¿A vosotros también os ha pasado volando? Parece que fuera ayer que lanzábamos cohetes en la verbena de San Juan y hoy ya empieza el curso escolar. Al verano le quedan dos telediarios -que no al calor, que probablemente todavía nos hará hablar un poco a destiempo- y ya tenemos más cerca el cambio de hora de invierno que el de primavera. Se van agotando los desayunos sin reloj y los días largos. Van renaciendo las agendas para llenarse y los besos cortos. Y parece que cada año fuéramos los mismos que el anterior cuando llega esta época, pero ver crecer a los pequeños de casa o ver retroceder las playas hace que nos demos cuenta de que el tiempo también pasa para todo el mundo, nosotros incluidos, solo que vemos la paja en el ojo ajeno, y no vemos la viga en el nuestro.

Nos pensábamos que tendríamos todo lo tiempo del mundo para hacer planes a miles y hemos acabado contándolos a decenas y gracias.Eso sí, estas decenas han sido muy bien aprovechadas. No siempre es el número, la calidad también suma. Nada como las personas nuevas que han aparecido sin esperarnoslo y que nos han hecho caminar cuando no contábamos con ello y sonreír sin ganas y aprender a empezar a amarde otra manera. Personas con quienes hemos compartido más de una botella de vino y un paisaje embriagador lleno de conversación inesperadamente frondosa. Almas libres y discretas que casan a la perfección mirada y silencio, para hacer hablar la timidez de los ojos y saber que son de fiar. Personas que, casi sin querer, después -allí cuando el día se acorta- acuden a tu memoria, como el girasol que busca la luz.

El septiembre, más reflexivo y menos festivo, es otro tipo de fin de año

El final del verano -que es el título de una canción del Dúo Dinámico que algunas, de pequeñas, cantábamos maquinalmente por estas fechas- te hace pensar en amistades con quien finalmente no te has podido encontrar, a pesar del montón de días libres que supuestamente veíamos venir por delante ahora hace unos meses. Hijos que se marchan a estudiar fuera. Sobrinas que vuelven. Amigas que ya no se tienen que ir. Ciclos vitales que se van repitiendo y otros que se estrenan. Pocas cosas debe de haber tan bonitas como tener ganas de conocer más y mejor una persona nueva que el verano ha traído envuelta en papel de regalo. La ilusión de seguir probando aquel carácter que te ha atrapado recientemente solo la puede igualar la emoción de seguir reencontrándote con las compañeras que siempre están, como la estrella polar que no se mueve del sitio si miras al cielo y sabes encontrarla.

Cuando éramos pequeñas el verano era largo y daba mucho de sí. A veces incluso se nos hacía eterno. Era un paraíso encontrado año tras año, que mágicamente no cambiaba de lugar. Vacaciones, excursiones, amistades, huerto, abuelos, rodillas raspadas, primos, baños y encuentros inacabables. Después, cuando entrábamos en el primer mes del otoño, venía aquel olor de estar forrando los libros con plástico transparente, ya fuera autoadhesivo (como el aironfix, y que no te permitía segundas oportunidades si errabas) o bien solo con el celo de toda la vida y los rollos aquellos bien envueltos que íbamos desarrollando a medida que protegíamos el libro. La ilusión de poner tu nombre en la primera página o, simplemente, dejar puesto el de tu hermano mayor, de quien habías heredado aquel libro de texto debidamente ya subrayado.

Cuando éramos pequeñas el verano era un paraíso encontrado año tras año que mágicamente no cambiaba de lugar

Con el tiempo, la edad te hace mirar más atrás que adelante, no porque no avistes y desees un futuro jubiloso, si no más bien porque tienes más vivencia acumulada y crece la nostalgia que te hace recordar de dónde vienes. La misma que te ayuda a saber a dónde quieres ir aunque quizás hoy no te encuentras exactamente allí donde te imaginabas que estarías a estas alturas de la existencia. El septiembre -más reflexivo y menos festivo- es otro tipo de fin de año. Tal vez, incluso, lo sea más que al final de diciembre que, camuflado con lucecitas de colores, nos disimula el significado mismo de la fecha y después el curso continúa. Sí, el verano da para mucho. Especialmente, si lo dejamos que sea tal como es y, sobre todo, si aprendemos a guardar un trocito de su luz en nuestro interior para después, durante el año más nublado, poder hacer la fotosíntesis emocional.