Huesos numerados. Recopilación de vidas segadas. Objetos podridos. Pinceles pequeños peinan la tierra de un hoyo, bajo una lona que protege del sol o la lluvia. Desenterrar el pasado. Desenmudecer el silencio. Una fosa común de 26 metros de largo por 2,30 de ancho. Un rectángulo excavado con 104 cuerpos apilados, dispuestos como sardinas. Estas son las primeras imágenes que el espectador ve de El maestro que prometió el mar, la emotiva y necesaria película dirigida por Patricia Font, basada en el libro homónimo de Francesc Escribano. Así empieza la narración de la historia real de Antoni Benaiges, por el final: su muerte.

Anton —como lo conocían en su casa, en Mont-roig del Camp— era un maestro enamorado de su profesión. Defensor de la metodología Freinet, fue destinado por la República a Bañuelos de Bureba, una pequeña localidad de 200 habitantes del Burgos más profundo. Allí cambió para siempre la vida de la veintena de alumnos de la escuela rural donde trabajó durante dos cursos (1934-1936). A ellos les prometió que les llevaría a bañarse al mar que nunca habían visto. Una promesa que no pudo cumplir: el levantamiento fascista ya se encargó de asesinarlo antes. Y es que con el maestro llegaría también al pueblo el progreso y el pensamiento libre y eso el franquismo no se lo podía permitir.

La película navega entre presente y pasado y nos explica cómo Ariadna, una joven catalana, busca los restos de su bisabuelo, desaparecido en la Guerra Civil. Con tristeza y esperanza viaja al Alto de la Pedraja, la montaña burgalesa donde están exhumando una fosa común y donde parece que podría estar enterrado. Durante su estancia descubre de la existencia de Antoni Benaiges, quien, precisamente, fue profesor de su abuelo, Carlos. La bisnieta del presente y el abuelo del pasado se van encontrando mientras el filme cruza, con un riguroso respeto, el puente del tiempo y el espacio. Y lo hace rindiendo homenaje a los maestros republicanos y a las personas todavía enterradas anónimamente, en un relato vigente e imprescindible de memoria histórica.

La película 'El maestro que prometió el mar' navega entre presente y pasado con un riguroso respeto y lo hace rindiendo homenaje a los maestros republicanos y a las personas todavía enterradas anónimamente

La innovadora manera de enseñar de Anton fue posible gracias a la también innovadora formación que recibió, fruto de una nueva ley promovida y aprobada por el tortosino Marcel·lí Domingo, ministro de Educación de la época. Conocido como Plan Profesional, además de decretar la construcción de numerosas escuelas y la enseñanza conjunta e igualitaria de hombres y mujeres, creó un plan de estudios para los propios maestros, que eliminaba los aspectos religiosos e incluía, por primera vez, conocimientos de pedagogía. En este contexto, el profesor Benaiges creció y se sacó el título para, después, alimentar los cerebros y espíritus de los niños de Bañuelos y empezar a cambiar el estado desde la base.

Con la imprenta y el gramófono se daba voz a los alumnos y se les permitía hacer tangible la imaginación. Tocar su pensamiento. En el aula editaban los cuadernos que ideaban. Antoni daba voz a los niños. Escuchaba, no imponía. Militante de UGT y de la Agrupación Socialista, fue el primer maestro asesinado por el franquismo, un 25 de julio de 1936. Su historia estuvo enterrada durante 70 años hasta que en la exhumación de la mencionada fosa (en 2010), al fotógrafo que documentaba el hallazgo, Sergi Bernal, se le acercó un viejecito y le dijo: "Aquí debe estar el maestro de tu tierra, un maestro catalán". Y se empezó a estirar del hilo.

El hilo nos ha llevado a explicar esta historia en diferentes formatos: el libro de Escribano, la exposición comisariada por Bernal, la obra de teatro de Albert Conejero, el museo ubicado en lo que fue su escuela (recuperada por la asociación Escuela Benaiges, presidida por Javier González), la canción que quise dedicarle (enlace de Spotify aquí) o la película de la cual hoy queríamos hablaros y que llega a la gran pantalla este viernes 10 de noviembre (podéis ver el tráiler aquí).

Antoni Benaiges fue asesinado por el franquismo antes de poder enseñar el mar a sus alumnos de Burgos, su historia, sin embargo, ha podido ser rescatada del olvido y nos explica la sociedad que habríamos podido ser

Este rastro —que quisieron borrar— lo hemos descubierto a tiempo. Cuántos otros, sin embargo, descansarán para siempre en la oscuridad del silencio autoimpuesto, del temor, de la censura. Del puño del fascismo tirando polvo a las huellas. Las piezas de este rompecabezas han podido ir montándose hasta completar el recuerdo de un relato que nos explica cómo habríamos podido ser como país si los vencedores no hubieran reescrito la historia, si los alzados no se hubieran estado vengando durante las cuatro décadas posteriores.

La película también es eso: admiración y agradecimiento a la lucha de tantas familias que todavía buscan a sus seres queridos en las cunetas. Represaliados que siguen pudriéndose cruelmente. Ya casi no quedan ancianos que los puedan recordar en vida. Se sabe que Antoni Benaiges Nogués fue asesinado y enterrado en aquel paraje, los Montes de Oca. El mal estado de los cadáveres exhumados en la fosa de La Pedraja, sin embargo, hizo que solo 23 pudieran ser identificados. Ninguno de ellos era el maestro. Protagonistas desaparecidos. Testigos que se agotan. Todo aquello que ya no seremos. La sociedad que se detuvo. Historias al límite de la amnesia. El olvido es una herencia que no podemos asumir.