En el último suspiro, como los goles que dan victorias agónicas o las canastas sobre la bocina. Así tomamos a veces las decisiones, no siempre adecuadas. Tampoco es que darles vueltas durante semanas o meses sea garantía de acierto asegurado, esto es así. En todo caso, aparte de coraje y osadía, también tiene que haber siempre una parte de intuición en la acción de escoger. Cualquier elección tiene ángeles y diablillos flotando dentro de nuestra cabeza, y decantar la balanza hacia un lado o el otro viene de pocos gramos, de pequeños flequillos sobre los cuales, a menudo, no tenemos control.

La vida es una concatenación de decisiones que vamos tomando y que acaban marcando nuestro entorno. O quizás es el contexto que nos rodea lo que determina que acabemos escogiendo una u otra opción. ¿Somos así porque hacemos eso o hacemos eso porque somos así? La primera cuestión implica más responsabilidad personal y asumir retos, la segunda denota cierto conformismo y al mismo tiempo habla de genética. En la primera el hecho social es clave, en la segunda lo es la genética. ¿Hasta dónde la persona y el carácter están ya formados y hasta cuando se pueden moldear?

¿Hasta dónde la persona y el carácter están ya formados y hasta cuando se pueden moldear?

Dentro de este espeso bosque, de vez en cuando, aparecen prados donde descansar, que la sombra es deseable y deseada, pero un poco de fotosíntesis y calorcito del sol es necesario para deshacer el rocío que congela. La claridad justa ayuda a tomar decisiones y contribuye a hacer caer a nuestra pesada aquellas elecciones que cuestan de podar. El equilibrio es frágil, y la atención, necesaria. Aprender a escoger predispone el cuerpo y la cabeza a crear nuevos espacios de discernimiento donde poder acudir más adelante y con mejor criterio.

En el arte de distinguir —dentro de nuestro comportamiento— entre la influencia social y la herencia de los cromosomas (o en el ingenio de combinar las dos) son bienvenidos los relámpagos repentinos a nuestra mente, que nos vienen a recordar que hay una memoria latente y universal que desconocemos y que nos orienta de acuerdo con la experiencia ancestral y los recuerdos que guarda.

Es en estos instantes de lucidez y de presagio en que la mirada más acierta, cuando más tenemos que escuchar aquella vocecilla interior que nos habla desde vete a saber donde. Una vocecilla amarada de sabiduría, de experiencia ignota y consciente. El silencio necesario para poder descubrirla viene también dado por las personas que nos abren camino, desbrozándolo sin preguntar nada. Personas que son como la lucecita del pasillo que se deja encendida para que cuando te despiertes de noche tengas un pequeño punto de referencia.