Por circunstancias familiares estas dos últimas navidades las he pasado una en una UCI del Hospital de Sant Pau, y la otra en un centro sociosanitario. De repente, te das cuenta de que el mundo y tú vais con el ritmo cambiado. Mientras todo el mundo habla de canelones, aperitivos y regalos, tú sólo piensas en el horario de entrada para visitar a tu enfermo o en si se ha acabado el gel de baño o la colonia. A tu alrededor todo el mundo tiene planes, de viajes o de encuentros, y tú sólo vives y sobrevives con tus angustias.

Pero, de repente, te encuentras con otras rutinas que hacen que tu Navidad sea diferente, pero que alguna cosa puedas vivir. Y hablo de los grandes esfuerzos que hacen los trabajadores y trabajadoras de la sanidad, para que tú y tus problemas no te impidan de vivir una Navidad atípica y diferente. Pero Navidad, al fin. Hablo de los celadores, del personal de administración, de los TCAI, de los médicos, las enfermeras... gente que hacen de su vocación una profesión. Personas que te solucionan la vida, cuando tú te paralizas. Gente que hace que el día de Navidad sea, dentro de ciertos parámetros, una fiesta. Aquel corte de turrón para toda la familia. Una "feliz Navidad" con una sonrisa de oreja a oreja, y aquella calidez que hace que las paredes frías, blancas, de un centro sanitario tengan cierto calor.

Y a esta gente, que a ti te trata tan bien, los últimos años este país no les ha tenido reciprocidad. Recortados salarialmente, con unas ratios de personal absolutamente inhumanas, y con un material cada día más obsoleto, consiguen que en este país —con sus limitaciones— la sanidad sea un bien preciado. Porque son ellos, los que con su compromiso han mantenido el sistema sanitario. La sanidad, en nuestro país, está infrafinanciada, es cierto. Tenemos un sistema complejo de gestionar de colaboración publicoprivada, heredado del viejo sistema mutualista. Pero estos años de crisis han llevado la inversión por habitante a límites insostenibles. Somos miles de personas, los que nos negamos a tener seguro privado, que hemos fiado nuestra salud al sistema público como máximo garante de la igualdad y la cohesión social. Y también que nos negamos a que la sanidad sea un negocio. Hemos visto perplejos cómo en los últimos años se ha aprovechado la crisis económica como excusa para privatizar el sistema. Y nuestra salud no es ni un negocio, ni está en venta. Porque es un elemento nuclear de la igualdad en nuestro país.

Esta Navidad —toco madera— volverá la normalidad a mi vida. Pero la gente de la sanidad —y de los bomberos, guardias urbanos, mossos, vigilantes penitenciarios...— continuarán al pie del cañón. Haciendo que nuestras vidas sean más fáciles. A todo el mundo, que tengáis una feliz Navidad; a ellos, feliz Navidad y mil gracias.