Este martes cerraremos la campaña electoral. El miércoles reflexionaremos —si es que se puede hacer en la era de las nuevas tecnologías— y el jueves votaremos. Cerraremos de esta forma una de las campañas más atípicas que se han vivido nunca. Las urnas decidirán, cómo no puede ser de otra manera. Pero estos últimos meses quedarán en la retina y la memoria de muchas generaciones. Y las cosas que se han dicho y que han sucedido nos pasarán factura durante años. Seguramente, nunca nada volverá a ser igual.

Una de las realidades que hemos vivido es la generación del consenso de que en Catalunya se ha creado una fractura social. Entre independentistas y constitucionalistas o unionistas, depende de cómo se quiera decir. Es cierto que en estos últimos meses las posiciones se han polarizado. Casi todo el mundo podría situarse en un lado. Pero simplificar la ruptura social a posiciones y proyectos políticos legítimos y democráticos es, cuando menos, reduccionista. Y sobre todo, culpabilizar únicamente una de las partes es miserable políticamente. Porque en Catalunya, más que fractura social, hay fracturas sociales. Bajo mi óptica, mucho más graves que las que interesadamente se quieren situar. Y me gustaría que todos los partidos del arco parlamentario hicieran los mismos aspavientos con unas que con las otras.

Sin embargo, vamos por partes. ¿Qué es fractura social? Hace pocos días Oxfam Intermón presentaba su estudio "Diferencias abismales. El papel de las empresas del Ibex-35 en la desigualdad". Si bien es cierto que habla de las grandes empresas, aparecen cifras muy sintomáticas. Entre 2008-2016 el número de multimillonarios creció un 60%, a la vez que las personas que cobraban menos de 6.000 euros el año crecía un 40%. También aparece que un empresario cobra 207 veces más que su empleado por término medio, y que las empresas pagan ahora menos impuestos que años atrás, o que dedican el 98% de sus beneficios a repartir dividendos entre los accionistas mientras empobrecen a los trabajadores. Y lo que es más grave: que estas desigualdades no paran de crecer, ya que desde hace tres años las distancias cada vez se hacen mayores. A los altos ejecutivos les subió un 15% de salario por término medio, mientras que a los trabajadores un 0,3% también por término medio. Y todo, como recordaba un sindicato esta semana, mientras los pensionistas han perdido en siete años 2.387 euros por término medio por la no revalorización de las pensiones. Porque la batalla se sitúa entre ricos y pobres. En que en las grandes ciudades sepas cuántos años vivirás dependiendo del barrio donde vivas.

Votad con la convicción de que vuestra papeleta recoserá el país con trabajo y salarios dignos y de calidad y con unos servicios públicos al servicio de la ciudadanía

Estas cifras dibujan perfectamente el país de las fracturas sociales. Porque hay tantas como  familias que no pueden calentar su casa en invierno, niños y niñas que necesitan becas comedor o bien parados que no encuentran trabajo. Porque las fracturas sociales reales las encontramos aquí, y no en qué lengua se enseña a la escuela, ni de quién o de qué habla TV3, o si las personas van vestidas de amarillo o de gris marengo. Focalizar las diferencias sólo en términos exclusivamente territoriales de país es, en el fondo, un error que aleja la política de la realidad.

Os recomiendo que leáis los programas electorales. Que unáis los dos vértices. El de izquierda-derecha y el de Catalunya-Espanya. Que miréis si se habla del despliegue de la renta garantizada de ciudadanía o de políticas activas de ocupación. De qué se dice sobre inclusión social, sanidad o bien sobre el modelo ambiental o urbanístico. Y después, votad con la convicción de que vuestra papeleta recoserá el país con trabajo y salarios dignos y de calidad y con unos servicios públicos al servicio de la ciudadanía. Que servirá para solucionar el día a día de los 300.000 conciudadanos apuntados a las listas del paro que cobran 426 euros o nada. Y que, también este mismo voto, dará salida a vuestras aspiraciones nacionales. Porque, como siempre he defendido, avance social y nacional son dos caras de la misma moneda. Porque si no, ¿de qué nos sirve un país si no es para vivir allí mejor?