Hace un año moría muy prematuramente Josep Morales, propietario de la librería Sant Jordi, ubicada en la calle Ferran de la ciudad de Barcelona. Sus padres habían fundado el establecimiento en 1983 y tuvieron el buen gusto de mantener todas las estanterías y buena parte del mobiliario, que databa del siglo XIX. Era una librería especializada en libros de arte, arquitectura y fotografía. Por si el golpe emocional no fuera lo bastante duro, pocas semanas más tarde finalizaba el contrato de alquiler y el nuevo contemplaba una subida económica que Cristina Riera, viuda y compañera de fatigas de Josep Morales, no se veía con ánimo de asumir en solitario. El apoyo y el calor ciudadano fue ejemplar, pero faltaba un empresario valiente que se arremangara. Pasó un tiempo incierto hasta que un vecino de Sarrià heroico y discreto, Rafa Serra, apareció como Batman en la noche. Rafa es un empresario del mundo de los viajes y los hoteles, que hace unos años ya rescató la librería Quera, en la calle Petritxol. Es un emprendedor con alma, un hombre de negocios con visión de país, un noucentista de orden con un corazón modernista que le empuja a hacer locuras, de vez en cuando. Enseguida se entendió con Cristina Riera y esta semana, tras nueve meses de trabajo, rehabilitación y burocracia, el renovado Espai Sant Jordi ha abierto sus puertas en la ciudad. No es esta una historia menor ni un caso particular; no es tampoco una flor de verano que se marchitará, ni el último canto del cisne de una manera de vivir y entender la ciudad. Por el contrario; es un grito de esperanza.
La calle Ferran es el icono perfecto de la decadencia barcelonesa. Basta con recorrerla para constatar que, hoy, es una calle sin personalidad, degradada, rehuida por los barceloneses, llena de tiendas sin alma, regentadas por personas que no saben que la calle está dedicada, lamentablemente, al rey Fernando VII, aunque durante la Segunda República llevó el nombre de Joan Fiveller, quien fue uno de los mejores consellers en cap de la ciudad. Cierto es que hay algunos comercios históricos y honorables, pero sobre todo imperan los habituales establecimientos de móviles, de productos vinculados al cannabis y de souvenirs horribles, salpimentados con cafeterías anodinas y algún pub irlandés. El riesgo de ser atropellado por un patinete es elevado, como lo es también el riesgo de ser robado. En un país normal, la calle que conecta de forma directa el epicentro del poder político —con las sedes de la Generalitat de Catalunya y el Ayuntamiento de Barcelona—, con las Ramblas y el Liceu, sería una de las mejores calles de la ciudad. Estaría llena de buenos restaurantes, locales de moda, galerías de arte, hoteles de cuatro o cinco estrellas, librerías y joyerías. Sería la niña de los ojos de un ayuntamiento mínimamente consciente de la importancia del comercio y el buen gusto. No es el caso, por desgracia. Hace tiempo que la ciudad se desliza por la pendiente de la mediocridad y la banalización.
Debemos defender nuestra ciudad de los bárbaros, que ya campan intramurallas. Barcelona tiene esperanza y solución
Sin embargo, la operación de salvamento de la librería Sant Jordi demuestra, como bien quedó escrito en una entrevista que Jordi Cabré le hizo a Rafa Serra para The New Barcelona Post, que la ciudad de Barcelona tiene esperanza y solución. La esperanza es la gente como Rafa y Cristina, que han luchado y lucharán por no perder la ciudad que hemos heredado y que queremos dejar a nuestros hijos. La esperanza es todo el gentío que vino a la reapertura de la librería. La esperanza es todo el mundo que hace cosas en esta ciudad. La esperanza eres tú y soy yo. La solución incluye a toda esta buena gente, pero la solución también es un Ayuntamiento que tenga claro para quién trabaja, a quién se debe, quién aporta valor añadido y quién degrada la ciudad, qué ciudad quiere construir y recuperar; una administración que ponga facilidades a la gente que quiere salvar el alma de la ciudad y haga la vida imposible a quienes quieren destruirla. Es necesaria una administración que ponga punto y final a las licencias de tiendas de cannabis, de carcasas de móviles y de camisetas groseras y ofensivas. Si han hecho una moratoria para los hoteles y los apartamentos turísticos, ¿no pueden hacerlo con estas tiendas? Claro que pueden; pero no quieren, porque quieren una ciudad desarraigada, desmemoriada, amnésica.
Barcelona necesita más gente como Rafa Serra y más comercios con personalidad y autenticidad. Porque cada ciudad tiene sus comercios, que no pueden estar en ninguna otra ciudad. La librería Sant Jordi solo puede estar en Barcelona; no se puede trasplantar a Milán o a Sídney o a Rabat. De la misma manera que hay comercios, librerías o cafeterías de Lisboa o Ginebra que no pueden estar en ningún otro sitio. Europa es una alfombra inmensa de pequeños hilos enlazados, donde cada fragmento ocupa el lugar que le corresponde. Y en la calle Ferran debe estar la librería Sant Jordi, pero no la tienda de cannabis, que debería cerrar. La ciudad no necesita a gente que no la quiera, vengan de donde vengan. La ciudad no necesita a gente que se quiera aprovechar de Barcelona. Debemos defender nuestra ciudad de los bárbaros, que ya campan intramurallas. Barcelona tiene esperanza y solución. La librería Sant Jordi se ha levantado de nuevo y ha herido al dragón de la decadencia de nuestra capital.