Estamos a 23 de diciembre y hemos votado bajo unas condiciones impuestas y draconianas. Y, por primera vez, quiero pensar en frío, porque los días y las horas las puedo contar por el daño que han hecho. Aquel 20 de septiembre nos pensábamos que habían traspasado todas las líneas rojas y salimos a la calle, enrabiados. No sabíamos que lo peor todavía tenía que llegar. Y enfrentamos la Navidad con cuatro buenas personas en prisión y medio Govern en el exilio.

Ahora sabemos que el Estado castigador y vengativo no tiene límites. Que el mundo nos mira de perfil y que solo somos un rincón de la Europa del sur. Pero lo que realmente ha dolido es la actitud de mucha de la gente que nos rodea. Siempre de los siempres he intentado actuar con empatía. Siempre me he querido poner en la piel del otro. Este concepto se define como "la participación efectiva y, en general, emotiva, de una persona en una realidad ajena." En definitiva, es la capacidad que tenemos los humanos para entender lo que hacen los otros.

He intentado entender qué llevaba a la gente del 155 la defensa de su imposición. ¿Miedo? Quizás un poco. ¿Satisfacción con el statu quo? No quiero creerme que todo el universo que ha defendido este artículo esté de acuerdo. He intentado ser autocrítica con lo que ha hecho el lado independentista, pensar que se confundió movilización con mayoría social. Creer inocentemente que teníamos políticos delante nuestro y que los valores de la Unión Europea eran absolutos y no relativos. Quiero pensar que hemos aprendido mucho de estos días. Y lo hemos hecho porque nos hemos intentado poner en la mente de los otros.

Ahora sabemos que el Estado castigador y vengativo no tiene límites. Que el mundo nos mira de perfil y que solo somos un rincón de la Europa del sur. Pero lo que realmente ha dolido es la actitud de mucha de la gente que nos rodea

Del otro lado, a mí personalmente se me ha hecho daño. Supongo que de la misma manera que ellos piensan lo mismo de mí. He sido emocionalmente rota el 1 de octubre, y al mismo tiempo orgullosa. Pero lo que realmente ha dolido es la falta de empatía que he recibido cuando mucha gente con la que me siento ligada personalmente han acabado en prisión. No han sido ni son buenos días. Personas que hasta hace cuatro días trabajaban con los encarcelados, justificando la prisión. Aquel famoso y superficial "si están en chirona, ¡es que algo han hecho!", o el no menos famoso "si te saltas la ley, ya lo sabes". Y esta gente situaba las acciones políticas por encima de la humanidad compartida durante muchos años con los encausados, y olvidaban, por encima de todo, que somos personas.

También quiero decir que he visto rivales ideológicos escribiendo cartas a los encarcelados, o haciendo lo imposible para que la estancia de los prisioneros del estado español fuera más soportable. O bien los que durante el 1 de octubre llamabais —a pesar de estar radicalmente en contra— para saber cómo estábamos. A esta gente, les respeto y admiro. A los que me habéis demostrado falta de empatía en lo humano, os rechazo. Rechazo a todos aquellos que ante el padecimiento ajeno habéis actuado más como vengadores de película del oeste americano que como conciudadanos.

Hay días que he dudado. Días en que mi dosis de empatía ha estado al límite. Pero este conflicto solo lo podemos resolver siendo humanamente más fuertes. Poniendo las líneas rojas donde acaba la legítima discrepancia política y donde empieza nuestra convivencia. Sufriendo cuando los otros están doloridos. Conmoviéndonos cuando los otros están desorientados. Porque hemos descubierto, y estoy convencida, de que solo con empatía nos podremos ayudar.