Laura Borràs no pierde nunca la oportunidad de identificar la independencia con ella misma. Hacer eso, la ensucia. Es la misma filigrana que hizo la clase política encarcelada y exiliada para conservar el capital político que la represión española les había concedido. No había que esperar nada diferente de alguien que solo conoce el sentido de la ambición a título particular. Cualquier escenario es bueno, cualquier foto es oportuna, cualquier plató trabaja a favor suyo, si puede presentarse como último bastión de la resistencia independentista. Es la caricatura final de la caricatura final y ahora que la desproporción de la sentencia judicial le cae sobre los hombros, no hay casi nadie dispuesto a romper —a romper de verdad, claro está— una lanza por ella, porque no hay un fin más elevado que lo justifique, un ideal de donde cogerse ni tampoco una malla ideológica de seguridad que te proteja de una mala decisión.

Si todo es apariencia, hoy condenan a Borràs o vuelve Ponsatí y mañana será otro día. Es la mejor y la peor consecuencia del procés: la capacidad de autocrítica desde una desconfianza fulminante

Perder el independentismo como herramienta de politización de la ciudadanía ha dejado un silencio en la cabeza de los que tomamos como cosa personal el proyecto de liberación nacional. El problema de haber ido despojando el independentismo de su fuerza moral a base de renuncias silenciosas —traiciones, en el pecho de los que nos vinculamos más emocionalmente— es que todo es un teatro porque ya no queremos hacer el esfuerzo de distinguir el circo de la realidad. Si todo es una apariencia, hoy condenarán a Laura Borràs o volverá Clara Ponsatí y mañana será otro día. Esta es la mejor y la peor consecuencia política de los últimos años de procés: la capacidad de autocrítica desde una desconfianza fulminante. El desengaño deja pocos pliegues para el matiz.

Si la independencia no es una opción política viable, no sirve de nada presentarla como explicación del ensañamiento judicial en un caso de fraccionamiento de contratos

Para mantener limpia la idea de la independencia había que protegerla de las manos de esta clase política. Cuando Laura Borràs dice que su condena forma parte de una estrategia para hacernos creer que la independencia es imposible, nos quiere hacer creer que la independencia no es posible sin ella, que está en manos de la represión judicial. Esta explicación esconde todo lo que depende de nosotros —esconde sobre todo lo que depende de la clase política— y seca el discurso de la opción independentista, que llega tan gastado a su juicio que ya no puede protegerla. Si la independencia no es una opción política viable —y quien más trabaja para que no lo parezca son los partidos independentistas—, no sirve de nada presentarla como explicación del ensañamiento judicial en un caso de fraccionamiento de contratos. Eso solo contribuye a deformar el independentismo y convertirlo en el grupo de animadoras que te espera a las puertas del TSJC para darte la mano. Borràs pide confianza personal en nombre de una ideología política que ella misma ha degradado, agotando toda posibilidad de que confiemos en ella.

Le hemos visto las costuras megalómanas, porque ha ido tomando la idea de que el discurso rompedor de la facción de Junts que ella encabeza no es más que una carcasa

Todo lo que Borràs utilizó para llegar al poder —enredarse en un discurso rupturista sin contenido y en una ideología que no va más allá de su persona— es lo que ahora impide que se la trate como se ha tratado a todos los que han lamido inhabilitaciones y condenas por capricho español. Porque le hemos visto las costuras megalómanas, porque ha ido tomando la idea de que el discurso rompedor de la facción de Junts que ella encabeza no es más que una carcasa y porque, apáticos, se nos pide que graduemos los grises del caso. Por eso tiene que repetir que es una víctima de la represión española, por eso tiene que recordar que la independencia es una opción posible para defenderse, y por eso en ERC, conocedores del ambiente indolente, escogen el negro. Borràs es una víctima del postprocés, es víctima de ella misma.