Hay conceptos que muchas veces caen en desgracia. Se decide repentinamente que están pasados de moda y que ya no son importantes. Que hablar de aquel tema está superado, e incluso te pueden llegar a espetar que estás anticuada y que vives fuera de tu era. Pues bien, desde mi punto de vista, una de estas víctimas es la famosa lucha de clases. Mientras nos dicen que está caducada, la realidad se empeña en demostrar su vigencia. Con la crisis, las clases sociales se están polarizando y los pobres somos más pobres y los ricos más ricos, mientras las clases medias han sido asfixiadas y hoy en día la frontera entre ser clase media y pobre es difusa. Pero dentro de esta segmentación social sobreviven todavía más submundos. Si eres mujer y de clase baja, lo tienes mucho más complicado. Si eres mujer, joven y de clase baja, peor. Pero si eres mujer, discapacitada y de clase baja, pinta fatal. Y podríamos ir sumando: viuda, pensionista... al final de todo te das cuenta de que no hacen falta más eufemismos. Ni tan solo maquillajes: te están explotando porque eres mano de obra barata. Estás en el peldaño final de la sociedad. Es igual que te formes. Que seas la mejor preparada. La que tiene más talento. Tu capacidad intelectual se verá superada por tu condición biológica. Y eso, sencillamente, es una aberración en una sociedad que se quiera reconocer como avanzada e igualitaria.

Vivo en una sociedad que quiero entender que tiene valores. El valor de la igualdad y de la justicia social tiene que estar grabados en el ADN de cualquier pueblo que se quiera civilizado. Y hoy, desgraciadamente, tenemos el 50% de la población sin avanzar al mismo ritmo que el otro 50%. Y para que sea posible andar al mismo ritmo necesitamos la complicidad de los hombres. No os quiero detrás de mis reivindicaciones, os quiero al lado. Quiero que entendáis que cuando negociáis un convenio colectivo es tan importante la categoría eternamente feminizada como la que no. Que entendáis que los planes de igualdad de las empresas no son algo secundario, sino imprescindible. Y que las excedencias por cuidado de personas mayores o menores son para todo el mundo. Desgraciadamente, el hecho de nacer con un determinado sexo te condiciona vitalmente. Y en una sociedad que siempre hace gala de la meritocracia, este condicionante te limita, y hace que esta sociedad pierda la mitad de su capacidad. En otras palabras, como ya reconoce la Unión Europea, perdemos talento, competitividad y todos juntos somos un poco más pobres.

Hay guerras ideológicas que se tienen que ganar: la lucha de clases implica necesariamente la lucha por la igualdad y la justicia social

Mucho se ha hablado de la desigualdad entre sexos en el trabajo y en la sociedad. Estadísticas tenemos para dar y tomar. Somos la generación que seguramente ha conseguido poner rostro a la precariedad femenina. Somos quienes hemos analizado mejor la realidad. Y como hemos detectado donde fallamos y donde no, es imprescindible que actuemos. No podemos dejar este combate para el futuro. Porque no nos lo perdonaríamos nunca a nosotras mismas ni a las que nos tienen que suceder.

Hace muchos años que el 8 de marzo es un día de celebración o de conmemoración. Da igual. Apostando por una huelga (con las diferentes modalidades) se da un salto adelante: estamos en el combate. Se han acabado los análisis. Saltamos de pantalla. Hay guerras ideológicas que se tienen que ganar: la lucha de clases implica necesariamente la lucha por la igualdad y la justicia social. La batalla puede ser larga. Tenemos que generar complicidades sociales y hacer cambios culturales. Pero la historia no nos perdonaría que no hiciéramos de este siglo el de la lucha por la igualdad. Dejemos el tema resuelto para el futuro. Porque, como diría Maria-Mercè Marçal, soy mujer de clase baja y nación oprimida. Y eso me lleva a ser tres veces rebelde. Ojalá algún día no demasiado lejano pueda dedicarme a otros combates. Es el momento de pasar a la acción y dejar de mirar a otro lado.