La abstención independentista ha vuelto a ganar las elecciones, esta vez españolas, en Catalunya, con permiso del PSC. Como ocurrió en las municipales del 28 de mayo, ERC, JxCat y la CUP han recibido un buen correctivo, pero con incidencia desigual. Y la abstención ha ganado pese a la campaña furibunda en contra de los partidos catalanes, que no han dudado en recurrir primero al chantaje emocional agitando el espantajo de la extrema derecha y luego al insulto directo de los independentistas que decidían quedarse en casa.

El batacazo más fuerte se lo vuelve a llevar ERC, además de la CUP, que desaparece del mapa político español cuatro años después de haber entrado. JxCat, por su parte, mantiene la misma tónica que antes tenía CDC, es decir, baja, pero logra salvar los muebles, porque aunque en cada colada pierde una sábana, como los demás aún pierden más, se lo toma casi como una victoria, por pírrica y falsa que en realidad sea. Es aquello de "el que no se consuela, es porque no quiere", pero en el fondo es un espejismo que le impedirá poner orden en el desbarajuste en que se ha convertido el partido de Carles Puigdemont. La principal diferencia respecto a 2019 es que entonces dentro de JxCat estaba el PDeCAT —no rompieron hasta el 2020—, que ahora tampoco ha sacado representación y deja el espacio que encarna la herencia directa de CDC sin presencia en las Cortes españolas por primera vez desde la recuperación de la democracia en España.

Pero al que más ha perjudicado la abstención independentista es a ERC, que añadido al revés que ya sufrió en las elecciones municipales, le crea un problema muy serio. De hecho, los dos guantazos seguidos son difícilmente asumibles y dejan al partido en un momento muy delicado, y no solo por la situación que pueda tener a partir de ahora en el Congreso y en el Senado, sino también por cómo queda en Catalunya. Y es que con este doble tropiezo, el Govern presidido por Pere Aragonès queda muy en cuestión. El 132º presidente de la Generalitat podrá no ser partidario de avanzar las elecciones catalanas —al contrario de lo que hizo Pedro Sánchez tras el desgaste del PSOE el 28 de mayo al adelantar las españolas justamente a este 23 de julio—, pero con estos resultados el escenario es insostenible y es bastante probable que no le acabe quedando más remedio que hacerlo. La realidad es que ahora mismo la legislatura catalana cuelga de un hilo y pretender agotarla hasta principios del 2025 parece una quimera.

La clave, una vez más, será ver si ERC, JxCat y la CUP han sabido entender el segundo mensaje de la abstención independentista.

El caso es que, en una situación como esta, en cualquier democracia consolidada haría rato que en ERC se habría producido una retahíla de dimisiones, porque entre ambos comicios, locales y españoles, puede haber perdido la friolera de más de 700.000 votos, que se dice rápido. Si esto no hace reaccionar a nadie, es que el problema de la política catalana es más grave de lo que pueda parecer a simple vista, porque nunca puede darse por bueno que unos malos resultados queden escondidos detrás de una aritmética parlamentaria aparentemente favorable, si es que se acaba produciendo. Históricamente, los partidos catalanes no tienen por costumbre asumir responsabilidades, pero iría siendo hora de que lo hicieran. Si no, entonces no tienen derecho a quejarse.

La clave, una vez más, será ver si ERC, JxCat y la CUP han sabido entender el segundo mensaje de la abstención independentista. Al primer aviso no solo no le han hecho caso, sino que lo han menospreciado, y las cosas no les han ido muy bien. Si ahora tampoco toman nota, pueden dar por hecho que volverá a haber una tercera tanda de abstención, y tiene toda la pinta que esta vez será en las elecciones catalanas. El aumento de la abstención del electorado que se quiere separar de España deja a los tres partidos en una posición cada vez más complicada, pero es también un mensaje al mundo que, muy al contrario de lo que pretende hacer creer al presidente del Gobierno español, precisamente con la complicidad de ERC, JxCat y la CUP, el independentismo no está pacificado, sino que se encuentra más vivo que nunca y dispuesto a dar guerra más pronto que tarde