Dudo mucho que Puigdemont vuelva a Cataluña. Por más bueno que sea el resultado que saque en las elecciones, y por más que la patronal barcelonesa le haga la pelota, no creo que pueda volver a su casa sin pasar por la prisión. La amnistía no existe, igual que no existió la Republica Catalana. La amnistía es una declaración de intenciones que el Gobierno de Pedro Sanchez no tiene fuerza para implementar, igual que el gobierno catalán no tenía fuerza para implementar ninguna República desde arriba, sin contar con la capacidad de la gente de enfrentarse con los cuerpos de seguridad del Estado, y derrotarlos. Después de la Covid, y del desfile de monstruos depresivos que hemos visto en los últimos años, el supuesto “baño de sangre” cada vez produce menos impresión. Al mismo tiempo, y este también era el objetivo de la ”amenaza española”, la idea de un conflicto violento cada vez se percibe más como un sacrificio inútil que, como mínimo, nos hemos ahorrado. 

El único quebradero de cabeza que podrían dar estas elecciones seria que Puigdemont ganara a Salvador Illa de una manera inapelable. Si Puigdemont obtuviera una victoria inesperada tendría el mismo susto que tuvieron algunos consejeros cuando vieron que el referéndum iba adelante y que el gentío no retrocedía ante la policía. Por más artículos que Ot Bou escriba para defender el honor de sus amigos, la visita que Sánchez Llibre ha hecho a Perpinyà no tiene más valor que los elogios que reciben algunos libros. Son como los golpecitos en la espalda que Puigdemont recibía de joven, cuando era uno de los pocos independentistas declarados de CiU. Puigdemont fue colocado en la Generalitat para competir con Junqueras. Clara Ponsatí lo sabía porque se lo dije yo mismo, cuando la hicieron consellera para pagarle los silencios del 9N y dar credibilidad a un gobierno que no tenía la intención de hacer ningún referéndum —ni mucho menos de contar las papeletas o de aplicar ningún resultado. 

La autonomía está muerta desde 2017 y me parece que lo que se terminará con estas elecciones es la posibilidad de hacer política

El destino de Puigdemont es jubilarse, y quizás volver a Cataluña, cuando la abstención esté controlada. El patriotismo de Junqueras ha consistido en no estirar más la comedia de los viejos convergentes, y dejar que los hechos la desmontaran en algunos aspectos. Incluso este patriotismo es excesivo para el régimen de Vichy. Pedro Sanchez ha sacado la bola blanca en el País Vasco, pero la suerte no le durará siempre. El PSOE está deshecho. El partido que decoró la Transición es un escenario mantenido por la alianza que Sánchez tiene con Europa, y el PSC no se puede quedar sin referente en Madrid antes de que la sociovergència esté asegurada. La sociovergència tiene una base muy sencilla, por eso es tan resistente; consiste en dividir Catalunya en indios irredentos e indios traidores. Puigdemont hará su último servicio porque ERC y la abstención diluyen demasiado esta línea. La herencia de Puigdemont se la repartirán los nuevos partidos una vez demuestren que pueden recoger suficientes votos y poner a trabajar para las instituciones a los corazones rotos del Procés. 

Si no hay mayoría independentista, Puigdemont deberá elegir entre ir a nuevas elecciones o pactar con el PSC. Esta es la esperanza de Pere Aragonès, a pesar de que las dos opciones ayudarán a reconstituir el nuevo espacio sociovergente con la falsa oposición de los partidos de irredentos de izquierdas y de derechas. ERC ha quedado atrapada en su mediocridad, un poco como le pasó a la Lliga de los años 30, y sin Bildu en el gobierno vasco lo tendrá difícil para articular una España periférica que intensifique las contradicciones del mundo madrileño. Cataluña está exhausta, a merced de todas las cosas que la supuesta resistencia del país debería haber hecho, explicado o debatido en su momento. Las confusiones que el proceso había conseguido liquidar volverán a embadurnar los debates con un extra de radicalidad postiza, como ya pasó durante la segunda República. Si hace un siglo tuvimos un carnaval de momias federalistas con ideas recicladas del siglo XIX, ahora veremos como se recicla el material del siglo XX. 

Bernat Dedéu ha escrito que estas serán a las últimas elecciones autonómicas. La autonomía está muerta desde 2017 y me parece que lo que se terminará con estas elecciones es la posibilidad de hacer política, o oposición, ni que sea lejos del parlamento. Todo  está mortalmente manoseado. I si lo vemos desde nuestra propia historia, esto puede ser todavía más peligroso, segun como vaya el mundo.