Las conversaciones entre el mundo del PSOE y Carles Puigdemont son un intento de reeditar el pacto del Majestic, pero al revés. En los años 90 se trataba de legitimar a los herederos folclóricos del franquismo, marginando los elementos más radicales y subversivos. Ahora se trata de integrar a los consensos españoles las fuerzas independentistas del uno de octubre, pero sin acabar de liquidar la épica y los equilibrios de la Transición.

Todo el mundo dice que Feijoo está muerto, pero el que está muerto es el PP de Ayuso y de Aznar. Los amigos de Vox tienen fuerza para organizar pollos en la calle, pero ya no tienen fuerza para dominar el Estado contra el PSOE y la izquierda periférica. Feijóo es, cómo Santi Vila —no sé si se acordaran de él—, el que paga el pato. El líder del PP quizás será destronado, pero mientras los acuerdos de Sánchez y Junqueras tengan el apoyo de los vascos y los gallegos, la derecha española lo tendrá muy complicado.

Los resultados electorales han dado a Sánchez la ocasión de convertir el PSOE en el partido alfa del Estado y no parece que esté dispuesto a renunciar a ello. La jugada de llevar el catalán al Congreso, y sobre todo de pedir su oficialización en Europa, es una manera excelente de poner límites a los partidos del procesismo sin dejar de alimentarlos. El PSOE y Puigdemont han creado la expectativa y no será nada fácil borrarla de la agenda. Las campañas del PP contra el catalán cada vez sonarán más intolerantes y más ridículas, igual que los intentos de rescatar la épica del 1 de octubre. 

Puigdemont es la clave que Sánchez y Junqueras necesitan para dar a Europa el control de España, a través de Catalunya

Junqueras, pues, ha encontrado en Puigdemont la muleta convergente que buscaba en las municipales, a través de Xavier Trias, para estabilizar su virreinato. La única esperanza de Aznar es que el independentismo reviva y da la impresión que el independentismo está agotado por una generación. Mientras el gen convergente esté dividido en tres o cuatro partes igual de populistas y contrahechas, es difícil que el PP de Aznar levante la cabeza. Incluso los españoles más cabreados tienen que saber que Catalunya no va hacia arriba como hace un siglo, y que, en el contexto de hoy, la Guerra Civil la perdería Franco. 

Puigdemont es la clave que Sánchez y Junqueras necesitan para dar a Europa el control de España, a través de Catalunya. En la Europa de hoy una revuelta de la derecha solo serviría para dar a los catalanes otra oportunidad de ser independientes o de ganar soberanía. De momento, parece que el Estado, interpretado por el PSOE y por las izquierdas periféricas, se aprovechará de la decadencia demográfica de Castilla y Catalunya para ganar tiempo y asegurar una buena posición en Europa. La única diferencia entre el PSOE y el PP es que el PSOE no tiene prisa por matarnos, pero el debate ha caído tanto que la tregua ya conviene a todo el mundo que tiene algo a perder.

Mientras ningún político tenga fuerza para aglutinar el nacionalismo catalán como hacía la antigua CiU de Mas y de Pujol, el PP de Aznar gesticulará y los socialistas serán los reyes del gallinero. Tanto el mundo de CiU como el del PP han vivido demasiado tiempo de los fantasmas de la historia y tienen por delante una larga travesía por el desierto. Sin la sombra de ETA y de Tejero, los viejos discursos nacionalista de Madrid y Barcelona se irán quedando sin combustible, lentamente. Xavier Trias ya puede decir que los socialistas fueron cómplices del golpe de estado del 23-F. Es una cosa que siempre había dicho mi madre, y que ahora ya no tiene la más mínima importancia.

Igual que el pacto del Majestic, las conversaciones entre el PSOE y Puigdemont son la cristalización de un cambio geopolítico muy fuerte, que tiene que llevar a una generación nueva al poder. Aznar introdujo la ideología al hedonismo de la globalización, después de la caída del Muro de Berlín; Sánchez casará la democracia con la banalidad autoritaria de la inteligencia artificial. Catalunya me recuerda a Johan Cruyff cuando tuvo el ataque de coro, para decirlo con una imagen optimista. Tenemos muy mal pronóstico, si no dejamos de tragar el humo inmediatamente. Tenemos que recuperar las ganas de pensar y de picar piedra lejos de la política.

La historia se está volviendo a acelerar y no creo que podamos dominarla con las ilusiones fabianistas los escritores de Núvol y El País. De momento, flotamos en el vacío, como el nuevo WordPress sin historia de Salvador Sostres, que ha borrado todos los artículos del bloc que abrió este enero para animar las elecciones municipales. O como el libro de Laura Calçada, que no tiene el plástico novecentista de sus competidores, y a pesar de todo, igual que le pasa a la oposición política de Vichy, tampoco acaba de tener bastante fuerza para convertir la anécdota en categoría y plantear un mundo que vaya más allá del entretenimiento.