Con promesas como la financiación del Interraíl por Europa a los jóvenes españoles de entre dieciocho y treinta años o la construcción de centenares de miles de viviendas de alquiler social, Pedro Sánchez ha superado el ámbito de la ocurrencia creativa —tan propia de las citas electorales— captando el espíritu de la política actual con una exactitud clínica. El presidente español sabe que aquello que los cursis llaman la paz social (a saber, que la gente pueda ser pobre como un arroz sin guindilla pero que viva aliviada recibiendo el consuelo de excursiones y tejado sufragados por el estado) es una forma muy decorosa de referirse a un país rebosante de habitantes sin ningún tipo de incentivo vital. Así se explica que la administración luzca como hito de prosperidad que un bípedo con tres décadas de edad (es decir, lo bastante maduro como para tener progenie y casa propia) todavía pueda ilusionarse con el hecho de que le paguen una excursión a Budapest o un pisito sin vistas pero con buen sofá de gamer.

Durante bastantes décadas, el modelo de la izquierda española (contra el que la derecha supuestamente liberal ha claudicado con la pereza oceánica de un paquidermo) ha consistido a calmar la ambición de la antigua clase media competitiva. Lo certifican hechos que pueden parecer contingentes, como que las mujeres de mediana edad o los postadolescentes huyan de la competencia de la vida empresarial con la ilusión de opositar a una cosa tan edificante como trabajar en la administración sin que nadie les toque mucho la pera. España no solo lidera el aumento de trabajadores públicos de la Zona Euro, sino que la cifra —de seguir la progresión— pronto cazará la de autónomos. Sánchez ha visto perfectamente cómo esta masa antiaspiracional puede regalarle una nueva prórroga en La Moncloa, y tendrá bastante con una modesta lluvia de millones para camelársela (también ayuda, hay que decirlo, que la mayoría de sus rivales exhiban una moral vetusta y un discurso bastante inframental).

Los mandatarios de Occidente suspiran por un ciudadano robotizado sin mucho ánimo que se adapte muy bien a un poder autocrático que no solo representa Vladímir Putin. Aquí en Catalunya también se puede comprobar este hecho, no solo porque se impulsen nuevos procesos de oposiciones a funcionariado sino porque, ya de paso, el Gobierno los externaliza en manos privadas...

Pero la continuidad de esta nueva vida de los zombis no es únicamente un asunto español. El capitalismo ha experimentado una transformación curiosa y, si bien a inicios de siglo, la crisis bancaria de las subprime comportó un terremoto de alcance planetario, ahora notamos cómo caídas del tipo First Republic Bank no contagian ni las gallinas y se solucionan desde la Casa Blanca con un par de llamadas y una nueva inyección de pasta pública. Qué importa la deuda, la prima de riesgo, la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias y su tía en patinete, que el Uncle Joe nos lo arreglará todo a base de construir infraestructura pesada y con la pasta, que meterá en Ucrania cuando llegue la hora de reconstruir Kyiv. Pedro Sánchez no dispone ni del ejército ni de la impresora de pasta de su amigo americano, pero sí de un estado agónico que le permitirá comprar bastantes votos como para mantener la llama. Si con eso no hay suficiente, se inicia una regularización masiva de recién llegados y santas pascuas.

Los mandatarios de Occidente suspiran por un ciudadano robotizado sin mucho ánimo que se adapte muy bien a un poder autocrático que no solo representa Vladímir Putin. Aquí en Catalunya también se puede comprobar este hecho, no solo porque se impulsen nuevos procesos de oposiciones a funcionariado sino porque, ya de paso, el Gobierno los externaliza a manos privadas... con el éxito que ya hemos comentado. Así también se explica el escarnio que Xavier Trias ha recibido para decir la única cosa mínimamente inteligible que ha compartido con sus electores en campaña. En el enquistamiento de l'arte povera, Pedro Sánchez solo tiene una rival digna en todo el estado, y este hecho explica perfectamente que las élites barcelonesas ya estén tramando cómo pueden sobrevivir a una nueva victoria de Ada Colau. Como siempre, Barcelona explica el mundo y la campaña municipal de nuestra ciudad ha acabado en una pura disquisición sobre quién regalará más gominolas a los ciudadanos aburridos.

Sánchez (y Colau) saben perfectamente que pueden caracterizar como fachas o neoliberales a cualquier rival político que se oponga a la nueva sociedad de mantenidos, porque solo los totalitarios tienen que ser bastantes gilipollas para matizar una vida de lujo consistente en una visita de free en Marsella o a una existencia dentro de un bonito catre a diez kilómetros del centro de Barcelona. Los médicos del mundo pueden haber dado por muerto el bichito de Wuhan, pero el universo de autómatas que nos ha dejado la Covid es aptísimo para este nuevo (y falsísimo) estado del bienestar donde la prosperidad consiste únicamente en sobrevivir. De momento, y sin ninguna alternativa desde el independentismo, a los políticos españoles la cosa les saldrá muy barata.