Creemos que somos catalanes, pero no lo somos, ni por asomo. Estamos completamente equivocados, nos dicen. Al menos para los que que defienden una curiosa idea de la identidad catalana que trata de imponerse en los medios, cada día, incansables, con el amparo del Estado español y de algunos partidos políticos que se exhiben como feroces enemigos de la Catalunya real. Los catalanes, según esta perversa estrategia propagandística, no somos los que hablamos catalán y nos sabemos y nos reivindicamos, prioritariamente, como ciudadanos de Catalunya, los que conocemos auténticamente nuestro país. Los que somos catalanes y sostenemos este país. Continuadores históricos de la herencia republicana de Macià y Companys, del legado irreductible de Pau Claris y del general Moragues, de la legitimidad dinástica del rey Jaime el Conquistador y de Alfonso el Magnánimo, de la fidelidad a la identidad cultural y ciudadana de Jacint Verdaguer, Joan Maragall, de Josep Carner, de J.V. Foix, Josep Maria de Sagarra o de Josep Pla. De la legitimidad democrática de Carles Puigdemont. Por miedo a ser acusados de xenófobos ahora resulta que los catalanes no somos catalanes. Los catalanes auténticos, según algunos sabios, solo son los que se callan y tragan, estos son los únicos buenos catalanes, los dóciles, los que no se meten en política siguiendo la recomendación del general Franco, los acojonados, los tibios sobre los que vomita el Apocalipsis de san Juan, los que se mantienen mudos ante la colonización española, o los que, diligentes, sí que están colonizando Catalunya con una lengua y una cultura extranjeras. Los que se llenan la boca con la convivencia pero que, de hecho, sólo destruyen este país. Los que no hacen más que fortalecer la castellanización irreversible de Catalunya, la asimilación de nuestro país a la sacrosanta unidad de la patria española, basada exclusivamente en la matriz castellana más agresiva, en una asimilación que no es más que un genocidio cultural. ¿O es que no conocéis el País Valencià, las Illes Balears, la Franja de Aragón o la Catalunya Nord? Allí donde no existe el catalanismo con representación política la cultura catalana desaparece para siempre, la lengua y la cultura se mueren, la identidad catalana se criminaliza. Vayan algún día a visitar alguna ciudad catalana en la que no gobiernen los independentistas y verán cómo se las gastan y lo que pretenden hacer con todo el país catalán. Verán qué yermo están proyectando.

Hemos llegado a un punto en el que los ciudadanos de Barcelona son sustituidos, durante la conmemoración del atentado del 17 de agosto, por figurantes vicarios, por colonos, por enemigos. Para personas que no son rechazables por su origen, en absoluto, de modo alguno, no y no, todo el mundo es bienvenido aquí, sino por la agresividad étnica, por el rechazo a la Catalunya catalana. Porque están atentando a la convivencia nacional. Porque son enemigos de la Catalunya que se expresa y quiere expresarse en su lengua propia, según recoge una ley fundamental que desobedecen estas personas que todo el día hablan de leyes y que judicializan la política hasta el absurdo. Hemos llegado a un punto en el que la perversión fraudulenta del lenguaje, en el que la colonización no podría llegar más lejos. Es lo que les han dicho a los padres de la consejera Meritxell Serret, en una pintada en su casa, cualquier día nos lo pueden decir a cualquiera de nosotros, en cualquier momento. Están advertidos. “Si no os gusta España largaros[,] tribu de mierda”. Esta es la Catalunya con la que sueña el españolismo, una Catalunya desinfectada, podada, purificada, sin catalanes molestos en la que vivan igual o mejor que en Madrid. Con lo bien que se está en la Costa Brava comiendo bogavante y tomando el sol. A pesar de los indígenas, tan pesados, tan impertinentes, tan catalanes.