Dicen que, poco después de su elección, por Roma corría ya la broma que "León XIV es el primer papa generado por inteligencia artificial". Una referencia socarrona a la famosa imagen, esa sí que generada por IA, del presidente Trump reconvertido en papa de Roma. Una representación que habría generado una profunda indignación y que habría actuado de revulsivo —no el único pero sí relevante— para que muchos cardenales acabaran optando por el cardenal Robert Prevost, convertido en León XIV. Se dice que más de cien de los ciento treinta y tres cardenales habrían votado por él, superando ampliamente la barrera de los dos tercios establecida en ochenta y nueve votos, en la cuarta votación del cónclave; una muestra de un amplio y rápido consenso dentro del Colegio Cardenalicio.
Y si bien es cierto que la elección de este y cualquier santo padre responde a dinámicas y factores ciertamente más complejos, no deja de haber un punto de razón en la mencionada afirmación cuando son precisamente los trumpistas y sus entornos los que desde hace tiempo han mostrado su desprecio por el actual Papa. El mismo Steve Bannon, uno de los principales ideólogos del movimiento MAGA, afirmaba hace poco más de una semana: "creo que uno de los enigmas [en referencia a posibles papables] —y desafortunadamente uno de los más progresistas— es el cardenal Prevost... que sin duda está en las quinielas"; como también dijo poco después de su elección: "Será un continuador de Francisco, era el peor de los candidatos posibles (...) un voto contra Trump, impulsado por los globalistas de la Iglesia".
Personalmente, confieso que me sorprendió la valentía del Colegio Cardenalicio en esta elección. Una opción que ha generado malestar y preocupación en círculos del poder no solo de Washington, sino también en otras capitales, algunas de ellas europeas, controladas por los afines a la oleada global iliberal. Y es que habitualmente los cardenales optan por la no confrontación, o como mínimo no la directa; y menos con alguno de los grandes poderes hasta hace poco amigos, a la vez que unas de sus principales fuentes de financiación. Hay que recordar que tradicionalmente la Iglesia de los EE. UU., y no precisamente la más progresista, es de las que ha aportado más recursos a las finanzas vaticanas.
Una valentía que es digna de subrayar, y que es una herencia más del papa Francisco, que ahora vemos como en sus doce años de pontificado realmente ha conseguido cambios estructurales en la Sede de Pedro; algo nada fácil de alcanzar teniendo en cuenta las inercias seculares, incluso milenarias, de la institución. Todo esto en uno de los contextos internacionales más enrevesados y peligrosos de las últimas décadas.
Seguramente por eso, y porque cada papa tiene su personalidad, León XIV optó por revestirse de los atributos clásicos de los pontífices para su primer saludo. Para calmar algunos espíritus, a la vez que recordar que él es ahora Pedro, el heredero y el custodio de los dos mil años de magisterio de la Iglesia Católica. Porque una parte de la mencionada valentía, y también audacia, de su elección pasa seguramente por continuar una agenda reformista manteniendo la unidad de la institución. Una unidad que tiene sus rendijas, una de las más importantes provenientes de sectores influyentes y muy tradicionalistas de la Iglesia norteamericana, desde donde hace tiempo que se hace correr la idea de un eventual cisma. ¿Y quién mejor para afrontar este desafío que alguien como Prevost, que conoce la Iglesia Católica de los EE. UU. en profundidad?
En un mundo tan convulso como el que vivimos, la Santa Sede se convierte en guardiana y defensora de la evidencia científica, ante una Casa Blanca embadurnada de fake news y promotora del negacionismo científico cuando refuta el cambio climático
El nombre hace la cosa
El propio Papa ya ha confirmado, en su primera alocución ante los cardenales del sábado, que el principal motivo de la elección de su nombre se debe a la Rerum Novarum, es decir, al papel de León XIII como fundador de la doctrina social de la Iglesia. Pero atención, no es una elección en clave de pasado sino en clave de futuro, porque "hoy la Iglesia ofrece a todo el mundo su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos retos para la defensa de la dignidad humana, la justicia y el trabajo", en sus propias palabras.
Hay que recordar aquí que León XIII, en contraposición a su predecesor Pío IX, obsesionado con la "modernidad", fue defensor del diálogo con la ciencia, rechazó condenar el darwinismo y abrió el tesoro de conocimiento que son la Biblioteca Vaticana y el Archivo Apostólico (este conocido hasta hace poco como el Archivo Secreto) a la consulta de los historiadores y científicos. Y es ahora un papa agustino, matemático y teólogo, que ha estudiado en una de las mejores universidades jesuitas de los EE. UU., quien escoge el nombre de León XIV.
Porque en un mundo tan convulso como el que vivimos, la Santa Sede se convierte en guardiana y defensora de la evidencia científica, ante una Casa Blanca embadurnada de fake news y promotora del negacionismo científico cuando refuta el cambio climático; otra de las grandes preocupaciones del nuevo Papa.
"El mal no prevalecerá"
"El mal no prevalecerá", una frase dicha desde la Logia de las Bendiciones de la Basílica de San Pedro, y televisada en directo a centenares de millones de personas, que fue un soplo de esperanza en un mundo en vértigo, en conflicto, un mundo que literalmente tiene miedo.
Una frase dicha en un contexto de crecimiento global del autoritarismo y de retroceso de los derechos humanos, también en países hasta hace poco referentes democráticos. Un mundo que durante unas horas rozaba el precipicio por el enfrentamiento, por suerte parece que ya resuelto, entre dos potencias nucleares como son India y Pakistán. Como si no fuera lo bastante dramático aquello que diariamente vivimos en Ucrania, en Gaza, en el Sudán y otros lugares.
Y es que los primeros pasos del nuevo pontificado de León XIV han coincidido con un espectáculo, este en otro de los escenarios más imponentes del mundo como es la Plaza Roja de Moscú, aterrador. Y no tanto la forma como el fondo. Porque desfiles conmemorativos del fin de la Segunda Guerra Mundial hemos visto muchos y, lógicamente, el que marcaba el 80.º aniversario tenía que ser imponente, según los estándares que habitualmente marca el Kremlin. Lo más preocupante era la escenificación de la confirmación de la alianza Putin-Xi Jinping, entre la Federación Rusa y China, con la guinda de la felicitación enviada desde Washington por Trump.
Y si a eso sumamos que casi en paralelo en Nancy, en Francia, el presidente Macron confirmaba ante el primer ministro polaco la política de Francia de incluir a Polonia dentro de su política de disuasión nuclear, es más que evidente que estamos en tiempos necesitados de "diálogo y de construir puentes", de "paz". Estamos, por lo tanto, en tiempos de León XIV.