"No creen en los hechos, solo creen en sí mismos"

Bertolt Brecht 

 

La vida vuelve a dotarse de cimientos cuando lees un texto basado en la lógica, que parte de premisas prefiguradas y universales y no está moviendo todo el tiempo el marco para adaptarlo a intereses demasiado conocidos. La lectura de la sentencia que condena al fiscal general del Estado pertenece a este género de documentos que nos hacen creer que todavía la diosa Razón y el conocimiento tienen algo que decir sobre esta tierra. Dándome personalmente pena que Álvaro García Ortiz haya acabado así, no puedo sino sentirme más segura y más persona al comprobar que aún quedan magistrados cuya lógica funciona como la nuestra, de los griegos aquí, con las mismas leyes y las mismas inferencias y que la pueden aplicar caiga quien caiga. Lo dicho, da mucha paz después de todo lo que hemos oído y oiremos.

De facto no había dado tiempo material a terminar de leerla y ya comenzó la martingala: sin pruebas, con el verbo no sé qué, que si él o alguien de su entorno significa que no pueden asegurarlo... y cualquier otra cuestión que los comentaristas de textos, que no de sentencias, encuentren de aquí a unos días. Lo cierto es que el ponente se ha demorado para ir cerrando uno por uno todos los resquicios y las extrañas quejas que se habían repetido a coro, en sala y por los medios afines a Sánchez, para hacer ver que el procedimiento y el juicio poco menos que habían sido una cosa de fascistas txotxolos que no sabían ver ni a un palmo de sus narices. Nada de eso. Recomiendo a los apresurados de las conclusiones que no se salten la resolución de las cuestiones previas planteadas por la defensa de García Ortiz y por la Fiscalía, ejerciendo tareas de defensa a su vez, porque de una forma elegante y un puntito coñona —Martínez-Arrieta es paisano mío— las va desmontando como quien aparta las moscas molestas y no por desidia sino por lo fácil que resultaba sacudírselas. Muchos lo hemos intentado, yo en estas mismas líneas, pero la elegancia jurídica con que lo hace este tipo es apreciable.

La sentencia no dice, desde luego, que no sabe si fue el fiscal general el filtrador o alguien de su entorno. Dice "con intervención directa o a través de un tercero, pero con pleno conocimiento por parte del Sr. García Ortiz", que, como verán, solo viene a indicar que es lo mismo que el fiscal general le diera al enviar o que lo hiciera un colaborador a sus órdenes. Pero veamos primero como la sentencia desmonta los relatos. Uno de ellos el de que no se acusaba por la nota de prensa y que ahora sí se condena por ella. Se condena por la filtración y por la nota como un único acto, y explica cómo jurídicamente nunca ha dejado de estar en el procedimiento dado que se encontraba en la exposición razonada del magistrado del TSJM que lo remitió al Supremo. "La nota consolida la filtración iniciada por el correo, en realidad, la oficializa" Tampoco la queja sobre la indefensión del fiscal general por haber sido juzgado por una parte de los magistrados que llevó a cabo el trámite de admisión —y que habrán leído como una burrada infligida a este pobre hombre— tiene cabida, sobre todo porque no recusaron a los magistrados y no se quejaron por ello hasta un año después de constituida la sala y una vez comprobaron que no les daba la razón, lo que "solo puede interpretarse como una vía estratégica de la defensa, tan respetable como carente de fundamento".

Y así una tras otra. Por ejemplo, la tan cacareada credibilidad de los periodistas, ¡lo van a condenar sin considerar que los testimonios de los periodistas lo exculpan!, clamaba una parte muy concreta de la profesión. Porque ellos "sabían" que era inocente. El magistrado ponente no se resiste a dar una clase sobre el derecho al secreto profesional, que no deber, de los periodistas. Supongo que habrá percibido, como percibimos muchos, que los colegas andaban un poco perdidos sobre en qué consiste y en qué no. Dice el tribunal que fueron exquisitos al tratarlos y que cegaron cualquier pregunta que pretendiera poner en solfa su secreto profesional, eso no significa que no se dieran cuenta, como los demás, de que negando que el fiscal general fuera su fuente sí sembraron miguitas sobre la que pretendían afirmar era la verdadera; vamos, que intentaron colgar el mochuelo a la fiscal Lastra. Curiosa forma de proteger la fuente, apuntándola —"algunos periodistas, lo habrían sopesado, señalaron en la dirección de una fuente oficial y de su ubicación". A ver si pillan la regañina porque, si la de las miguitas era la fuente chachi, no tiene sentido que la señales ni en el piso tercero ni en ningún otro lugar.

Qué gran prudencia profesional la de los periodistas que, teniendo el correo desde hacía mucho, no lo dieron porque su fuente no les dejaba o porque se dieron cuenta de que contenía material confidencial

"Su testimonio ha sido especialmente esclarecedor", dice la Sala, y, la verdad, no lo dudo en absoluto, porque para mí también lo fue. Como dice el ponente, qué gran prudencia profesional la de los periodistas que, teniendo el correo desde hacía mucho, no lo dieron porque su fuente no les dejaba o porque se dieron cuenta de que contenía material confidencial, "lo que contrasta con la precipitación de García-Ortiz", al que no le importó la confidencialidad de la comunicación entre abogado y fiscal y que tenía además reserva de confidencialidad, no como los plumillas. ¡No me digan que no han hecho un despliegue de fair play, los de la toga! Los propios periodistas dijeron saber que había datos que no se podían dar, como lo supo el senador Lobato y el jefe de prensa de Madrid, siendo solo el fiscal general el que no vio ningún problema en hacerlos públicos para desmentir una información que no tenía por qué desmentir y que podía haber desmentido con una simple frase.

Sobre el mito de las 400 o 600 personas que tuvieron a su alcance el correo, otra parte clásica del relato que se alegó en sala, el magistrado advierte que de ser esto cierto "pondría de manifiesto un funcionamiento anormal de un servicio público", sobre todo después de la continua invocación fiscal "de la protección de datos". Ah, y de esto tampoco se escapa el ruido que se creó con la mentira de la Dircom sobre el protocolo de borrado, porque también el tribunal se ha dado cuenta de que ese protocolo nada tiene que ver con el borrado de los teléfonos de fiscales y sí con deshacerse de prueba de delincuentes cuyos casos hayan acabado. Una mentirijilla más al viento.

El borrado de los datos, que coincide justo con la apertura de la causa, no necesitan utilizarlo como prueba de cargo porque, como cualquier mente lógica ve, solo hay una secuencia posible, no hay explicación alternativa razonable, las defensas han hecho un alegato político y han pretendido que por ser quien era se le podían pasar cosas que no eran para tanto. Todo por la causa y por el relato. Los magistrados resumen que García Ortiz tuvo: "un acceso singular a la información" (véase al fiscal saliendo del fútbol a toda prisa), "una secuencia temporal de comunicaciones", que está probada, "la urgencia en la obtención", "la llamada del periodista", "el borrado de los registros" y la "reacción de los subordinados".

Como les decía, la secuencia de hechos era blanco y en botella, leche si uno aplica la racionalidad y tiene en cuenta todos los indicios probados y no los deseos de seguir las premisas de los que querían salvar a toda costa a un fiscal general que, sin duda, contribuyó a dar una baza política a Sánchez con lo del "delincuente confeso", que el Gobierno repitió a todas horas, como un martillo pilón. A mí me ha dado mucha paz, porque, les repito, encontrar un relato lógico, racional, adecuado al sentido común y a la percepción de los sentidos, resulta un oasis. La gran pena es que estas cosas de la razón y la lógica, que antes hacía también el periodismo, parecen haber quedado relegadas a los órganos de justicia y a saber por cuanto tiempo. Una vez que los hechos, la realidad y la lógica sean definitivamente aplastadas, ya no nos quedará nada. Es importante ver cómo una institución del Estado no puede utilizar nuestros datos, los de cualquiera que consideren el enemigo, para matarnos en público, saltándose todo deber de reserva y confidencialidad. 

Así que ver a la máquina de la ley triturando un relato político al servicio de Moncloa que no se sostenía en términos racionales, me parece una gran cosa para todos. Tampoco me importa llevar razón, lo reconozco.