Los independentistas deberíamos entender que las luchas abanderadas por España siempre serán escasamente interesantes para Catalunya. De hecho, la mayoría de veces se tratará de empresas políticas directamente confrontadas a nuestros intereses. Así ocurre con el asunto de la guerra en Gaza, un conflicto injusto y bárbaro como todos los de este tipo, pero que, como cualquier bullanga extranjera y si somos honestos, a la mayoría de la gente le resulta indiferente, por mucho que llore viendo bebés hambrientos y ande por el Eixample vociferando fri fri Palestain. Esto no impide que el Gobierno español se lo pase pipa viendo como los catalanes (que de siempre habían abrazado el progresismo sionista de finales del siglo pasado) se manifiestan a favor de una tribu que comparte con nosotros lo de ensalzar las derrotas y, más allá de las sonrisas de empatía, lo de no poseer aliados relevantes a nivel planetario.
Aquí importa muy poco que Benjamin Netanyahu sea un psicópata corrupto que está invadiendo Gaza para salvar el culo ante los tribunales de su país, con una actitud mucho peor que la de un genocida de los clásicos; a saber, la de un torturador (el primero querría aniquilar a una determinada nación mientras que el segundo —como ocurre con los españoles y nosotros— disfruta sádicamente manteniéndola con cuatro átomos de vida, para poder seguir cascándola). Tampoco importa nada que el encarnizamiento de Israel con la población civil nos recuerde las imágenes de la Guerra de los Balcanes o cualquier otra crisis humanitaria similar. Lo único relevante de este conflicto es ver cómo, con su astucia habitual, Pedro Sánchez se ha hecho amigo de Zelenski y de los palestinos para utilizar políticamente las entrañas de ucranianos y gazatíes con el objetivo de flotar políticamente como el único líder progresista fuerte de la vieja Europa.
Lo que trama el político más astuto del Viejo Continente es cargarse a Feijóo y Abascal como ZP hizo con Aznar, pero sin la necesidad de Al-Qaeda y sus petardos
El objetivo del superviviente del PSOE es múltiple. Primero, como ha visto bien Enric Juliana, Sánchez querría devolver España al clima de confrontación surgido en torno a las manifestaciones contra la invasión de Irak de principios del XXI. Dicho de otro modo, la pretensión de Sánchez es movilizar a la izquierda española (atomizada entre su partido y las luchas infantiles de los despojos podemitas) para unificar un bloque electoral bajo la idea de que la derecha sionista es, básicamente, un cúmulo de malas personas vendidas al negocio de la guerra. Dicho aún de otro modo, lo que trama el político más astuto del Viejo Continente es cargarse a Feijóo y Abascal como ZP hizo con Aznar, pero sin la necesidad de Al-Qaeda y sus petardos. A su vez, el presidente español sabe perfectamente que los conflictos globales pueden ser una herramienta fantástica a la hora de diluir las problemáticas interiores surgidas de la periferia.
La cosa es muy sencilla: cuando uno se enfrenta a las injusticias del mundo, señora mía, reivindicaciones como lo nuestro de la financiación, de los trenes y ya no te digo la independencia... pues siempre podrán pintarse como asuntos más bien provincianos. Pero la cosa no se detiene aquí, pues los aparatos ideológicos del Estado también entienden a la perfección que la única forma con la que España podrá hacer olvidar el 155 y las porras del 1-O a la comunidad internacional es abanderar un nuevo proyecto humanitarista que incluya la salvación de los gazatíes, el éxito de los ucranianos y, si es necesario, la preservación de los pececitos en peligro de extinción en el río Amazonas. Cuando digo, y titulo, que la lucha palestina es una lucha española, no estoy diciendo que el catalán melancólico no pueda airarse con la situación de Gaza ni manifestarse contra lo que considere injusto; solo le recuerdo que, por mucho que le duela, su acción va contra sí mismo.
Mientras España practica una política migratoria bastante equiparable a la mayoría de sus socios europeos (quizás más dura incluso, debido a su proximidad con el norte de África), los socialistas podrán abanderar la causa de la paz mientras su proyecto pacificador-colonialista de la tribu se mantiene intacto. Hay que decir que la jugada tiene todo el sentido del mundo y podría salirles bien, porque a los catalanes sentimentales siempre les cuesta muchísimo ir a contracorriente de un supuesto bien moral. Por suerte, aún me tenéis al pie del cañón, advirtiéndoos de las cosas más obvias.