Cada vez que salgo de casa y choco con una terraza pienso en el último ensayo de Richard Florida sobre la crisis de la vida urbana. Florida empieza el libro con una imagen muy bien pensada. Dice que al lado de la casa del West Village donde Jane Jacobs escribió su famoso libro, The Death and Life of the Great American Cities, un magnate compró en el 2014 una mega mansión fortificada de 42 millones de dólares.

Los últimos 10 años, Barcelona no se ha llenado de súper ricos, como Manhattan y otras capitales occidentales. Aunque los políticos se preocupen por los precios de las viviendas, la ciudad es asequible, no se puede decir que la fuga de talento que sufrimos sea culpa del parque inmobiliario. Ignoro cuántos pisos puedes comprar en Barcelona por el precio de un solo apartamento en el Soho, pero seguramente unos cuantos o muchos.

Florida empieza el ensayo hablando de Jacobs porque su libro marcó varias generaciones de políticos y urbanistas. Cuando el capitalismo estaba a punto de convertir las ciudades en una jungla, la meditación de Jacob cambió la imagen de la vida urbana. La socióloga recordaba la relación que el talento y la vitalidad económica han tenido siempre con los pequeños detalles que hacen la vida enriquecedora, sofisticada y agradable.

Como los barceloneses hemos sabido siempre, las terrazas forman parte de la esencia de una ciudad, igual que los pequeños comercios, los árboles, los edificios arreglados, las aceras limpias y la diversidad de oficios y personas. Las terrazas son un buen invento siempre que sirvan también para hacer grandes negocios mientras te tomas un gin-tonic con una ginebra de primera, sea de importación o de las que se fabrican en torno a Igualada, Mahón o Tarragona.

Las terrazas no pueden ser sólo para los turistas, ni pueden servir de excusa para engrosar los beneficios de manera fácil, ahorrando dinero en la decoración del local o en la calidad de los productos que se sirven. Quizás es causalidad, pero encuentro que es una mala señal que las terrazas proliferen como setas en mi barrio, a la vez que cierran las pequeñas ópticas, ferreterías, gestorías o tiendas de ropa para embarazadas.

Barcelona no es París, donde la vida de calle está limitada por la meteorología. Es peligroso explotar las terrazas, como hace el Ayuntamiento, si al mismo tiempo no dedicas los beneficios que da el buen clima a explotar también el potencial político y cultural de la ciudad con todas sus consecuencias. Las terrazas no pueden servir para que los universitarios sin trabajo y los mileuristas maten el tiempo ahogando la frustración, mientras insultan al PP o se cagan en el capitalismo.

En su libro, The urban crisis, Florida asegura que la especulación inmobiliaria amenaza con expulsar a la clase media y a los artistas de ciudades como Nueva York. Florida ha descubierto que su ensayo más conocido, Las ciudades creativas, era un pelo demasiado optimista. Supongo que sus amigos no habían previsto que la concentración de capitales provocaría el Brexit y la victoria de Trump, además de la entrada de capital chino y ruso en el corazón financiero de Occidente en forma de inversión inmobiliaria.

Hay un pasaje en el cual Florida califica de luditas a los grandes propietarios de las ciudades globales, que a menudo desertizan calles y edificios. Dice que su avaricia ha empobrecido la vida urbana y advierte que podrían llegar a tener un poder parecido al de los señores feudales. En Barcelona los luditas y los señores feudales no son los propietarios, sino los políticos que descapitalizan la ciudad ante los retos que plantea la globalización, buscando soluciones pequeñas a problemas grandes.

Florida ya sugería en su clásico sobre las ciudades creativas que París, Amsterdam y Madrid no verían nunca con buenos ojos el crecimiento de Barcelona. En manos de Podem y los processistas, la ciudad parece un elefante que trata de encajar dentro del Estado español con unos domadores que le dan pienso y marihuana, para adelgazarlo sin que se enfade. Aunque las terrazas no tienen la culpa, cuando veo cómo proliferan, no puedo evitar pensar que la cultura facilista y la idea provinciana de la ciudad que las promueve no me representa.

En la parábola de los talentos está bien explicado que no puedes especular con los dones que te vienen regalados -como por ejemplo clima- sin acabar como el rosario de la aurora. El capitalismo tiende a hacer burbujas, a promover formas rápidas de crecimiento para poder comprar barato. Abusar de las terrazas, cuando tienes un puerto y un aeropuerto tan importante, para no molestar a España es una manera peligrosa de olvidar que, cuanto más arriba podrías llegar, más abajo te puedes caer.