Es posible que ni partidos ni coaliciones lo deseen demasiado, pero nada apacigua los ruidos y las furias inclementes con las que se acerca el 14-F. En ningún sitio se encuentra la calma imprescindible para elaborar una propuesta razonada, pensada para el medio plazo. Se enciende un escenario de fuego de virutas con mucho humo, chispas que no se elevan, y un chisporroteo constante que parece entretener pero, de hecho, idiotiza. Parece imposible elaborar con decencia un programa electoral que no pierda el respeto a la ciudadanía y se pueda llevar a la práctica si se tiene mayoría. Un programa sensato y sincero que tendría que ser un requisito de autoexigencia para convertirse en leyes y políticas.

Pero este estado es diferente y algunos partidos más diferentes que otros: no pasa nada si no se cumplen las promesas, pero también se puede acabar en la prisión o el exilio si se cumplen. Claro que unos y otros no son los mismos. Y no es cosa novedosa. Lluís Llach llevó incumplimientos electorales a los tribunales y consiguió la primera jeremiada judicial. En junio de 1986, el juez de primera instancia nº 9 de Madrid, Jesús Ernesto Peces Morate, desestimó la demanda presentada por el cantautor de Verges contra Felipe González y el PSOE. Quizás muchos lectores ni lo saben o ya no lo recuerdan, pero aquella tomadura de pelo del PSOE fue antológica. De hecho, colocar al ministro de salud Salvador Illa en cabeza de lista en Catalunya en plena tercera ola, no le llega ni a la suela de los zapatos.

En la campaña del 82 que acabó con una mayoría abrumadora del PSOE, Lluís Llach había intervenido gratuitamente en un festival presidido por Narcís Serra, entonces alcalde de Barcelona, en el que se reivindicaba la libertad y la paz mundial. Ya solo el título hace pensar antes en los deseos de cualquier aspirante a Miss Universo que en una propuesta del PSOE, pero demasiada gente quería creer que Felipe González daba apoyo a la campaña pacifista. "OTAN, de entrada NO era" el lema escogido, y elaborado, quizás, en los mismos think tanks atlantistas. Llach, que no tenía ni tiene (ni ganas) nada de Maquiavelo, no solamente cantó en su mitin: también confesó que los había votado. Creía, de buena fe, en su programa electoral y en declaraciones hechas por sus portavoces en el Congreso contra de los bloqueos militares y la OTAN. Pero el mismo Felipe González, cuando se convirtió en todo un dios escogido, amenazó desde su trono en el Olimpo con dimitir si ganaba el NO cuando la OTAN fue sometida a referéndum (En Catalunya, Navarra, País Vasco y Canarias ganó el NO a la OTAN. En el resto del Estado, el SI)

La fobia del PSOE a los referéndums es más que vintage. Por eso no deja de ser irónico que en la resolución el juez señale que "el control de la promesa electoral o del compromiso político, mediante exigencia de responsabilidad por su incumplimiento, es un interés social que los ciudadanos tienen necesitado satisfacer"... sin embargo, sigue explicando que en el ordenamiento jurídico que rige el estado no existe ley o jurisprudencia que ampare esta necesidad, ni contemple esta deficiencia. Por lo tanto, "priva al juez de instrumentos para satisfacerla". Y, digámoslo todo, deja a los partidos en la más absoluta impunidad por incumplimiento, o abandonados a la impunidad judicial, si cumplen lo que no gusta a los poderosos.

De hecho, el mismo juez era consciente de que las cuestiones planteadas por Llach iban más allá de lo que calificó (demasiado alegremente?) de anécdota, sobre la permanencia de España a la OTAN. Añade que "suscita problemas que angustian al hombre moderno en sus relaciones con los núcleos de poder..." Y aunque el lenguaje hoy parece bastante casposo, subsiste todavía en forma y maneras en Marchena y otros, y nada se ha dispuesto, a nivel legal, para hacer cumplir los programas electorales en equidad. Sino que el contrario.

A otro nivel, menor y más personal, con Albano Dante y Joan Giner vivimos la incongruencia de respetar el programa de CSQP para la XI legislatura, donde se proponía: "Catalunya necesita abrir un procés constituyente propio fundamentado en la plena soberanía del pueblo catalán como sujeto político que puede decidir su futuro y que no esté subordinado ni sea subalterno a ningún otro marco." Las consecuencias de hacerlo, las pueden juzgar ustedes mismos.

La mayor, la represión en mayúsculas, continúa. Cuando se ha querido dar la palabra en el Parlament u obedecer a la gente que mayoritariamente votó el 1-O; cuando se han querido hacer realidad promesas electorales y declaraciones (en suspenso), no se ha sido tanto amable como lo fue el juez Pérez Morate con Felipe González y el PSOE: se ha aplicado la arbitrariedad, a falta de organismos que velen por la coherencia de las propuestas y las palabras, y se ha aplicado el derecho del enemigo. Cárcel, exilio, amenazas, detenciones arbitrarias, instrucciones novelescas, relatos a la Lovecraft y un savoir Fairy (que es el juego de palabras más imaginativo y acertado) nos acompañan desde el 1 y el 3 -O del 2017. Aquellos sí fueron los dos días de fiesta grande de la democracia. Y el 14 de febrero, sencillamente, tozudamente, votaremos otra vez. Esperando, de nuevo, como dice Jordi Cuixart, volver a hacerlo. O mejor, para muchas y muchos entre nosotros, volver a ser.