La manifestación que el PP organizó este domingo contra Catalunya me ha recordado que la Guerra Civil y el primer franquismo fueron, básicamente, una guerra del campo castellano contra las grandes ciudades. Franco y sus generales supieron recoger la rabia de la España analfabeta y pobre, que no había visto un váter en su vida, y la lanzaron contra las contradicciones del mundo moderno que se abría paso en los barrios más dinámicos de Barcelona, València y Madrid.

La colonización de las ciudades más europeizadas del Estado se hizo con gente del campo sin futuro que, si no habían ganado la guerra en primera instancia, tuvieron la oportunidad de participar de la victoria franquista a través de la emigración. No se ha dicho suficiente que la llamada "España vacía" es la factura de la estrategia política que permitió a Franco mantenerse en el poder durante casi 40 años. Ni tampoco se ha dicho suficiente que el proyecto madrileño de Aznar, estropeado por la gestión de los atentados de Atocha, era su continuación. 

No es casualidad que el PP eligiera la avenida de Felipe II de Madrid para celebrar su manifestación anticatalana. Felipe II era el monarca preferido de los falangistas que dieron el primer empujón a Franco, y el rey que puso el imperio hispánico a los pies de los intereses castellanos. Hace un siglo la carne de cañón del autoritarismo español eran los pobres del campo castellano que luchaban para salir de la miseria en un país asfixiado por la pérdida de las colonias; ahora son los funcionarios que tienen miedo de perder los privilegios que el régimen franquista les dio, mientras Europa combatía los nazis y los fascistas italianos.

Hace unos años, cuando el proceso encaraba la última fase, un editor del entramado de CiU me propuso escribir un libro en castellano. Después de pensármelo bien, le propuse un libro que sabía que no me aceptaría: se debía titular La independencia es el imperio hispánico; si lo buscáis, encontraréis el artículo que me sirvió de base en la hemeroteca de este diario. Entonces ya se veía una cosa que ahora, con la manifestación del fin de semana, se ve todavía mejor. Castilla está tan desangrada que la única alternativa a la democratización de España, es el autoritarismo burocrático madrileño.

Hace un siglo la carne de cañón del autoritarismo español eran los pobres del campo castellano que luchaban por salir de la miseria en un país asfixiado por la pérdida de las colonias; ahora son los funcionarios que tienen miedo de perder los privilegios que el régimen franquista les dio

El PP se está quedando sin columna vertebral, igual que el mundo de CiU, porque el pueblo que pretende representar en las urnas tiene un pie en el otro barrio. Las batallas entre los dirigentes que había en la manifestación recuerdan a las que hemos vivido los últimos años entre las familias de la vieja convergencia. El PSOE está haciendo con el PP, lo mismo que ERC hizo con CiU después del 155. El plurilingüismo de Pedro Sánchez es como la rendición descarnada de Oriol Junqueras, una táctica pensada para desenmascarar la retórica que sostiene los privilegios de sus adversarios políticos, y sobrevivir al cambio generacional.

El PSOE ha encontrado una excusa en los votos de Puigdemont e intenta usar el catalán para proteger al Rey de los orígenes dictatoriales de la monarquía, que ha necesitado tres golpes de Estado para mantenerse en los últimos 150 años. Mientras la Unión Europea aguante, los españoles que votan por el PP o VOX se verán cada vez más abocados a elegir entre mirar a las grandes ciudades del continente o mirar atrás, hacia su pasado familiar. Son habas contadas: si España es una democracia, no hay ningún motivo por el cual los castellanos tengan que tener privilegios especiales; si no lo es, no hay ningún motivo por el cual los catalanes, los vascos o los gallegos tengan que obedecer las leyes del Estado.

La amnistía a los políticos del proceso irrita al PP porque es la primera concreción del corte que se está cocinando con el régimen del 78. Perdonando a la vez a los policías y a los políticos, Sánchez admitiría que los pactos que sacaron a España del franquismo bajo la tutela del ejército ya no tienen más recorrido. La monarquía no debe querer quedar atada a un régimen que se hunde, y el Rey sopesa si salta del barco mientras las izquierdas de herencia republicana le alargan la mano. El Estado ya solo tiene fuerza para someter a Catalunya con las peleas de bolivianos y marroquíes que hemos visto en Manresa, y en España todo el mundo sabe por experiencia que usar a los pobres de cemento acaba de la peor manera.