La democracia occidental está en peligro no solo porque la extrema derecha pueda democráticamente abolirla si gana unas elecciones. La democracia puede acabar desmantelándose a sí misma si no sabemos corregir sus defectos y hacemos sistemáticamente un mal uso de ella. Tenemos la manía, en la Europa occidental de la posguerra, de poner la democracia como valor absoluto, cuando no es más que una de las posibles formas de gobierno, que ha sido sacralizada. Nos hemos creído que la democracia era la forma más evolucionada de gobierno posible y que todos los países acabarían transitando hacia ella de manera casi natural. En democracia, la humanidad en Occidente ha obtenido —dice nuestro propio mantra— las cotas más altas de igualdad y de bienestar económico y social, combinadas con una libertad que todos los demás países envidian. No somos conscientes, sin embargo, de cómo la estamos, entre todos, debilitando por culpa del mal uso que hacemos de ella. Pongo ejemplos para que se vea mejor.

El primero y más doloroso es el mal uso del sistema electoral francés. En teoría, las dos vueltas del sistema electoral francés aseguran mucho mejor la creación de mayorías parlamentarias. En la segunda vuelta, se presentan solo las fuerzas más votadas, lo que permite concentrar el voto. Pero en las últimas elecciones, para evitar que fuera elegida en segunda vuelta la extrema derecha de Le Pen, todo el espectro parlamentario anti-Le Pen se organizó para proponer en casi cada demarcación un candidato anti-Le Pen, y repartirse el hemiciclo entre todas las fuerzas. Lo que constituyó un éxito electoral ha resultado ser un lío monumental a la hora de formar gobierno, porque lo único que unía a los partidos anti-Le Pen era precisamente evitar que la extrema derecha ganara. Y se ha demostrado que una cosa es ponerse de acuerdo para hacer que pierda la extrema derecha y otra ponerse de acuerdo para gobernar. El resultado de todo esto es que Francia está paralizada y al límite del caos. Para estos casos, el proverbio "el remedio ha sido peor que la enfermedad" va que ni pintado.

El segundo ejemplo, igualmente preocupante, es la imposibilidad de aprobar presupuestos en Madrid y en Catalunya. En ambos casos, la democracia contempla que se necesitan acuerdos mayoritarios para validarlos. Parece claro que si se ha apoyado la formación de un gobierno, se apoyarán sus presupuestos y, si no, se buscarán mayorías para tumbarlo. Pero se produce la situación absurda de que la mayoría que hizo posible el gobierno no quiere aprobar presupuestos y tampoco quiere crear una mayoría para tumbarlo. El problema tiene una solución muy sencilla: que los presupuestos simplemente se aprueben si no existe mayoría para tumbarlos. Esta regla, llamada cuestión de confianza, es la que usan los ayuntamientos. Y… ¡oh sorpresa! Solo se aplica en los ayuntamientos. ¿Verdad que sería muy muy muy fácil tener presupuestos si se aplicara esta sencilla regla en el Estado y en la Generalitat?

Los rusos y los chinos están comprando toneladas de palomitas para ver cómo nos las arreglaremos las inefables democracias europeas para sobrevivir con un sistema político que estamos pervirtiendo y retorciendo hasta hacerlo casi ineficaz

El tercero, aún mucho más preocupante, es el sistema de derecho a veto de los 27 estados de la Unión Europea. Esto hace que, en la práctica, resulte muy difícil avanzar en la toma de decisiones. Pongo el caso del uso del catalán como ejemplo. Me ha hecho mucha gracia la definición de la IA cuando le preguntas a Google "¿cuántos estados tiene la Unión Europea?". Contesta: "La Unión Europea (UE) es una unión económica y política sui generis de 27 estados". Pensamos que está constituida democráticamente, pero los ciudadanos solo votamos un parlamento que no puede hacer leyes, sino solo directivas. Nos hemos inventado el concepto "directivas" para hacer leyes que los países no tienen que cumplir, sino "transponer" libremente a su propio sistema. Lo de sui generis de la IA parece perfectamente justificado.

La democracia funciona especialmente bien como mecanismo para limitar el poder del gobernante. Pero la estamos pervirtiendo cuando la usamos para el bloqueo institucional. Por eso los rusos y los chinos están comprando toneladas de palomitas para ver cómo nos las arreglaremos las inefables democracias europeas para sobrevivir con un sistema político que estamos pervirtiendo y retorciendo hasta hacerlo casi ineficaz, en el momento en que nuestro hermano mayor, los Estados Unidos, con o sin Trump, han decidido que ya no quieren pagar más ellos solitos la defensa y los designios universales europeos. La democracia no es un bien absoluto. Es una herramienta política que debe estar al servicio del bien común. El bloqueo democrático debe ser una excepción, no una regla. Con el bloqueo no construimos. Y sin construir no se puede hacer frente al futuro, especialmente cuando la iniciativa la tienen los estados no democráticos. La democracia empiezas a perderla cuando la perviertes. Y la democracia, por más que lo creamos, no es ni buena ni mala en sí misma. Depende —como en casi todas las cosas— del uso que hagamos de ella.