Así es. Los maltratos no siempre dejan morados, ni los maltratadores, pruebas. Pero doler, duelen, y mucho. Acabo de ver la serie de Netflix Ángela. La conclusión que sacas es que la justicia no te protege y que los narcisistas utilizarán a los hijos para seguir ahogándote, sea psicológica, física o económicamente. Sí, los mismos que parecen ideales en los juicios porque son fríos, no tienen miedo y saben seguir el guion para ser los más educados, sensatos y responsables. ¿Cuántos recuerdos trae el marido "perfecto" de la protagonista? ¿Guapo, rico, siempre jugando con los niños, trabajador, deportista y navegando en su barco? Sí, esos que siempre saben decir palabras bonitas cuando tienen espectadores y que todos piensan "qué suerte ha tenido esta, si no vale tanto". Cuanto mayor es el pecado, mayor es el ramo de flores o el regalo. Y Ángela lo puede contar por poco, tras sufrir demasiados golpes, mucha luz de gas y una eternidad separada de sus hijas. Gracias a una amiga, abogada, que la cree. Porque no hay ninguna ley que pueda obligar a ser buen padre o buena madre, ni mucho menos —por desgracia— a ser una buena persona con principios morales. Y que conste que también hay mujeres que no son buenas y que el maltrato no es exclusividad de hombres a mujeres. Pero también es cierto que hasta la fecha es mucho (MUCHO) más común el patrón maltratador-maltratada. Basta con ver la cantidad de mujeres que mueren. Y eso es solo la punta del iceberg.
¿Sabéis cuántas no dicen nada porque saben que lo perderían todo? Ese maldito complejo de ser una "niña buena", de complacer, de aguantar y sacrificarte por los demás, de decir sí a todo, incluso cuando pesa más que salva. Porque, a veces, denunciarlo no sirve de tanto, pero el silencio también mata. No es una patada, pero que te miren como si te perdonaran la vida también te va desangrando. Que seas la última persona en tener voz y voto no es un esguince, pero hace que todo cueste más. Que no se valore tu tiempo no es tan grave, pero sí cuando acaba siendo una brecha salarial enorme. Como que te castiguen con silencio. Que te vean sufrir y no te ayuden. Que te echen las culpas de todo. Que cuestionen siempre tus decisiones. Ese temor a su ira explosiva y al posterior chantaje emocional. Las discusiones interminables por conflictos fácilmente solucionables. Que ignoren tu placer sexual. Que tu descanso no cuente.
—Enséñame los chats: seguro que mientes.
—Eres una exagerada, eso no ha ocurrido nunca.
Mujeres que cuando consiguen alejarse de su Drácula particular vuelven a brillar. No has cambiado, te has priorizado. Esto incomoda enormemente a los que se beneficiaban de la versión anterior. Porque a veces no eres tú, es la pareja que tienes en ese momento. Como dice la cantautora Carmen Consoli en la canción Piccolo Cesare del álbum Eva contro Eva, "il cane che ha già morso il padrone di certo un giorno o l’altro proverà a rifarlo". Esas parejas que al ritmo de la canción "yo trabajo, tú no decides en esta casa" consiguen jugar con tu culpa. Mujeres que a través de la privatización del sueño acaban siendo la sombra de lo que eran. Y utilizar el número elevado de hijos como cadenas para que no puedan volver a volar. Cuando una se acaba alejando de su sentido común y de su gente.
Por todas aquellas señoras Pelicot que no llegan nunca ni a poder gritar su injusticia
"Nunca ha existido, es solo un aborto como el que han tenido millones de mujeres antes", invalidando tu necesidad de vivir incluso un luto. Porque todo esto también es violencia. La violencia emocional es un tipo, y mucho más común de lo que nos tememos. Y contra eso, solo existe un remedio: una buena autoestima, muchos límites, mucha ayuda y valentía para salir de ello. Que Gisèle Pelicot sea condecorada con la Legión de Honor francesa —la máxima distinción del país— es un gran símbolo, pero lo que hacen falta son más pasos efectivos a seguir. Una mujer abusada y drogada por su marido mientras la violaban desconocidos en su propia casa que ha tenido que luchar también en los tribunales por conseguir poner foco a estas calamidades. Por todas aquellas señoras Pelicot que no llegan nunca ni a poder gritar su injusticia. Lo puede ser esa amiga, esa madre, esa abuela, esa tía a la que tenemos que aprender a escuchar ni cuando ellas mismas saben que están sufriendo. Por esas mujeres que todavía no saben hacer ni el gesto de alarma machista con los cuatro dedos de una mano. Porque sus maltratadores no siempre dejan morados.