El Periódico traía ayer una noticia sobre un estudio arqueológico que debió pasar desapercibida a la mayoría de políticos y tertulianos que se pasan el día comentando la situación de Catalunya, en Madrid y Barcelona. Según una investigación de Harvard, los íberos fueron el primer pueblo europeo que exportó su cultura sin necesidad de masacrar o repoblar de otros territorios.

Como decía El Periódico, que es un diario bienpensante, obsesionado por los tabúes de la guerra fría, "los íberos prehistóricos exportaron su cultura campaniforme a toda Europa, pero no sus genes". Durante más de un siglo los arqueólogos habían intentado determinar si la difusión de la alfarería íbera había ido acompañada de grandes migraciones o si sencillamente había viajado sola producto del comercio y del prestigio cultural.

Ahora, la Universidad de Harvard ha determinado que la difusión de la alfarería campaniforme es "el primer ejemplo de cultura que se transmite como idea". El estudio, que ha contado con un equipo de 144 arqueólogos y genetistas, apunta otro hecho interesante. Así como la difusión de la alfarería íbera en el norte de Europa no fue acompañada de grandes migraciones, su difusión posterior, de la Europa central en Gran Bretaña, coincidió con una sustitución del 90 por ciento de la población.

La noticia me ha hecho pensar en el discurso político que Bosch Gimpera, Prat de la Riba, Francesc Pujols o Josep Trueta armaron a partir del sustrato íbero de los países catalanes y la inspiración que artistas como Picasso encontraron en esta civilización. Igual que hay una relación entre la cultura política catalana y el hecho de que los íberos fueran uno de los primeros pueblos en exportar ideas, también debe haber conexiones entre la utilización que el unionismo hace de la inmigración española en Catalunya y el sustrato prehistórico de Castilla.

Como explica Steven Pinker en su libro The Blank Slate, los hombres no nacemos como una tabula rasa que se llena a través de los libros y la vida. Buena parte de nuestras creencias políticas y de nuestra relación con la violencia, es heredada. Por descontado, la biología no debe excusar malas conductas, ni para justificar el supremacismo, pero sí que ayuda a entender cosas. El odio a la herencia biológica i cultural viene del miedo que la gente mediocre tiene de asumir la imperfección humana.

Digo eso pensando en algunos teleespectadores de Espejo Público que se escandalizaron porque dije que, a partir de los años 60, el régimen franquista utilizó la inmigración para sustituir el trabajo de colonización y vigilancia que, hasta entonces, había hecho al ejército español. El corte está por Twitter mutilado. No aparece el momento en el que digo que la estrategia fue burda e inútil, fruto de la mentalidad etnicista que ahora lleva a la corte de Madrid a utilizar la inmersión lingüística para intentar dividir el país.

El trato que Franco hizo con la élite barcelonesa fue el mismo que sus antecesores habían hecho siempre, desde los tiempos de Felipe II. Eso es: privilegios a cambio de contribuir a la castellanización de Catalunya i en este caso los privilegios tuvieron forma de mano de obra asequible. El problema es que una lengua es un mercado, pero también es una idea de civilización. Por eso, a pesar de los privilegios concedidos, y las migraciones masivas del siglo XX, el castellano tiene poco prestigio en Catalunya, la inmersión tiene el apoyo de una gran parte del Parlamento y Madrid y Barcelona se siguen peleando como un perro y un gato.