A menudo el independentismo ha despreciado la fuerza del Estado. Tanto como ha sobrevalorado la propia fuerza. O ha pecado de ingenuidad esperando que 'Europa nos mira' interviniera para defender un movimiento democrático que tenía que ir de ley a ley sin ni tirar un papel al suelo.

El Estado es fuerte, robusto y se defiende con todo sin miramientos. De hecho, esta es la tesis que hizo suya la fascinante Díaz Ayuso, ante Ricard Ustrell, sobre la operación Catalunya, en Catalunya Ràdio. Sin pelos en la lengua, la presidenta madrileña dijo lo que muchos piensan, pero no osan decir. Es el todo vale. Es la tesis que, en otros tiempos, justificó a los GAL. Para Felipe, el Estado 'también se defendía desde las cloacas'. La del alcalde madrileño Almeida, en una encendida arenga patriótica ante los fieles, clamaba 'terroristas' y que todos a prisión. A saber si no procesarán a Pep Guardiola por terrorismo, visto que él fue el encargado de hacer apología a cara descubierta de Tsunami Democràtic.

El Estado es poderoso, infinitamente más que la estrategia cándida del independentismo. O de los simplismos estrafalarios como aquello que todavía de vez en cuando suena 'levantad la DUI!', como si no nos hubiéramos hecho bastantes trampas en el solitario. No hay más ciego que el que no quiere ver. Talk is cheap, como X.

Es el todo vale. Es la tesis que, en otros tiempos, justificó a los GAL. Para Felipe, el Estado 'también se defendía desde las cloacas'

España es una cosa muy seria. Demasiado para ser vencida con la actual correlación de fuerzas. Lo que no quiere decir que en los aparatos del Estado no pueda haber partidas de auténticos inútiles, matones y vividores. Pero en el caso que nos ocupa sobre todo de inútiles. Cuando el CNI no encontró ni una maldita urna antes del 1 de Octubre, su director general tendría que haber dimitido. Sencillamente porque perdió un pulso de estado. Ni urnas, ni papeletas, decía Rajoy. Una dimisión, forzada por su ineficacia, debería haber sido fulminando. No fue así. Cuando terminó, ya en época de Sánchez, lo hizo porque se jubiló.

Ahora sabemos que Pere Aragonès fue espiado con el pretexto, de Inteligencia, de que era el líder absoluto de los CDR. Todo el mundo mínimamente informado sabe que la acusación es una payasada. Pero eso era lo que sostenía el CNI y lo que autorizó a un juez sin ningún rigor ni escrúpulo. No solo no había ningún tipo de control de nada, de fiscalización, sino sencillamente connivencia judicial con la farsa. Además de incompetencia.

La pregunta a hacerse es si realmente alguien en el CNI se lo creía de verdad. Si fuera así, es bastante más fácil de entender por qué no localizaron ni una sola urna de las miles que fueron distribuidas a miles de manos. Y de no ser así, que sencillamente era inventiva para justificar la intervención discrecional de teléfonos con Pegasus, se tiene que concluir que no podían ser más chapuceros. Además de un grupo de zánganos que no sentían la necesidad de presentar sus demandas con un mínimo de solvencia. En definitiva, unos funcionarios que ideaban cuentos y unos jueces que eran gargantas profundas.

Aragonès no tenía nada que ver con los CDR. Ni remotamente. Pero da lo mismo. No tiene ningún tipo de importancia. O tiene tanta que precisamente por eso no hay ningún juez que haya abierto ninguna causa por la operación Catalunya. Porque son tantos los implicados, tantas las complicidades y tan grandes las han hecho (en Andorra por ejemplo) que nadie osa abrir ningún procedimiento. Y cuando lo hacen es por estricto corporativismo, como en el caso del fiscal Rodríguez Sol. De todo el resto de macarradas ni cinco. La ofensiva contra Jordi Pujol en Andorra es de una magnitud que hace horrorizar.

En Catalunya se cometieron errores de grosor. Por lo menos a partir del 3 de octubre. Incluida la huida adelante, el remate final. Pero uno que no se cometió, afortunadamente, es apostar por la violencia. Ningún dirigente político del país lo hizo. Ninguno. Y si a alguien le pasó por la cabeza alguna fantasía —nunca más allá— no fue el caso de Pere Aragonès.

Todo lo contrario. Sin olvidar que los encarcelados, todos, firmaron un manifiesto rechazando la violencia en las calles cuando esta se desató —a la cual ahora se aferran para criminalizar al independentismo— como respuesta a la condena del Supremo.

Los disturbios nunca han sido terrorismo. Ni en Euskalduna ni en Seúl. Pero sí repentinamente en un juez patriótico en guerra con el gobierno de un PSOE que en el mejor de los casos no tiene ningún tipo de control sobre aquellas cloacas que utilizó el gobierno de González para ordenar asesinatos.