Existe una relación entre la lista de tertulianos que Ricard Ustrell publicó el otro día en Twitter y el miedo que da que la abstención se desboque en las próximas elecciones autonómicas. Ahora mismo, en España solo hay dos bandos que juegan al juego de las urnas: está el bando que quiere contener la nación catalana a través del autoritarismo burocrático, y el bando que quiere hacer una nueva transición que sitúe al PSOE en el centro de las redes de poder que hasta ahora controlaba el PP.

En Catalunya, todos los partidarios de blanquear la democracia están, naturalmente, del bando que intenta aprovechar la impotencia del independentismo para reformar el Estado. La resiliencia de Pedro Sánchez está relacionada con el declive de la España que sirvió a Franco para ganar la guerra y mantener su dictadura. En los territorios del Estado más poblados y productivos, la vía persuasiva tiene más partidarios que la represiva, y Europa siempre estará a favor de la solución que provoque menos problemas

En Catalunya, los resultados electorales han dado un protagonismo inesperado a Puigdemont y este verano se ha dicho con mucha euforia que Oriol Junqueras está acabado. El fantasma de la vieja CiU plana como una sombra china proyectada desde la papelera de la historia. Pero Junqueras tiene la posición ganada por el mismo motivo que la tenía Pujol: no solo entendió mejor la situación cuando era el momento de entenderla, sino que también está más cerca de las fuerzas que necesitan Catalunya para reformar el Estado a su favor.

Así como en la primera transición Pujol estaba más cerca de Suárez y Fraga de lo que lo estaban Heribert Barrera o Joan Reventós, Junqueras está más cerca de Susana Díaz y Arnaldo Otegui de lo que lo están Puigdemont o Jaume Giró. El PP perdió el tren de la vía dialogada con las bofetadas del 1 de octubre, y ahora solo puede supeditarse al PSOE o bien ponerse en manos del nacionalismo madrileño de Ayuso y de sus centuriones. La histeria que rezuman los últimos artículos de López Burniol son fruto de esta situación.

La cuestión es hasta qué punto las inyecciones de propaganda servirán para frenar o para acelerar el proceso de desintegración de la sociedad catalana y española

Ahora mismo, parece que la derecha española tiene solo dos alternativas igual de malas: o bien subleva Madrid contra el Estado y monta una especie de 1 de octubre patriótico que haga la función catártica del 23-F, o bien tarde o temprano tendrá que aceptar una redistribución del poder bajo la influencia creciente de las izquierdas periféricas. Curiosamente, el fracaso de la alianza entre Junqueras y Soraya Sáenz de Santamaria ha arrinconado más al PP que a los herederos de la República. En el fondo, da igual que ERC pierda votos, mientras Junqueras pueda ganar tiempo.

Puigdemont ya puede dialogar todo lo que quiera con Yolanda Díaz y dejar que Jordi Basté lo compare con Josep Tarradellas. El presidente exiliado, igual que Sílvia Orriols, solo sirve para frenar el crecimiento de la abstención y para que los tertulianos nacionalistas de Ustrell se encuentren los debates cocinados y no tengan que pensar mucho para lucirse un poco. La abstención es la derecha nacional que el país no puede tener y, mientras se mantenga un poco alta, el PP lo tendrá difícil para entrar en Catalunya y estabilizar su posición en España.

Las últimas elecciones han dejado muy claro que Junqueras no tiene capacidad para construir una hegemonía como la de Pujol. Pero el mundo de Puigdemont hace tiempo que perdió la iniciativa y solo puede hacer como el PSC antifranquista de los viejos tiempos: intentar parecer más papista que el papa a través de los medios de comunicación. Por eso Ustrell, que tiene muy buena relación con Junqueras, ha sido colocado al frente de las mañanas de Catalunya Ràdio a través de la fuerza que JxC y el PSC tienen en la Corporació.

Igual que se bunqueriza la política, también tienden a privatizarse los medios públicos. La cuestión es hasta qué punto las inyecciones de propaganda servirán para frenar o para acelerar el proceso de desintegración de la sociedad catalana y española. O hasta qué punto la frialdad que se ha instalado entre los catalanes y la clase dirigente cristalizará en la política. Y, en este contexto, hasta qué punto Madrid podrá utilizar las contradicciones de Catalunya para tapar sus problemas y volver a imponerse.

Cuando pienso en la lista del Ustrell, pues, veo el Arca de Noé del régimen de Vichy.