se hacen más grandes, los adversarios se ven como chivos expiatorios y los auténticos enemigos como "el amigo imaginario" que nos ayuda a caernos, haciendo ver que está a nuestro lado en los peores momentos. Así, se extiende la distopía del malestar como diálogo utópico, hasta incluir al PP y a Vox en un futuro próximo, y se ayuda a que la profecía de las encuestas interesadas se autocumpla blanqueando lo peor de la herencia franquista: la corrupción y el autoritarismo imperial de cuartel y sacristía.

Nuestra tradición representa a nuestros herederos y herederas con alpargatas y barretina o redecilla y mitones, pero nunca con mantita azul, de lado, sobre la espalda. Ni con el pulgar de chupete. Somos lo bastante mayores para dejar de lado las muletas psicológicas, y no dar vida a amigos invisibles. Somos lo bastante fuertes y lo bastante conscientes como para gritar que el rey va desnudo. Porque el rey va desnudo... y lo sabemos, por más que seguimos pagando las facturas de todos los listillos de sus sastres.

Una nación milenaria puede tener momentos de renacimiento y refundación, con nuevos perfiles de presente y futuro que la tendrían que hacer más fuerte. Y somos muchas las personas —y no solo independentistas— las que vemos en el uno de octubre del 2017 como una especie de revelación plural, valiente y empoderada de un pueblo que se sorprende a sí mismo —y se gusta— en la afirmación del derecho nacional que la hace ser como es, la transforma y la hace crecer sin engaños ni muletas. No queremos ni podemos renunciar porque sería tanto como retroceder de la dignidad, y desistir de lo que somos: nuestra identidad, nuestro coraje y nuestra memoria.