Hace unos cuantos días que estamos en calma tensa. La movilización en la calle ha bajado el ritmo a la espera de que se constituya el Govern. Eso no quiere decir que no haya, sencillamente nos hemos dado un tiempo para recomponernos todos juntos. La Assemblea escogerá su nueva dirección, igual que Òmnium. Parece que cosas etéreas como Tabarnia y su autoproclamado presidente, Albert Boadella, sí que se movilizarán. Pero todo es tiempo para dar espacio a la política. Y es en este contexto que estaría bien reflexionar sobre algunas de las cuestiones que algunos líderes han puesto encima de la mesa durante estos días tan convulsos. Me refiero a las declaraciones de algunos representantes sobre la presencia de niños y niñas en las manifestaciones. Seguramente son declaraciones hechas en caliente. Pero son peligrosas, porque sitúan algunos temas desde una vertiente más defensiva y coyuntural que desde una óptica reflexiva del modelo de sociedad que queremos. Y es con la cabeza fría, cuando conviene pensar en qué se ha dicho.

Desde que tengo uso de razón he ido a manifestaciones. Mis primeros recuerdos vienen de todos los Onzes de Setembre en familia, los Primeros de Mayo... estos eran nuestros hitos establecidos en el calendario. Pero por el medio se mezclan las del Hipercor en Barcelona, los cortes de carretera contra el plan de residuos que establecía un hipotético vertedero en la Conca de Barberà... Ya en la edad adulta he seguido con las tradiciones y he participado en las manifestaciones contra la guerra, el terrorismo... e infinitas más. Siempre he ido. Siempre mis padres me llevaron. Siempre he estado en la calle. Y la calle nunca me ha fallado.

Y es desde este bagaje que quiero empezar una reflexión. El hecho de llevar un hijo o hija a las manifestaciones es un acto de responsabilidad. Podríamos discrepar si haciéndolo los progenitores ya te inculcan determinadas posiciones. Pero os aseguro que todo condiciona. Llevar un niño o niña a una escuela del Opus también lo hace. Y hacerle hacer la comunión o llevarlo a un partido del Barça. Como todos, intentamos transmitir valores a nuestros hijos e hijas. Y esta realidad es lícita en cualquier circunstancia.

La democracia no es un voto cada cuatro años, sino una actitud que se reivindica cada día

¿Qué interpreto que quiere significar llevar un niño o niña de mani? Que quieres que los niños aprendan a ser ciudadanos y ciudadanas críticos. Que quieres que aprenda de muy pronto que la democracia no es un voto cada cuatro años, sino una actitud que se reivindica cada día. Y que la formación no se acaba en la escuela. La educación no formal, aquella que empieza en los esplais, en los CAUS o en una colla castellera, pero lo cual también radica en la protesta y en la disidencia, acaba en la construcción de una ciudadanía que se quiere participativa y crítica. Y en este eslabón generador de conciencias, cualquier participación en concentraciones y manifestaciones tiene que tener un papel importante.

Pero también quiero interpretar qué quieren todos aquellos que han llegado a amenazar con la fiscalía de menores a los que lleven a un menor a las manifestaciones. Intentan construir una sociedad pasiva, donde se adoctrine en la creencia que son las élites las que gobiernan y los ciudadanos los que obedecen. Adoctrinar no es llevar a un niño a una manifestación —sea del color que sea—. Adoctrinar es querer que en la escuela se estudien cosas tan poco democráticas y tan acríticas como el ejército. Y querer que los niños y niñas no tengan el hábito de protestar.

Durante muchos años las manifestaciones fueron patrimonio de la izquierda. Lo fue durante aquellos tiempos de reivindicaciones obreras y vecinales. Son muchos los hijos de clase baja que hicieron de ellas sus particulares universidades. Y muchos de los líderes políticos actuales se formaron en ellas. Ahora, son patrimonio transversal. De independentistas, de unionistas, de izquierdas, de derechas... y eso es bueno. Porque las construcciones democráticas se forjan no sólo en parlamentos y congresos, sino que lo hacen en cada ateneo, casal, sindicato, asociación o plataforma.

Cuidado con que demonicemos la calle. Ojo con poner barreras, para ir con los niños o con los abuelos. Porque es en las pancartas de las manifestaciones, en cada paso dado detrás de ellas o en cada bandera enarbolada donde nacen las esperanzas y los deseos de un mundo mejor. Impliquemos a todo el mundo como síntoma más genuino de una democracia que no quiere morir sólo en una papeleta, y porque precisamente son de los pocos espacios donde todo el mundo —sin condiciones— puede ir. Dejad que los niños vayan a las manifestaciones. Saldremos ganando todos.