Querido Sr. Cambray,

Me llamo Eulàlia V. y he decidido unir mi voz a este coro de mujeres, como Marta S. y Montserrat D., que le escriben a través de ElNacional.cat para expresarle sus tristes pesares. Durante 37 años he sido profesora de filosofía, especialidad siempre en peligro de extinción, y aunque he disfrutado de la vida profesional —de la cual me llevo muchos buenos amigos y estrechos vínculos con el alumnado— créame si le digo con palabras del androide a punto de expirar que "yo he visto desastres pedagógicos que usted no creería". Desde hace unos meses estoy felizmente jubilada y me dedico a la lectura y a mi pasión por el cine de Hollywood; pero últimamente el cuerpo me pide acción y por eso empiezo a estar tentada a apuntarme a las protestas del grupo "El silenci" para poder irrumpir en el Parlament enarbolando pancartas y en los "Fridays for future" con la juventud para cuidar del medio ambiente. Sí, Sr. Cambray, usted me ha convertido en una activista profaflauta que no se ha perdido ninguna manifestación este mes de marzo; y como tengo más tiempo que nunca, me estoy dedicando a hacerle un estrecho seguimiento en todos los medios de comunicación, al más puro estilo Atracción fatal (película que no sé si habrá visto porque usted debió ser muy joven!). Fíjese en que he escuchado, estoicamente, las 4 horas 23 minutos de su comparecencia en la Comissió d'educació del Parlament de Catalunya, he seguido cartesianamente el infructuoso intento de reprobación de su gestión como conseller impulsado por la CUP, he escuchado resignadamente su entrevista en Catalunya Radio (¡la que era nuestra!), me he apuntado a los combativos grupos de Telegram de profesorado y AFAS que cuestionan su management, y nunca se me hubiera imaginado que acabarían tuiteando compulsivamente contra sus tuits como Profapower, alias que me gusta bastante porque me da un aire de despiadada heroína de Tarantino.

Como ve, todavía no he tenido tiempo de aburrirme. Mi carrera docente empezó en una escuela privada de élite donde las familias muy acomodadas siempre han hecho sustanciosas aportaciones, y que ahora ha catalanizado su nombre para poder disfrutar de un concierto educativo que ustedes, incomprensiblemente, le han concedido. Como nunca me consideraron "uno de los nuestros", hui por patas de la gestión autoritaria de la escuela privada y de la homogeneidad high class de alumnado y familias con mentalidad clientelar. Aprobé las temidas oposiciones, y desde entonces he trabajado ("amb il·lusió!)" en 6 institutos y a las órdenes de 7 direcciones diferentes. Créame, Sr. Cambray, de estas últimas he visto de todos colores: desde directoras de talante juicioso y democrático que terminan por agotamiento, a directores que se comportan como Lobos de Wall Street, y llevan al límite las atribuciones que desgraciadamente les ha ido concediendo la LEC del 2009.

Ya se puede imaginar que 37 años dan para mucho, y que en el aula he combinado métodos que ustedes consideran hoy en día caducos, como son las clases magistrales, con herramientas pedagógicas que desde hace años —y mucho antes de que usted las descubriera— se suponía que ya eran innovadoras: he incorporado desde tiempos inmemoriales las TIC al aula, casi sin recursos; con mis alumnos he hecho blogs, páginas web, vídeos, podcasts, etc. con herramientas que casi ya han pasado a la historia como el Mixbook o el Voice Thread, y que ahora se renuevan cada dos por tres con nombres como Sites, Mailchimp, Padlet, Hootsuite, Aurasma, Symbaloo, Colorcilla, y otros que harían las delicias de los Monthy Pyton. Fui pionera en la organización de proyectos Comenius, ahora llamados Erasmus+, que implicaban intercambios escolares en torno a los valores democráticos de la ciudadanía europea —claro que eso fue antes de que la Troika nos decepcionara y nos hiciera entender, a golpe de recorte, que en Europa lo que de verdad nos une es solo la economía—. Imbuida de espíritu transformador, acepté la propuesta de trabajar durante dos años en un proyecto en su departamento de Vía Augusta, sin embargo, impotente y aburrida de pasear el formulario A-38 como Astérix en "la casa que enloquece", me fui porque quería sentirme útil de nuevo, mientras los compañeros de oficina se hacían cruces de mi decisión de volver a las aulas de donde ellos habían desertado.

Y hablando de las aulas, cuando usted insiste en el hecho de que viene del mundo de la educación, suele mencionar que sus padres eran maestros (pero debería saber que "la barba no hace al filósofo"), y que en 2015 fue un fugaz profesor de tecnología de un instituto, donde recuerda, vagamente, haber sufrido los recortes. Enseguida buscó cobijo, bien lejos de las barricadas, bajo el paraguas de la UOC y de los sucesivos cargos políticos de gestión que ha ocupado en ERC. No osaría nunca poner en duda sus mantras preferidos: que quiere mucho a la escuela pública y que las duras decisiones políticas que toma al estilo Dama de hierro —con la resistencia de un profesorado ramplón, inmovilista, corporativista y no sé cuántas miserias más— responden a la voluntad de hacer siempre lo mejor para los niños y jóvenes catalanes. Sin embargo, le tengo que decir que las tres mejoras de país que usted anuncia estos días, como son la gratuidad de Infantil 2 y 3 en la escuela pública, la financiación con 800 euros por alumno del jardín de infancia privado (que usted prefiere llamar "no-pública" porque le da vergüencita) y la reducción de ratios en Infantil 3 (aprovechando la bajada de la natalidad), serán medidas tan efectivas como seguir tocando en la orquesta del Titanic mientras el barco de nuestro sistema educativo se hunde. Si no he contado mal, la mejora de las ratios no se notaría en la secundaria y en Bachillerato hasta de aquí a 6 y 10 cursos, respectivamente. Y mientras tanto, ¿qué hacemos? Quousque tandem abutere Catilina patientia nostra,, ¿eh?

Mire, le diré qué pienso, Sr. Cambray: el auténtico acuerdo de país que generaría un cambio de paradigma de la altura de un tsunami sería la implementación de dos medidas del más elemental sentido común, "querido Watson": la reducción de las ratios a todos los niveles del sistema educativo al mismo tiempo y el restablecimiento del horario lectivo del profesorado anterior a los recortes (que usted sufrió tanto). Porque yo le explico, conseller, mientras el departament se cansa de predicar que el alumnado tiene que ser el centro del aprendizaje, el profesorado, que está en unas trincheras más hondas que las del Soldado Ryan, batalla cada día con grupos de 30 o 35 alumnos en el aula. Añada que las tutoras, por un complemento económico irrisorio y con solo una o dos horas semanales, intentan gestionar la Tormenta perfecta de la diversidad del alumnado: problemas de salud mental, afectiva y sexual, violencia de género, conductas suicidas, trastornos de la conducta alimentaria, acoso escolar, maltratos familiares, situaciones económicas desfavorecidas, dislexias, trastornos de aprendizaje... ¡Con este panorama comprenderá usted que las tutoras apagan tantos fuegos cada semana que parecen las protagonistas de Lo que el viento se llevó en pleno ataque de ansiedad!

Sr. Cambray, reconozco que yo no entiendo de números, pero sus presupuestos y partidas especiales parecen un mal remake de Toma el dinero y corre, pero sin ninguna gracia. Por ejemplo, ustedes han comprado ordenadores en abundancia para los alumnos, incluso para los que ya tenían quién sabe cuántos en casa; mantienen un número muy elevado de profesorado liberado trabajando en los centros de recursos, en los servicios territoriales y  su departamento (con sustanciosos complementos retributivos); cada curso han hecho crecer los formadores —de formadores— y mentores —de no se sabe quién o qué— en sus nóminas; tienen un cuerpo de inspectores sobredimensionado y tan ausente de los institutos que en 37 años de carrera me he preguntado si no serían seres tan virtuales como los hologramas de Darth Vader en La estrella de la muerte; han invertido mucho dinero en estudios y diagnósticos de la filantrópica Fundación Bofill; y para acabar de arreglarlo, en plena huelga docente, han aprobado un decreto que hace efectivo un aumento jugoso de la remuneración de las direcciones, que tiene la pinta de querer comprar voluntades y cortocircuitar protestas. Y pienso yo si tal vez no seria mejor que fuera En busca del arca perdida y este dinero, más otro que ya sacará usted de donde haga falta, los invirtiera en las dos verdaderas mejoras que le he propuesto. Vaya haciendo números y piénseselo bien, Sr. Cambray.

Mientras ustedes explican películas a la ciudadanía con un guion digno de La La Land donde cantan que la solución a todos los males de la educación es el aprendizaje por retos y por proyectos, el verdadero reto de mis compañeras —y de las pobres alumnas amontonadas— no es en absoluto enseñar o aprender, sino sobrevivir y procurar "no morir con las mascarillas puestas". Espero de todo corazón que haya tenido unas buenas vacaciones y el tiempo necesario para mirarse con distancia el problema que tiene entre manos, porque no querría que sufriera otros Idus de marzo sindicales (por cierto, sepa que Clooney es uno de mis actores preferidos ;-)). Y todo esto se le digo porque tampoco le deseo que al volver de nuevo a la escuela, cuando todos nos saquemos ya por fin las máscaras y las mascarillas, acabe viendo cualquier cosa menos sonrisas complacientes.

Quedo ansiosa a la espera de su respuesta, y mientras tanto le prometo seguir atento su carrera profesional.

Eulàlia V.