Quizás haya llegado el día y queramos entender qué fuimos en el pasado, aproximarnos a la idea del gran poder de nuestro rey de Aragón en el Mediterráneo. Y no basta con leer libros de historia catalana que podrían ser, a pesar de su ciencia, parciales o tendenciosos a causa del amor. De amor a la patria. Tal vez sea suficiente una sola imagen, la de una singular escalera que muestra viva la antigua fama de nuestra casa en todo el mar interior que separa Europa, África y Asia.

En Bonifacio, en el extremo sur de Córcega, hay una escalera imponente, tallada por el ser humano, en una falla natural que resquebraja el acantilado y sobre el que se levanta la orgullosa ciudadela local. Es un hachazo que cae sesenta y cinco metros en picado hasta el mar, como una montaña rebanada de corte seco y franco. Con una inclinación de casi cuarenta y cinco grados, desde lo alto hasta una cueva inaccesible ni por tierra ni mar, a doce metros del agua, existe esta fabulosa escalera, con 187 escalones altos e irregulares y que parecen inexplicables, irreales.

Tan irreales que, aunque, con toda probabilidad, la escalera fue construida, o mandada construir, por los monjes franciscanos de la ciudad de Bonifacio para acceder a un manantial de agua situado en su extremo, la sorpresa y la incredulidad han sido dominantes, también para la gente del país corso. Hasta tal punto que el origen de la escala se justifica en el imaginario popular a través de una extraña leyenda, la leyenda que asegura que Don Alfonso el Magnánimo, durante el feroz asedio de Bonifacio de 1420, construyó en una sola noche la impresionante serie de escalones para conseguir rendir la ciudad que por aquel entonces el rey quería poseer. Solo en una noche, como el Pont del Diable de Martorell, como si fuera un hechizo, como si fuera una fuerza tan impresionante como inexplicable. Catalunya fue una fuerza legendaria.

Tan grande fue la fama de nuestra monarquía medieval que las escaleras, sin relación histórica alguna con el Magnánimo, son conocidas todavía hoy como las Escaleras del Rey de Aragón. La empresa sobrehumana de cortar esa escalera en la roca es imputada a un poder que se considera maléfico, pero que finalmente resulta derrotado, como ocurre en las historias edificantes, provistas de moral para el comportamiento. Bonifacio fue la única ciudad corsa, en el extremo sur de la isla, que resistió el impulso conquistador del ejército catalán, de aquellos nuestros abuelos que se sirvieron de este camino para llegar a la ciudadela y osar conquistarla. Un conjunto de hombres armados y nuevos, enardecidos por la aventura de la guerra, subieron estos escalones con el empuje del coraje, algunos embriagos de lecturas guerreras, impresionados por las historias de caballerías, las crónicas novelescas. Había que vivir, por fin, lo que hasta entonces solo habían sido palabras, había llegado el momento tan esperado de imitar las vidas irreales de los héroes subiendo por la escalera de la hazaña. Arriba, arriba.

Podemos identificar a Don Alfonso, solemne, el joven rey rodeado de sus jóvenes camaradas, curiosos y altivos, asustados como en una partida de caza con los halcones y la jauría, sudados, impacientes todos ellos dentro del arnés bruñido que brilla entre el mar y el sol. Están Ausiàs Marc, Jordi de Sant Jordi y Lluís de Vila-rasa, también Andreu Febrer, el viejo poeta y caballero, que traduce la Divina Comedia, entre otros muchos que no llegamos a distinguir bien entre las correderas, en la palpitación del momento.

La escala de la guerra y el deseo de victoria se equiparan en el imaginario de los caballeros en la escala del deseo más crudo, el del amor, la excitación del instinto por las mujeres inaccesibles que palpitan en secreto. Es el principio de depredación. Lo dice bien claro el Lancelot cuando, en el episodio final, el caballero quiere conquistar la torre mayor para conseguir el cuerpo de la reina.

La escalera es, de este modo, también el emblema del deseo de la carne que sube y sube, que se eleva más allà de uno mismo. Lo dice Ausiàs Marc en uno de sus primeros poemas (3, 1-2): “Alt e amor, d’on gran desig s’engendra, / sper, vinent per tots aquests graons...”. El amor es la elevación de quien a ambicionar se atreve.