En Catalunya había, el año 2016, 68.300 personas inscritas en el régimen de trabajadoras del hogar, de las cuales 33.118 tenían nacionalidad española y 35.182 extranjera. Trabajadoras —la mayoría son mujeres inmigradas— que se ocupan de las tareas de nuestra casa y cuidan de nuestras familias. Que cuidan de lo que pasa en nuestras vidas, que son imprescindibles, pero que el sistema trata como personas de segunda categoría.

Una trabajadora del hogar en nuestro país cobra un 40,4% menos de salario que un trabajador medio y el 56% tienen un contrato a tiempo parcial. Esta realidad de pobreza presente se tiene que añadir —dada la diferente legislación en materia de Seguridad Social, que establece un régimen específico de cotización— la pobreza futura que lleva a que cuando estas personas se jubilan cobren por término medio 520,46 euros al mes, y que la gran mayoría necesiten complemento de mínimos. Más allá de la discriminación salarial presente y futura, hoy en día ser trabajadora del hogar significa no cotizar por paro ni otras prestaciones, no estar en los circuitos de formación y no poder estar protegidas por las leyes de prevención de riesgos laborales.

Y evidentemente, estas son las trabajadoras que tienen contrato y salen en la estadística, porque del resto —la mayoría y en la economía sumergida— ni siquiera conocemos las condiciones de trabajo. Detrás de este grupo de personas se esconde una realidad dramática, de abusos y maltratos. Aunque tenemos una regulación sobre el trabajo en el hogar (RD 1620/2011), la precariedad ha encontrado un agujero donde se encuentra cómoda. Infinidad de empleadores no hacen contrato por escrito, y utilizan lo que se conoce como libre desistimiento, que obliga a las trabajadoras a dejarlo bajo coacciones y amenazas. Muchas de estas personas no tienen derecho a vacaciones ni descansos y viven al ritmo de las necesidades familiares sin ninguna protección. De entre las más vulnerables encontramos a las "internas", aquellas que viven en el mismo hogar.

Hace falta que los que estamos en mejores condiciones hagamos de altavoces de sus demandas para que no queden escondidas detrás de las cuatro paredes de las casas donde limpian

Es evidente que no se puede generalizar. Que hay empleadores y empleadoras que intentan hacer las cosas bien. Pero ni aplicando la regulación actual podemos garantizar a las trabajadoras del hogar un trabajo digno. Es por este motivo que urge la ratificación del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo sobre el trabajo digno para este colectivo, tal como ya han hecho países como Alemania, Portugal y Bélgica. Con esta rúbrica se garantizarían aspectos básicos como el derecho efectivo a la negociación colectiva, los contratos por escrito, la garantía de descansos diarios y vacaciones pagadas, la compensación de las horas extraordinarias, la igualdad en la aplicación de la seguridad social que significaría el fin del sistema discriminatorio actual, y dotaría de recursos a la inspección de trabajo para poder actuar ante situaciones fraudulentas o de abuso y en la prevención de enfermedades profesionales.

Las mujeres del hogar son invisibles. Dentro de las casas, donde se les exige que hagan el trabajo con discreción, pero también socialmente. Es muy difícil que se organicen (aunque lo están intentando a través de plataformas y los sindicatos mayoritarios) por sus condiciones de trabajo pero también por su dispersión y la falta de sentimiento de colectivo que han tenido hasta ahora. Y es por este motivo que necesitan que les echemos una mano. Como personas pero también como sociedad. Hace falta que los que estamos en mejores condiciones hagamos de altavoces de sus demandas para que no queden escondidas detrás de las cuatro paredes de las casas donde limpian o bien donde cuidan a los niños y a las personas mayores. Y porque hace falta que seamos conscientes de que sin ellas nuestra vida estaría en peores condiciones, y eso tiene un precio. Pongámoslas en valor. No pueden ser las invisibles entre las invisibles.