El divorcio de Esquerra con el resto de partidos independentistas empieza el 9-N de 2014, cuando los abrazados Artur Mas y David Fernàndez roban fotografía y protagonismo a Oriol Junqueras, dejando al republicano absolutamente aislado del jolgorio participativo de la consulta. El cachete es tan doloroso como decisivo, no solo porque ERC fue mucho más activa que el resto de formaciones en el éxito de las anteriores consultas, sino porque desde aquel momento Oriol se da cuenta de que los convergentes siempre le acabarán tomando el pelo. Sin embargo, Junqueras todavía acepta enfadosamente la creación de Junts pel Sí, acaba arremangándose en la organización del 1-O, y aguanta como puede el chiringuito hasta que Puigdemont lo engaña nuevamente marchándose al exilio. Cuando ya está en Lledoners, el capataz republicano jura por el altísimo que jamás volverá a negociar con un convergente en su puta vida.

Junqueras no solo se tatúa esta consigna en la piel, sino que desde la chirona empieza a hacer de convergente y negocia los indultos con Pedro Sánchez a cambio de convertir Esquerra en un partido de verbo indepe y mirada autonomista. De la misma forma que intercambió la libertad de los presos por la pax autonómica, y consciente del poder que todavía tiene Puigdemont como president en el exilio, ahora Junqueras pacta la reforma de la sedición no porque tenga ganas de organizar un nuevo referéndum, sino con la intención de comandar el futuro de los exiliados. Si el delito de sedición se reduce y los indemnes pueden volver a la dulce Catalunya saltándose la prisión preventiva, Junqueras podrá decir que Esquerra ha hecho posible el desembarque en el territorio de todos los políticos encausados por el 1-O. Junqueras sabe, en definitiva, que la única forma de mitigar el efecto Puigdemont es hacerlo volver cuando a él le dé la gana.

Nuestros mandatarios solo hacen algo que les parece de provecho cuando se mueven por el hígado y satisfacen su coja vanidad. Nunca tan poco poder había sido gestionado por gente con un ego tan embutido

Junqueras es un hombre iracundo pero inteligente, y no quiere caer en el error de Puigcercós o Carod: quiere cargarse Convergència, fagocitando su alma. Así se explica, por ejemplo, el vodevil de los Mossos que ha entretenido a la tribu estas últimas semanas. La defenestración de Josep Maria Estela y la posterior promoción del comisario Eduard Sallent no tiene ningún tipo de relación con los rompecabezas policiales del conseller Elena. Todo lo contrario, Sallent ha hecho promoción porque visitó a menudo a Junqueras en Lledoners y el comisario fue lo bastante hábil para convencer al de ERC que en él tendría asegurado un jefe de los Mossos independentista y con suficiente personalidad para hacer olvidar la sombra alargadísima de Trapero (Oriol preferiría a un policía de VOX antes que cualquier persona que huela mínimamente a Puigdemont). Eso explica tanta mandanga: Junqueras ya es Major de la pasma.

De hecho, el movimiento de Eduard Sallent tiene mucha trascendencia política, porque el policía es uno de los primeros nombres con un cierto peso dentro del mundo soberanista (detalle de gran importancia; el colega, filósofo de formación, fue secretario general de la FNEC) que se acoge al abrazo de oso de Junqueras, certificando así un posible cambio de hegemonía en Catalunya. Hay quien piensa que este puede ser el primer nombre de una cascada de fugados convergentes que acabarán dentro de la barriga calentita de Oriol, configurando la nueva piedra angular del catalanismo autonomista. Hay argumentos para defender esta tesis, y más todavía si pensamos que Junts per Catalunya se dedica a pasar los días perdiendo el tiempo con cosas tan poco interesantes como el crío este del FAQS, Dalmases, lo cual ayuda a revestir a alguien tan poco glamuroso como el president Aragonès de una cierta aureola de tranquilidad y buena gestión.

Sea como sea, Junqueras ya tiene el título que se fabricó en Lledoners con tanta paciencia: finalmente, Oriol ya es Major de Catalunya. Aparte de hacer frente a una oposición cada vez más risible, el líder de ERC vive con la tranquilidad de saber que Salvador Illa tiene muy poco interés en presidir la Gene. Trampeando y a base de aburrir al personal, la administración Aragonès podría aguantar suficiente tiempo para que el nuevo Major del país vaya desangrando a Convergència con los cuatro duros que le regala estar en el Govern en solitario. Si sale adelante, podrá cantar una venganza que ya hace casi una década que va cocinando. Así es la política catalana: nuestros mandatarios solo hacen algo que les parece de provecho cuando se mueven por el hígado y satisfacen su coja vanidad. Nunca tan poco poder había sido gestionado por gente con un ego tan embutido. Suerte que muy pronto los dejaremos sin ni un solo voto.