Tenemos prisa, mucha prisa. Todos y yo también. Con mayor denuedo después de contemplar cómo los diputados elegidos el pasado 21 de diciembre se han dedicado la mayor parte del tiempo a pelearse entre ellos. Tenemos prisa porque votamos la restitución y la independencia, porque se ganaron las elecciones y no hay ningún tipo de restitución ni de independencia a la vista, ni ningún tipo de unidad de acción política entre los partidos independentistas. Es desesperante. Hemos llegado a un punto en el que, paradójicamente, estas estructuras sin democracia interna, los partidos políticos, en la práctica se han convertido en maquinarias de la arbitrariedad y del sonambulismo. En un estorbo. En una democracia representativa, como la nuestra, no se escogen ideologías, ni partidos, ni listas. Se escogen personas. Unas determinadas personas representan a toda la nación. Cada uno de los 135 diputados y diputadas que forman el Parlament de Catalunya se convierten, como ocurre en todos los demás países democráticos, en propietarios de un escaño individual hasta que se convoquen nuevas elecciones. Pero en esta legislatura hemos podido comprobar que, en realidad, la mayoría de los diputados están invalidados para representar a nadie, sobre todo porque no se representan ni a ellos mismos. Cualquier campesino del Priorat, cualquier médico de Cornellà, cualquier tendera de Berga tiene más independencia de criterio y más libertad individual que la mayoría de nuestros diputados. Nuestros representantes políticos, al menos una buena parte, no creen que tengan ningún tipo de compromiso electoral con los ciudadanos que les han votado. Lo único que parece importarles es acontentar al líder o la lideresa que elabora las listas para el Parlamento. Fíjense en lo que hace Manuel Valls, fue escogido por su circunscripción en la Asamblea Nacional francesa y cobra cada mes por ser diputado. A la hora de la verdad no trabaja para sus electores ya que se está preparando para convertirse en alcalde de Barcelona. Se dedica a conseguir un nuevo trabajo.

¿Cómo se puede esperar de los diputados soberanistas que desobedezcan las leyes españolas y el autoritarismo de Madrid si, la gran mayoría, no han hecho más que obedecer y dar coba? Son muy años bajando la cabeza, es el hábito de arrodillarse que ya se ha convertido en una inercia, y a veces es toda una vida diciendo sí señor al que manda. Y entre todos hemos votado a estos para hacer efectiva la independencia. Sí, son buenos patriotas, aman mucho al país, ya estamos de acuerdo en eso. Incluso estamos dispuestos a suponer que son todos bellísimas personas, muy honradas, muy limpias, pero también sabemos que son caracteres dóciles a los que no les gusta asumir ningún tipo de riesgo. Es por ello que se sienten profundamente desconcertados por la indómita figura política de Carles Puigdemont y por la personalidad independiente de Quim Torra. Son dos personajes insólitos que gustan mucho a los votantes y ni lo más mínimo a la mayoría de los políticos. Son atípicos. Nunca se sabe por dónde va a salir, nunca se sabe lo que harán ni cuál es la lógica de sus acciones. Son muy diferentes de Artur Mas, de José Montilla, de Jordi Pujol, y poseen un atrevimiento y una falta de prevenciones que quizás recuerda a Pasqual Maragall.

Ayer, cuando anuncié los planes inminentes de Quim Torra, algunos lectores no daban crédito a la noticia. Ciertamente es más reposado pensar que son todo rumores y que, con este plantel de políticos independentistas atemorizados, el presidente Torra no podrá hacer nada positivo ni de inequívoco en favor de la separación de España. Veremos muy pronto si me he precipitado haciéndome eco de las palabras de uno de sus colaboradores o si, en realidad, nos esperan nuevos días de revuelta cívica. Veremos cuál es la conexión del pueblo con la presidencia. Hay que recordar que Quim Torra es la única persona que puede firmar, cuando lo considere oportuno, los decretos de desconexión que Carles Puigdemont dejó en blanco. Hay que recordar también que el presidente Torra es la única persona que puede disolver la cámara catalana si la mayoría de diputados independentistas ofrece viva resistencia a efectuar la ruptura con España. Y hay que recordar, por último, que la libertad de movimientos y de maniobra de Quim Torra, en colaboración con Carles Puigdemont, es la más grande que ha tenido ningún presidente de la Generalitat, sin la rémora de ningún partido que lo condicione, tal es hoy el estado de devastación interna y de atomización de Junts per Catalunya, un grupo en descomposición. Los planes de Torra sólo se podrán llevar a la práctica si hay una respuesta, una clara reacción popular, al margen del inmovilismo de los partidos políticos. Ya recordó en su momento Oriol Junqueras que “sólo el pueblo salva al pueblo”. Aparte de quejarnos, con toda la razón, se pueden hacer muchas cosas en favor de la independencia de Catalunya. La libertad no vendrá nadie a regalárnosla.