"Yo vengo de un silencio antiguo y muy largo", dice Raimon en una de sus maravillosas canciones, que remacha con la convicción de que no es un silencio resignado. Y, ciertamente, así se puede afirmar: los catalanes hemos luchado, hemos sufrido, nos han herido y nos hemos replegado, pero siempre hemos vuelto a alzarnos, en un ciclo de resiliencia que se ha repetido a lo largo de la historia. Sin esta tozudez, habríamos perdido los orígenes y, como recuerda el mismo Raimon, quien pierde los orígenes, pierde la identidad. Somos todavía una nación y mantenemos una lengua propia porque, durante tres siglos, ha habido catalanes, generación tras generación, que no se han rendido.

Pero, sin rendirnos, también es cierto que, en los peores momentos, hemos tenido que callar, porque el silencio es un método eficaz de supervivencia. Era el silencio que escondía gritos, rabia, coraje, paciencia, sueños, un silencio que era no resignado. Sin embargo, entre el tiempo del silencio y el tiempo del grito, hay ocasiones en que habitamos en una especie de limbo, una tierra insípida y anodina donde no morimos, pero tampoco vivimos, arrastrados por la fatalidad. En este limbo estéril, no crecen las ideas, ni se alimentan los ideales, convertidos en autómatas resignados a que aceptemos arrastrar los pies en la más patética mediocridad. Es la aceptación de la humillación, convertida en una forma de normalidad. Si en el silencio nos preparamos y en el grito nos plantamos, en el limbo solo subsistimos, simples cortesanos de espalda doblada, en un reino impuesto.

Entre el tiempo del silencio y el tiempo del grito, hay ocasiones en que habitamos en una especie de limbo, donde no crecen las ideas, ni se alimentan los ideales, convertidos en autómatas resignados a que aceptemos arrastrar los pies en la más patética mediocridad. Es la aceptación de la humillación, convertida en una forma de normalidad.

Es exactamente donde estamos ahora, en el limbo. Da pavor ver cómo, poco tiempo después de haber subido el grito y la estelada, la represión brutal que hemos sufrido nos ha dejado en esta "resignación" letal que solo aspira a menear la cola en los salones reales y a gobernar bajo la tutela de los opresores. Hemos perdido aquello que se llama la dignidad. La metáfora de esta aceptación de servidumbre la proveyó el otro día, y sin inmutarse, el diputado Gabriel Rufián cuando montó un numerito en el Congreso quejándose de la situación de Rodalies. Es el ejemplo más ilustrativo del catalán domesticado. Ha investido como presidente español al líder de un partido que avala y mantiene la represión contra Catalunya. Ha pactado grandes acuerdos, entre ellos los presupuestos, sin conseguir nada sustancial, con una gratuidad que nos ha convertido en un pueblo alfombra. Considera aliada natural a una izquierda española, la socialista, que ni reconoce la nación catalana ni la existencia del conflicto catalán. Y, para aceptar, incluso acepta desmovilizar la población, montar Mesas de Diálogo de vodevil y comerse todo tipo de humillaciones. Pero eso sí, consigue sus minutos de TN riñendo al partido que gobierna gracias a él, porque no ha resuelto la chapuza de Rodalies. ¿No sería mejor bramar menos para los diarios, y pactar con más categoría? Lo sería, pero en el territorio del limbo, se anda boca abajo.

Pero no son solo Rufián o ERC quienes han decidido dar un giro copernicano traicionando todas las promesas que los han colocado en la presidencia catalana. Es el resto de la sociedad, que ha dejado de reaccionar a todas las agresiones que, día tras otro, van contra nuestros intereses. La última puñalada es la que ha perpetrado el Ministerio de Universidades, que ha decidido hacer desaparecer la filología catalana y diluirla en un ámbito genérico de "lenguas modernas y sus literaturas", una especie de "coros y danzas regionales" en versión filológica. A partir de aquí se podrá estudiar filología catalana en Francia, Alemania, Reino Unido, Italia y etcétera, y no en Catalunya. Y si fuera solo eso... Estamos en uno de los momentos de más agresividad contra el catalán, incluso atacando la escuela catalana, continúa la represión judicial y erosionan por todas partes nuestros intereses económicos. Por poner un nuevo ejemplo: la permanente tomadura de pelo con el corredor del Mediterráneo. Y de Rodalies, ni hablemos. Y parece que no pase nada. ¿Dónde está la sociedad civil que había defendido históricamente nuestra identidad? ¿Dónde las organizaciones del mundo económico, preocupadas por el grave agravio que sufren nuestros intereses? ¿Dónde la clase política que quería confrontarse con todo un Estado y ahora acepta que cualquier organismo administrativo chapucee el Parlament, modifique su configuración y atente contra el sufragio universal de los catalanes? ¿Dónde están todos ellos? ¿Dónde está Catalunya? ¿Dónde estamos los catalanes? Por lo visto, perdidos en la tierra yerma de la resignación