Este 28 de abril conmemoraremos como cada año el Día Internacional de la Seguridad y la Salud en el Trabajo. Desgraciadamente, en Catalunya el año pasado perdieron la vida 78 personas por motivos relacionados con accidentes de trabajo, o bien con el trabajo o bien in itinere. 78 vidas perdidas a las cuales hay que sumar los más de 110.000 accidentes o enfermedades profesionales relacionados con el trabajo. Según datos de la Agencia Europea para la Seguridad en el Trabajo, en toda Europa eso representa un coste para el PIB del 3,3%. Es decir, a la tragedia humana —no comparable— hay que sumar la pérdida económica.

Hace muchos años que se aprobó la Ley de prevención de riesgos laborales 31/1995. Lo que parecía una buena ley, ha acabado siendo percibida como un lastre para los empresarios. Muchos no aplican la ley, otros lo aplican como un imperativo legal y no como una obligación moral de crear entornos saludables para sus trabajadores, y en este círculo vicioso acabamos perdiendo todos: los trabajadores y trabajadoras, la salud, y a veces la vida, pero también oportunidades en el puesto de trabajo. Y para los empresarios hay una pérdida continúa de talento, de horas de trabajo, e incluso en costes materiales. Según el Instituto Nacional de Seguridad y Higiene en el Trabajo, la mayoría de empresarios aplican medidas preventivas para, en primer término, cumplir la ley, y para evitar multas e infracciones y, sólo al final de todo de la escalera, para reducir costes laborales, ser más competitivos y crear un buen clima en la empresa. Es decir, que veintitrés años después de tener una ley de prevención de riesgos laborales, tanto empresarios como trabajadores estamos muy lejos de haber interiorizado la prevención.

Pero también se ha utilizado la crisis para abandonar todos los barcos que llevaban al hecho de que pudiéramos tener un trabajo de calidad, a la vez que se ha debilitado la negociación colectiva, los derechos de los trabajadores y también la prevención de los riesgos laborales. La universalización de la precariedad ha desembocado en una precarización paralela de la seguridad en el trabajo. Personas que van enfermas a trabajar o que esconden accidentes por miedo de perder su puesto de trabajo. Y fraude, también, en la catalogación de las enfermedades. Muchas veces las mutuas, de forma fraudulenta, deciden establecer como enfermedad común alguna contingencia relacionada con el puesto de trabajo, una práctica que grava ilegalmente el sistema público de salud. Estos últimos años también se han encargado de disminuir en el seno de las empresas la inversión en los servicios de prevención y han debilitado el trabajo de la inspección de trabajo reduciendo recursos materiales y personales. En conclusión: estamos bajo mínimos en cultura preventiva y este lastre, desgraciadamente, pone en riesgo la salud de muchos trabajadores y trabajadoras.

No hay mejor cultura preventiva que tener un trabajo estable y de calidad

También tenemos que ser conscientes de que la cultura preventiva se tiene que ir adaptando continuamente. Cada día tenemos nuevas enfermedades profesionales. Con la digitalización de nuestros trabajos, se abren nuevos horizontes como el estrés a la vista, nuevas enfermedades musculoesqueléticas, o bien los síndromes relacionados con las adicciones en el trabajo como el síndrome de revisión constante, relacionado con el hecho de llevar siempre la oficina en el móvil o el acceso continuo a internet.

Los problemas los tenemos detectados. Y evitar accidentes o enfermedades relacionadas con el puesto de trabajo está en nuestras manos. Es necesario que el triángulo virtuoso se sienta: trabajadores, empresarios y administración. No hay mejor cultura preventiva que tener un trabajo estable y de calidad. Este hecho evita nervios, inseguridades, etc., y ayuda a evitar riesgos. Por eso hace falta derogar las reformas laborales, incrementar la efectividad de la inspección de trabajo, poner en valor a los delegados sectoriales de prevención, exigir transparencia a las mutuas, incrementar los recursos para efectuar políticas activas de prevención y exigir que los empresarios cumplan la ley.

Tenemos que ser conscientes de que la pérdida de vidas y de horas de trabajo fruto de accidentes o enfermedades profesionales es un mal evitable. Hace falta que nos impliquemos todos y, sobre todo, hace falta que seamos conscientes de que hay que cambiar la concepción de las cosas: prevenir es invertir. Con un entorno saludable y seguro, los trabajadores son más productivos, se encuentran mejor y el clima laboral mejora. En el fondo, una buena inversión al evitar riesgos es una apuesta doblemente ganadora para unos y otros.