Organizadores de los CDR exiliados en Suiza (aunque ahora nuestros medios hayan cambiado esta condición por expresiones como "marcharse" o "desplazarse") ya había antes de que el diputado Ruben Wagensberg se instalara, y no me refiero a Marta Rovira. El hecho clave del exilio de Wagensberg es que se ha producido justamente la misma semana en que su propio partido definía la ley de amnistía como un texto más robusto que el cipote Zeus. Pues bien, el exilio del diputado pone de manifiesto algo bien fácil de entender y es que la futura ley de amnistía (por muchas enmiendas que termine incluyendo Junts per Catalunya) será un texto legal absolutamente falto de poder. Permitirá algún retorno al país de los actuales exiliados, faltaría más, pero todo el mundo sabe perfectamente que el PSOE no podrá nunca controlar la totalidad del poder judicial español y que la arbitrariedad de las togas explotará sin previo aviso.

De hecho, como ya expliqué antes del caso Wagensberg, el PSOE no tiene ningún tipo de intención de acabar con la represión posterior al 1-O. Lo único que Pedro Sánchez ha podido ofrecer a Junqueras es que mientras él mande, no lo volverán a meter entre rejas. En este sentido, hay que insistir por enésima vez en que la ley de amnistía es, sobre todo, una necesidad española; ahora lo está perpetrando el socialismo porque le interesa permanecer en La Moncloa, pero la derecha española obraría idénticamente de necesitar los votos de la esquerrovergencia para una investidura. Mientras el Gobierno aguante gracias a los votos soberanistas, por muchos peros que pongamos y por mucha indignación que muestren a los políticos catalanes en la tribuna del Congreso, el presidente español de turno podrá pasearse por Europa diciendo que tiene la carpeta catalana controlada, aunque los jueces lo miren con una mueca en la cara.

El capataz de la rendición sabe perfectamente que la nuestra es una administración totalmente vaciada de poder y que ahora lo único que toca es acercarse al amo de turno en Madrid para ir repartiendo propinas en Catalunya.

En este sentido, los políticos independentistas no solo están minando la posibilidad de amparo europea/internacional de la causa catalana (lo cual era la principal demanda de las últimas elecciones europeas; lo digo para que el próximo junio no os vuelvan a engañar con historias y hagáis el favor de absteneros), sino que están normalizando que el Estado acabe teniendo más espacio legal para amnistiar a los policías que agredieron a la población catalana el día del referéndum e, incluso, ya que estamos, a todos los actores de la guerra sucia que agrupan los centenares de meandros de la operación Catalunya. Dicho de una forma más radical, con la amnistía no es España quien perdona a los políticos catalanes por las fechorías del 2017, sino precisamente al revés; nuestros líderes han pedido clemencia en España a condición de que el terrorismo de Estado acabe amparado en una ley ausente de agresores.

Dentro de esta dinámica perversa, quien está consiguiendo llegar a las cotas más altas de cinismo es precisamente Junts per Catalunya. Con la excusa de dar todavía más robustez a la ley (eso de la cosa "robusta", ya os aviso, será la nueva palabrota con que el procesismo escudará sus mentiras), el partido de Carles Puigdemont simplemente se está dedicando a ganar tiempo y a hacer ver que presiona al Estado para diferenciarse de una supuesta tibiez de Esquerra y llegar a las próximas elecciones europeas con una nueva zanahoria en el bolsillo. No creo que los cráneos privilegiados juntaires tengan los cojones de repetir aquel lema que, visto el engaño en perspectiva, ahora da risa: "si quieres que vuelva al presidente, tienes que votar al presidente." Sin embargo, conociendo como funcionan los convergentes, no os creáis que variará mucho de tono; el protagonista del fraude, evidentemente, repetirá.

Aprobar la amnistía será un error descomunal, ya que —lejos de hacer pressing al Gobierno de turno— conformará una hipoteca de poder todavía mayor para el independentismo. La historia es lo bastante conocida, porque cuando más cedes a los españoles, estos buscan formas más brutales de joderte. Por eso entiendo perfectamente el exilio de Ruben Wagensberg al paraíso de la izquierda catalana y también que Oriol Junqueras haya renunciado a presentarse como candidato de Esquerra a la Generalitat. El capataz de la rendición sabe perfectamente que la nuestra es una administración totalmente vaciada de poder y que ahora lo único que toca es acercarse al amo de turno en Madrid para ir repartiendo propinas en Catalunya. Si el soberanismo se porta bien durante los próximos años, en resumen, todo el mundo terminará volviendo tarde o temprano. Además, el exilio catalán tiene una particularidad esencial: un sueldo público robusto.